Cultura

Isaac Rosa: "Ya no hay alarma que nos quite el miedo"

Alabado como el mejor novelista de su generación, Isaac Rosa publica 'Lugar seguro', tras recibir el Biblioteca Breve

El ascensor, un refugio momentáneo, abre sus puertas al llegar a la azotea del hotel. “¿Sabes? He visto en la tele un reportaje de una familia que se estaba construyendo un búnker”, dice Isaac Rosa (Sevilla, 1974) a propósito de su nueva novela: Lugar seguro (Seix Barral, 2022), que ha merecido el último premio Biblioteca Breve. Los García no quieren ser unos Garcías cualquiera; hablan del ascensor social, quieren subir de estatus, despegarse de la clase humilde. Sin embargo, son una familia low-cost. Segismundo vende búnkeres de baja estofa a ancianos, familias y a cualquier incauto que se preste a convertir su trastero en un refugio seguro sin tener que deshacerse de la bicicleta estática. Segismundo ha heredado un nombre y un apellido maldito; su padre acabó dando con sus huesos en la cárcel por la quiebra de las clínicas dentales Sonríe! Y luego está el tercer Segis, el más joven pero a su vez el más avispado, pues se dedica a urdir negocios en el instituto. Vozpópuli se citó con el prestigioso novelista en el madrileño Hotel de las Letras para hablar extensamente de su última obra.

Pregunta: ¿Qué es un lugar seguro?

Respuesta: Se ha convertido en una expresión de uso cotidiano, me la encuentro por todas partes, ya sea referido a la covid y a los espacios donde se dan las limitaciones y las condiciones de un lugar seguro o por la búsqueda de esos espacios de seguridad. Queríamos que fuera el lugar donde no nos alcanzara esa sensación de vulnerabilidad donde vivimos, donde podamos quitarnos de encima esa ansiedad de las últimas décadas.

P: Pero no sabemos de qué nos protegemos exactamente, no hay un ladrón, una persona concreta.

R: De hecho, yo diría que objetivamente vivimos en un lugar seguro en muchos sentidos, y más que un lugar inseguro, es un lugar donde la gente se siente insegura, vive con ansiedad. Hay muchos elementos de inseguridad reconocibles y otros que no, pero yo digo que es más bien una sensación que tiene una base por estar a merced de algo que va a ocurrir: una crisis, una pandemia, una guerra... En las últimas décadas del siglo XX, como te decía, se empiezan a desmontar muchos elementos de seguridad, sobre todo colectiva, que se van reduciendo sin ser sustituidos por otros, aumentando esa sensación de incertidumbre y de inseguridad. Eso genera una sociedad que busca ansiosamente la protección.

Isaac Rosa en la entrevista con Vozpópuli
Isaac Rosa hablando sobre 'Lugar seguro'/ Clara Rodríguez

P: ¿Cómo has visto tú los últimos cambios de seguridad colectiva?

R: Hemos ido engordando el catálogo de amenazas, riesgos y miedos sin eliminar ninguno. Por el camino ha habido más crisis y no ha quedado prácticamente ningún sector ni ninguna actividad que no haya entrado en crisis en algún momento. Esa incertidumbre hace que abracemos al primero que nos ofrece seguridad, ya sea una alarma o un búnker, pero no hay alarma que nos quite el miedo. Y por otro lado, nos agarramos a los que nos prometen medidas de seguridad. Lo veremos seguramente en los próximos tiempos como aumenten los presupuestos militares. Si nos prometen que es para defender el país lo compraremos.

Nos educan en la desconfianza hacia los demás: por ahí no hay supervivencia posible"

P: Para darle el último empujón al cliente y convencerlo, Segismundo dice que “la discreción es condición necesaria para que un lugar seguro sea de verdad seguro”.

R: Y lo hace para asegurarse de que se lo dirá a los vecinos. Es una técnica comercial para ofrecerte algo que solo tienes tú, algo que es completamente seguro... Ciertas formas de seguridad y de protección son maneras de demostrar poder adquisitivo o un estatus social. Las alarmas, las garitas de seguridad dentro de una urbanización, las cámaras de videovigilancia o un videoportero... son señas de capacidad adquisitiva.

P: Lugar seguro fue ideado durante los primeros meses de la pandemia, preguntándote si nos podíamos imaginar un futuro no distópico. ¿Podemos o debemos imaginarlo?

