Los acordes de Imagine suenan en la ceremonia inaugural de los juegos olímpicos de Tokio -con participación del español Alejandro Sanz- y el momento nos brinda una confirmación inquietante: el antiguo himno utópico, contracultural, se ha convertido en la banda sonora de nuestro presente, en un canto mainstream. La sencilla y eficaz canción de John Lennon, ciertamente hermosa, cumple 50 años en octubre y podríamos decir que está más vigente que nunca. No es para menos, pues vivimos ya en el mundo Imagine. Somos ya parte del sueño que Lennon soñó, a falta de un par de ajustes, y el cambio que él concibió es hoy nuestra hoja de ruta.
En su origen, Imagine fue el himno al que se aferraban todos los que buscaban, contracorriente, desde la base, un cambio hacia otro mundo posible. Pero de unos años para acá es ya la canción que mejor refleja el actual programa sociocultural de las élites occidentales. Imagine anticipó, y seguramente ayudó a crear de forma involuntaria, el estadio cultural en el que nos hallamos, que algunos, como el filósofo Miguel Ángel Quintana, denominan ‘capitalismo moralista’, y otros, ‘globalismo progresista’. El modelo, en fin, en el que se ha ido decantando la paulatina confluencia entre la izquierda posmoderna, la surgida tras la ruptura de Mayo del 68, y el proyecto cultural neoliberal.
Imagine siempre fue un himno a la utopía y a los deseos de cambio, pero conviene revisar la letra pequeña de la canción para entender que los deseos que formularon John Lennon y Yoko Ono (responsable de las principales ideas y metáforas literarias, tal y como reconoció el exBeatle poco antes de ser asesinado) coinciden casi como una planilla con los que en la actualidad defienden las élites de nuestro mundo. Quienes, no por casualidad, seguramente se amamantaron políticamente con esa canción y con el clima político y cultural en el que surgió.
Deseos sin fronteras
Veamos los tres deseos que formula Imagine y que resumen sus propuestas de cambio. El primero es la desaparición de la moral religiosa y de la religión misma (“Imagina que no hay paraíso, ni infierno”, proclama Lennon, que anima a concebir un mundo sin religión). Un mundo sin culpa, sin castigos, ni afán trascendente. En su lugar el cantante presenta un estadio ideal en el que todo el mundo vive en el presente, instalado en una inmanencia autosatisfecha. Probablemente, las sociedades occidentales llegaron a estar muy cerca de esta meta -sobre todo en los años 80 y 90- pero, sorprendentemente, el resultado no ha sido la paz prometida, sino el retorno de una nueva y muy puritana moral laica, rabiosa y feroz, adornada con nuevos dogmas. Por otra parte, con la polarización política parecen haber resucitado, en nuevos trajes, los viejos conceptos del bien y el mal. Y quienes practican con entusiasmo el carpe diem a menudo descubren que hay un agujero negro en el centro del torbellino. De esta parte del programa lo que se mantiene invariable es el rechazo de la religión, a la que se empuja para encerrarla en su armario.
'Imagine' está anticipando a la perfección no sólo la atmósfera cultural que ya respiramos a diario, sino también un esbozo del futuro hacia el que quieren conducirnos
El segundo propósito de John Lennon es la desaparición de las naciones, una idea que enlaza con la tradición internacionalista de la izquierda, pero que ahora encaja como un guante en los propósitos de las nuevas corporaciones multinacionales que apenas encuentran freno a su codicia en algunas legislaciones nacionales, ni siquiera en todas. Reconocemos también ecos del sueño de Imagine en esa aspiración a una nueva ordenanza mundial en la que los gobiernos nacionales tengan cada vez menos margen de decisión política, no se vayan a equivocar.
Unas naciones que en Imagine, aparecen ligadas con las guerras, en una asociación de éxito que ya se ha convertido en doctrina común. “Nada por lo que matar o morir”, reclama Lennon, y suena estupendo. Pero, más allá de la alusión explícitamente bélica, ¿qué vida inane es esa en la que las personas no sienten que haya nada tan importante como para justificar un sacrificio radical? Pues justamente el tipo de vida sin épica, ni lírica, que se va instalando sin prisa pero sin pausa en los países occidentales: una existencia entregada a la promesa de una vida con placer y sin dolor (o con poquito) que, en la mayoría de los casos, queda reducido al consumo de Netflix, la red de cariños mutuos de las redes sociales, o un viaje a Cancún. O, citando a Esperanza Ruiz, al uso generoso del satisfyer. Y eso en tiempos de normalidad, no digamos ya en la distopía pandémica.
