El Círculo de Bloomsbury es un mito cultural del siglo XX. En ese agradable barrio londinense donde se levanta el Museo Británico vivían algunas de las mentes más brillantes de la Inglaterra de principios de siglo. La más conocida de las bloomsberries era Virginia Woolf (Stephen de soltera) en cuya casa, compartida con sus hermanos, se reunía el Círculo, que entre otros incluía nombres célebres como Maynard Keynes, uno de los economistas más influyentes de la Historia, o E.M. Forster, autor de famosísimas novelas llevadas al cine y la televisión como Pasaje a la India, Una habitación con vistas o Retorno a Howards End.
Prácticamente todos los bloomsberries habían estudiado en Cambridge y eran políticamente izquierdistas, socialmente iconoclastas y sexualmente escandalosos, bisexuales y muy promiscuos. Despreciaban la religión y la moral victoriana, el arte y la literatura convencionales. Eran la bomba, y todos ellos, por supuesto, de clase privilegiada, aunque no aristócratas, hijos de universitarios o artistas con medios para darles la educación más elitista, que era mucho decir en la Inglaterra posvictoriana.
Entre ellos había un joven poeta del que pocos conocían la obra literaria, pero que se había hecho socialmente famoso por sus bromas, William Horace de Vere Cole, cuñado del que sería primer ministro Neville Chamberlain. Vere Cole se parecía físicamente a Ramsay Macdonald, el primer laborista que llegaría a jefe de gobierno, lo que aprovechaba para hacer astracanadas, pero iría mucho más allá en sus gamberradas. En una ocasión llenó de estiércol de caballo la Plaza de San Marcos de Venecia.
Sin embargo su “obra maestra” sería “el engaño del Dreadnought”, la inocentada que le gastó a la Royal Navy. La Marina Real era quizá la institución más sagrada para los ingleses, sólo comparable a la Corona, y encarnación de los valores victorianos de tradición, imperialismo y clasismo. Un arquetipo de lo que despreciaba el Círculo de Bloomsbury, que decidió ponerla en ridículo. El diabólico plan ideado por Vere Cole era disfrazarse de príncipes exóticos y lograr que la Royal Navy les rindiera honores como si fuesen una auténtica misión diplomática del Imperio de Abisinia.
Buscaron túnicas y turbantes de seda y se aplicaron un maquillaje muy oscuro, parecían el rey negro de la cabalgata de Reyes Magos. Virginia Woolf tuvo que cortarse el pelo y ponerse barbas postizas para travestirse en príncipe. Las otras altezas africanas eran el pintor Duncan Grant, amante del economista Maynard Keynes y de una hermana y un hermano de Virginia Woolf; Anthony Buxton, escritor, naturalista y sportman reconocido, que luego sería un soldado condecorado, gobernador y juez de paz; y Cecil Guy Ridley, abogado y escritor de fantasía, que se convertiría en inspector de manicomios y caballero del Imperio Británico. El hermano pequeño de Virginia Woolf, el psicoanalista Adrian Stephen, uno de los introductores de Freud en Inglaterra, asumió el papel de “Herr Kauffmann“, el intérprete alemán de los príncipes. Y Vere Cole se disfrazó de Vere Cole.
Vere Cole
En realidad no necesitaba disfraz. Su chistera de brillos, su impecable levita con el marchamo de Savile Row, su elitista forma de hablar de Eton, todo eso eran atributos propios del señorito de clase alta que era. El único engaño fue el nombre y cargo con que se presentó al jefe de la estación de ferrocarril de Paddington: “Soy Herbet Cholmoneley, del Foreign Office”. El apellido Cholmondeley significa la más alta nobleza británica, el marqués de Cholmondeley es Lord Gran Chambelán de Inglaterra por derecho hereditario. En cuanto al Foreign Office (Ministerio de Exteriores) en aquel tiempo estaba formado por caballeros a los que nadie, jamás, había solicitado su credencial, bastaba con su palabra.
Al funcionario de ferrocarriles no le quedaba otra que ponerse firmes y obedecer las órdenes del pseudo Cholmondeley: “Necesito inmediatamente un tren especial a Weymouth, para llevar a la base naval de Portland a los príncipes reales de Abisinia”. Así emprendieron el viaje los alegres bromistas, mientras un amigo esperó a que el lujoso convoy estuviera en marcha para enviar un telegrama al comandante de la Flota, diciendo que “la comitiva real” había salido hacia Weymouth para visitar el acorazado Dreadnought, el orgullo de la Royal Navy. Lo firmaba el subsecretario de Exteriores Sir Charles Hardinge. Este fue en realidad el único delito que se cometió, falsificación de documento público, pero nunca se supo quien había mandado el telegrama.
Dando el aviso de llegada de la “comitiva real” con tan poco tiempo se evitó que los oficiales de la Marina hicieran averiguaciones, tuvieron que trabajar contra reloj para preparar la recepción con alfombra roja, guardia de honor y banda de música. Desgraciadamente no encontraron ninguna bandera de Abisinia, ni mucho menos la partitura de su himno nacional, pero algún marino sagaz decidió izar la única bandera africana que tenían, la del Sultanato de Zanzíbar, cuyo himno fue también el que interpretó la banda. El Imperio británico era constitucionalmente racista, y para un marino real, literalmente, todos los negros eran iguales… Lo más chusco es que parecía que la Royal Navy aportaba de su cosecha ese nonsense complementario a la broma.
La Royal Navy rinde honores
Los príncipes fueron recibidos en el Dreadnought por el almirante Sir William May, comandante de la Flota, que les mostró el magnífico buque. La educación de las clases altas inglesas tenía como principal materia las lenguas clásicas, de modo que los falsos abisinios hablaban entre sí recitando pasajes de Homero y Virgilio, mezclados con palabras inventadas que sonasen africanas. Cada vez que les mostraban algo digno de admiración, exclamaban a coro “¡Bunga, bunga!”, lo que ha permanecido como expresión jocosa en el inglés coloquial. Al pobre almirante May le perseguiría el resto de su vida, pues por la calle, o al entrar en un teatro o un local, siempre había algún gracioso que decía: ¡Bunga, bunga! Mucho después, en una sociedad completamente distinta, el círculo depravado que rodeaba a Berlusconi llamaría “fiestas Bunga-bunga” a las orgías del primer ministro con chicas menores de edad, por las que fue procesado.
Una broma así no vale la pena si no se puede contar, y Vere Cole avisó a varios periodistas e incluso le proporcionó la famosa foto de la “comitiva real” al 'Daily Mirror'
En un momento de la visita comenzó una típica llovizna inglesa, y los bromistas temieron que se les corriese el maquillaje. Vere Cole solicitó de inmediato pasar al interior del barco, porque a sus altezas no les gustaba la lluvia. Para descansar y recomponerse –a Anthony Buxton se le había desprendido el bigote y estaba disimulando con la mano- pidieron alfombras para la oración. Era un fallo de los bromistas, porque lo abisinios no son musulmanes, sino cristianos desde tiempos de Roma, pero nadie cayó en la cuenta. O quizás sí. Parece que algunos oficiales se mosquearon con los visitantes, pero el sentido de jerarquía existente en la Marina les impidió expresar sus sospechas.
Para terminar la jornada, los príncipes africanos condecoraron a varios de sus anfitriones y regresaron a Londres tan dignamente como habían venido. Pero claro, una broma así no vale la pena si no se puede contar, y Vere Cole avisó a varios periodistas e incluso le proporcionó la famosa foto de la “comitiva real” al Daily Mirror.
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