R: Yo me pregunto si “podemos” porque empiezo a pensar si hay algún tipo de incapacidad para hacerlo. Me doy cuenta de que ya llevamos una temporada larga en la que todas las miradas al futuro coinciden en presentarlo como un futuro sombrío al que hay que temer más que esperar algo de él. Lo ves en la cantidad de novelas, películas, series... que hay y que nos muestran distintas variaciones del fin del mundo. El siguiente paso a “podemos” sería “deberíamos”; tenemos un problema como sociedad si no somos capaces de imaginar otros futuros. Yo sé que es muy difícil en el momento en que vivimos y que esto no es cuestión de un pensamiento mágico, pero sí que es verdad que esa imaginación hacia el futuro tiene consecuencias en el presente. No somos capaces de hacer propuestas ambiciosas ni somos capaces de pensar en transformaciones, incluso en transformaciones que necesitamos y que no nos va a quedar más remedio que hacer. Inevitablemente va a haber que hacer cosas, transformaciones y renuncias también, pero no nos atrevemos a imaginarlo y nos conformamos con esos futuros en los que todo parece que va a ir a peor. Hace pocos meses estuve en un instituto con chavales de primero de secundaria y les pregunté cómo veían ellos el futuro. Pensaba que por ser niños tendrían otro imaginario, que lo verían en positivo y hablarían de coches voladores, pero las respuestas fueron muy negativas. Si esa imaginación negativa hacia el futuro ha calado hasta en los niños, tenemos un problema como sociedad si no somos capaces de imaginar otras forma de funcionar.

P: ¿Terminará la sociedad separándose en “prepas” y “botijeros”?

R: Todavía los “prepas” son una minoría, pero acabarán ganando terreno. Sí creo –como dice Segismundo en la novela– que todos nos hemos vuelto un poco “prepas”; nos preparamos contra imprevistos que antes no contábamos. Y los gobiernos se vuelven un poco “prepas” también, porque preparan planes de actuación contra situaciones que antes no habíamos pensado. Igual que ha sucedido con la pandemia y ahora con la guerra, puede pasar cualquier cosa, así que todos nos hemos vuelto un poco “prepas”.

P: Si en España se volviera a vivir una situación similar a la pasada, ¿estaríamos más cerca de un “orden japonés” o del “no sin mi paraguas” de aquel FITUR del 2007?

R: Cuando comenzó la pandemia y el confinamiento, lo que ahora recordamos es que la gente se llevaba el papel higiénico, que había personas que se resistían a quedarse en casa y que luego las detenía la policía en la calle... Pero lo que pasó en esos momentos es que hubo muchísima otra gente que se dedicó a pensar en los demás y a ayudar al vecino. Cuando ha empezado la guerra, ya había gente que cogía furgonetas y coches para llegar a la frontera y llevar cosas y traer personas. Eso debería darnos un poquito más de esperanza de cara al futuro, que cada vez que pase algo no nos vamos a convertir en lobos y que no nos vamos a matar entre nosotros.

Isaac Rosa en la entrevista con Vozpópuli
Isaac Rosa en otro momento de la entrevista/ Clara Rodríguez

P: Escribes en El país del miedo: “... también aquellos que creemos inofensivos, los que no son habitualmente violentos ni delincuentes, los normales que pasean, trabajan y van al teatro y que de repente un día, bajo circunstancias excepcionales, se convierten en bestias”. Esto me recuerda a lo que dice el Joker en El caballero oscuro: “Te lo aseguro. Cuando haya dificultades, todas estas personas civilizadas se comerán a sí mismas. Verás: yo no soy un monstruo, solo sé quienes son”. ¿Qué de cierto hay en estas dos citas?

R: Vuelvo a lo de antes: creo que no es así. Lo que pasa es que es verdad que es lo que vemos una y otra vez, sobre todo en productos culturales. Recuerdo que cuando estaba en los primeros meses de confinamiento, dándole vueltas a la novela, uno de los elementos que me hizo empezar a escribir fue la serie El colapso. Me cabreó mucho. Tiene un planteamiento interesante: si todo falla mañana, ¿qué ocurriría? Hay algunos momentos de solidaridad y de cooperación, pero lo que más se ve es gente que se mata por conseguir el último litro de gasolina o por quitarle la comida a unos ancianos que se han quedado en la residencia. Vemos gente que se convierte en lobos para los demás. Esto lo vemos una y otra vez, nos educan en la desconfianza hacia los demás. Pero por ahí no hay supervivencia posible.

P: No obstante, los personajes femeninos son los que iluminan la historia.

R: Es intencionado. Los tres protagonistas son hombres, los tres buscavidas que estafan y que fracasan una y otra vez, y a cambio están las tres mujeres, que son muy diferentes. Quería mostrar ese reverso. Creo que tiene que ver con mi propia experiencia cercana en los últimos años, como con el movimiento anti desahucios, donde eran las mujeres las que se atrevían a dar el paso. Y luego están los jóvenes contra la emergencia climática. Eso lo vi con mi hija mayor y con todas sus amigas.

P: Segismundo advierte a su hijo que tenga cuidado con sus compañeros de clase, que se iba a sentir como un polizón, precisamente porque está en un instituto caro. Segismundo García quiere dejar de ser de clase humilde pero avisa a su hijo de que se va a sentir como un intruso en esa clase más alta a la que aspiran. ¿Por qué?

R: Segismundo García tiene un profundo rencor de clase. Ha salido durante un tiempo de esa clase humilde y ha conseguido subir a los pisos de arriba, pero luego ha caído otra vez. Ha visto que esos que están en los pisos tienen conciencia de clase, defienden a los suyos y sus intereses, y echan a los que no son como ellos. Entonces a él le mueve ese resentimiento de clase.