Finalmente, el tercer sueño requiere un análisis fino. “Imagina que no existen propiedades. Me pregunto si puedes hacerlo. Que no haya necesidad de codicia, ni hambre. Una hermandad de la humanidad. Imagina a toda la gente compartiendo el mundo”. Un sueño de fraternidad que nos sigue conmoviendo, aunque, como el horizonte, se aleja más cuanto más avanzamos hacia él.
Millonarios socialistas
El crítico Diego A. Manrique no fue el primero, ni el último, en resaltar la palmaria contradicción de que fuera justamente un multimillonario como Lennon quien se convirtiera en portavoz de un proyecto tan explícitamente socialista como la desaparición de las propiedades. Por si fuera poco, en el vídeo de Imagine, Lennon tocaba la canción en un lujoso piano de cola blanco, en medio de un enorme salón casi vacío de la gigantesca mansión de Tittenhurst Park, en Ascott (Inglaterra), que John y Yoko poseían entonces. Y, sin embargo, también en esto el sueño de Lennon puede haber resultado profético. Quizás gracias a ese vídeo, todos los multimillonarios del mundo descubrieron que era posible clamar contra las riquezas, y hablar de lo bueno que sería compartir, sin tener que hacer, en el mundo real concreto, nada que sacudiera realmente sus vidas. O si acaso, como el propio Beatle, financiar a algunos movimientos socialmente comprometidos con causas consideradas justas y progresistas.
Es más, esta renuncia a las posesiones adquiere otra dimensión nueva si la ponemos en relación con el futuro que preparan para nosotros los líderes del Foro Económico Mundial. “No poseerás nada y serás feliz”. Ese es el horizonte que nos anuncian, con el fin de prepararnos para un mundo sin posesiones materiales, en el que todo será alquilado, virtual o provisional, según el caso.
De modo que, bien mirado, en Imagine está anticipada a la perfección no sólo la atmósfera cultural que ya respiramos a diario, sino también un esbozo del futuro hacia el que quieren conducirnos. Y no sólo eso, sino que el ex Beatle ha inspirado también el procedimiento adecuado para lograr esta nueva ‘revolución de la mente’ en la que, al parecer, estamos inmersos. Y ese procedimiento es la renuncia a la violencia y la apuesta por la persuasión. “Puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único. Espero que te unas a nosotros y que el mundo sea uno solo”, anuncia Lennon en su estribillo. El cambio se conseguirá mediante la convicción y la seducción, no con imposiciones.
En Lennon se apunta también otra de las claves de nuestro tiempo: el odio es el dragón contemporáneo, el nuevo monstruo de mil cabezas contra el que hay que luchar
Lennon abogó por una revolución pacífica y las élites del globalismo progresista han entendido que, en efecto, ese es el camino, aunque claro, no siempre la persuasión es suficiente. Hay que ayudarla un poco con campañas de acosos a los malos, y de cariño a los buenos, si no queremos que el proceso de cambio se eternice. Hay que ayudar a la gente a decidir bien y rápido.
Esto no quita, claro, para que en nuestro presente convivan varias formas de buscar la transformación revolucionaria. Ni impide que la vía pacífica, pero culturalmente coercitiva, que se promueve desde el poder, conviva con otras como las que representan el movimiento de los 'antifas', que han evidenciado con claridad que su vocación nihilista y destructora no se siente vinculada al modelo de paz y amor que defendía Lennon.
Los Beatles en 1968
En este sentido puede resultar interesante recuperar el debate político que suscitó en su momento la canción Revolution, que John Lennon incluyó en el álbum de los Beatles conocido como Doble Blanco, y que fue grabado en 1968, el año de las protestas. En su canción planteaba el marco de la cuestión: por supuesto, todos queremos cambiar el mundo, afirmaba, pero no desde la violencia o el odio. En Lennon se apunta también otra de las claves de nuestro tiempo: el odio es el dragón contemporáneo, el nuevo monstruo de mil cabezas contra el que hay que luchar.
Es muy revelador el intercambio epistolar protagonizado por John Lennon y un estudiante de la Universidad de Keele, John Hoyland, que le reprochaba esa actitud pacifista, y que ilustra bien dos maneras de entender el problema, que perviven hoy.
El cruce de puntos de vista lo reproduce Steve Turner en su libro Los Beatles. Las canciones completas (Editorial La Cúpula). Se produjo en una revista universitaria, lo que revela hasta qué punto el Beatle se esforzaba por pegarse a las inquietudes de la calle, sin refugiarse en los privilegios asociados al pedestal.
Hoyland argumentaba: “Para cambiar el mundo tenemos que entender lo que está mal en el mundo. Y luego destruirlo. Sin piedad. Esto no es crueldad o locura. Es una de las formas más apasionadas de amor. Porque estamos luchando contra el sufrimiento, la opresión, la humillación y la inmensa cantidad de infelicidad causada por el capitalismo. No existe una revolución educada”. Unos argumentos que, a buen seguro, compartirán hoy buena parte de los activistas y justicieros sociales, así como todos los ‘antifascistas’ y luchadores ‘contra el odio’.