P: Se ha hundido casi toda la izquierda de los partidos socialdemócratas (y en Francia e Italia, también los socialdemócratas). ¿Existe un derrumbe cultural de la izquierda?

R: No creo que sea solo de la izquierda. Si miras a la derecha, también parece que la posibilidad de una derecha europea o moderada se ha esfumado. En general, ha habido un corrimiento del eje hacia posiciones cada vez más a la derecha, y eso afecta a todos los sectores.

P: Paso a mencionarte el siguiente tuit de Iván Repila: “Espantado, y triste, por la postura casi uniforme de la izquierda ante el tema de armar a civiles para que básicamente se inmolen bajo el pretexto de defender su país. Qué fácil parece cuando es el país de otro, cuando se inmola otro”.

R: Lo que sucede es que hemos pasado de ser el país del “No a la guerra” al país de “No a la guerra, pero...”. Durante mucho tiempo se nos decía que el “No a la guerra” era una posición tibia, de no resolver los conflictos... Y lo que estamos viendo ahora es que es lo contrario: el “No a la guerra” es la posición más incómoda en un momento como el que estamos viviendo. El “No a la guerra” es la postura más difícil, pero yo creo que es la más necesaria; porque mantener ese “No a la guerra” puede evitar guerras futuras. No podemos dejarnos llevar por la lógica de la guerra que ya está en marcha, que es la lógica de los hechos consumados y de las profecías autocumplidas.

P: Piensas en un futuro mejor, pero me hablas de guerras futuras.

R: Claro. Siempre se ha dicho que no existen las posguerras, sino que vivimos en un periodo de entreguerras, pero hay algunos tan largos que los consideramos de paz.

Las novelas que se desarrollan en un solo día para mí tienen una intensidad que te hace seguir al protagonista"

P: Los “botijeros”, cuando llegan al barrio de La Paz, pintan las fachadas de colores. ¿Qué puede arreglar eso si por dentro todo sigue igual o peor?

R: Los “botijeros” los vemos en el libro contados por un narrador a la contra que se queda en la superficie. Hace una caricatura, una burla, y es el lector el que tiene que ver si solo hay fachada o si hay algo más o una potencia de cambio o de transformación. Normalmente, todo tipo de transformación en los barrios incluyen también una transformación estética. Obviamente no cambia nada con un mural, pero si eso es parte de un proceso más amplio de cambio en el barrio, por supuesto que puede servir.

P: Pero Roberto, el banquero, es “botijero”.

R: Sí, claro, porque lo que él [Segismundo García] nos está presentando son cuatro “perroflautas” que se han ido al campo y se han disfrazado de campesinos, pero eso está calando en otros sectores de la sociedad.

P: En la página 116 hablas de la “herida del prepa”, algo habitual –lo de las heridas– en tus libros.

R: Sí. Hace poco me propusieron una entrevista para un congreso en el que iban a tratar los traumas, las heridas y demás. Hablando con ellos me di cuenta de esto de las heridas, pero no creo que sea algo excepcional, sino un material literario muy habitual sobre el que se puede escribir y se puede construir.

P: La historia de Lugar seguro transcurre en un espacio de tiempo de veinticuatro horas. ¿Por qué?

R: Las novelas que se desarrollan en un día para mí tienen, por un lado, una intensidad lectora que te hace seguir al protagonista. El espacio y el tiempo están comprimidos, pero en realidad se van expandiendo; en esas veinticuatro horas cabe una vida entera.

P: Lugar seguro ha sido galardonada con el Premio Biblioteca Breve 2022. ¿Qué opinas sobre los premios?

R: Los he ganado, como en este caso, por una novela inédita o, en otros casos, por una novela publicada. También he sido jurado de otros premios... No tengo una opinión general, tengo una opinión sobre los premios en los que he estado y los que conozco.

P: Es amigo de Constantino Bértolo, el cual ha dicho varias veces que a los premios habría que tratarlos como casos de corrupción.

R: Sí. Constantino es muy crítico con los premios. Yo, primero, no generalizaría, porque hay muchos tipos de premios y yo te puedo hablar de los que conozco. También creo que hay mucha leyenda urbana y muchos malentendidos. Pienso que los premios son un elemento más del mundo editorial, pero no se puede generalizar: somos el país de los miles de premios y hay miles de convocatorias y de convocantes.

P: Después de todo, ¿qué puede pasar a partir de ahora?

R: Estamos instalados en el “todo es posible”, no existe nada inverosímil. Si nos dijeran que después de la pandemia y de la guerra vienen los extraterrestres, nadie se jugaría un café a que no ocurre. Pero sin embargo estamos instalados en el “todo es posible” negativo; esperamos que todo lo malo pueda ocurrir, pero no se nos ocurre pensar que a todo esto le podríamos dar la vuelta. Si estamos en un momento en el que lo inverosímil ya no es tal, ¿por qué no se nos ocurre pensar que pueden suceder en positivo?

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