La respuesta del músico ponía el énfasis en el necesario respeto a las personas. “Eres obviamente una potencia destructiva. Te diré cuál es el error en eso: las personas. ¿Así que quieres destruirlas? ¿Sin piedad? Hasta que tu/nosotros cambiemos sus/nuestras cabezas no existe ninguna posibilidad (…) ¿Crees que todos los enemigos llevarán una insignia de capitalistas para que puedas disparar? Eres un poco ingenuo, John. Parece que piensas que sólo es una guerra de clases”.
Soy un artista revolucionario. Mi arte está dedicado al cambio”, explicó Lennon en 1971
Posteriormente, Lennon amplió sus explicaciones en entrevistas con periodistas de la misma revista. “Lo de destruir el sistema ha estado ocurriendo desde siempre. ¿Quién lo hace? Los irlandeses lo hicieron, los rusos lo hicieron y los franceses lo hicieron. ¿Y adónde han llegado? A ninguna parte. Es el mismo viejo juego. ¿Quién va a llevar a cabo la destrucción? ¿Quién va a asumir el control? Lo harán los mayores destructores. Serán los que lo consigan primero y, como en Rusia, ellos van a ser los que se hagan cargo. No sé cuál es la respuesta, pero creo que está en la gente”.
En 1980, entrevistado sobre esta misma cuestión, aseguró que la filosofía expresada en Revolution mantenía vigencia. “No contéis conmigo si es por la violencia. No me esperes en las barricadas a menos que sea con flores”. Hoy el cambio radical no se impulsa en las barricadas, sino desde las instituciones, adorno con las flores de las buenas intenciones. John Lennon se veía a sí mismo como un artista al servicio de la revolución; pero una revolución de la mente. Un propagandista de la causa a través del arte. Cuando le preguntaron en 1971 si temas como Give peace a chance o Power to the people eran propaganda, respondió: “Claro. Como All you need is love. Soy un artista revolucionario. Mi arte está dedicado al cambio”. Un camino en el que, sin duda, le han seguido muchos otros.
Esa propuesta de la revolución sin violencia define bien algunas claves de nuestro mundo. Quizás las causas sean distintas hoy, pero no faltan quienes abogan por impulsar las más radicales transformaciones antropológicas y sociales a través de la cultura, la educación y la propaganda. Ya sea para combatir mejor el cambio climático, o para lograr un mundo más inclusivo. En nombre de la igualdad se aboga por poner todo patas arriba, pero no por la fuerza de los tanques, ni de los cócteles molotov, sino a través de la persistente persuasión y el contagio cultural. Pero también hay violencia, si bien de otro tipo, en estas formas ideológicas de intervención social, por mucho que se presenten bajo la bandera de la paz y en nombre del bien y de la justicia.
A la vigencia de Imagine ha contribuido también el esfuerzo de la eterna viuda de John Lennon, la artista y multimillonaria Yoko Ono. Ono no sólo cultiva con lucrativo afán, aunque también con razonable buen criterio, la memoria del exBeatle, sino que lleva tiempo promoviendo por todo el mundo su proyecto El árbol de los deseo, que ahora llega al Museo Lázaro Galdiano de Madrid.
La iniciativa Wish tree cumple nada menos que 25 años y su formulación no puede ser más sencilla: “Formula un deseo. Escríbelo en un trozo de papel. Dóblalo y cuélgalo en una rama del árbol de los deseos. Di a tus amigos que hagan lo mismo. Y continúa deseando hasta que las ramas estén llenas de deseos”. La cita anterior se corresponde con las instrucciones en las que la propia Yoko Ono explica cómo se ha de proceder. En el museo madrileño, los papeles con deseos se colgarán en las ramas de los naranjos del jardín de Parque Florido. El 13 de octubre se recogerán los que se hayan depositado y se enviarán, agrupados de cien en cien, a la activista japonesa. El destino final será la Imagine Peace Tower, una instalación lumínica concebida a modo de escultura y como homenaje a John Lennon “con el que compartió el sueño de contribuir al establecimiento de la paz en el mundo”, según destaca la información promocional consultada por Vozpópuli.
Más de un millón de deseos procedentes de todo el mundo han sido enterrados ya en la Torre Imagine, instalada en la isla de Videy, en Islandia. Una torre convertida en una verdadera metáfora de nuestro mundo: todo el mundo tiene derecho a desear, pero nada garantiza que, sin esfuerzo personal y las circunstancias adecuadas, los sueños enterrados den algún fruto.
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