Si mezclan a Jane Austen, Kafka y Proust sale Ishiguro, eso sí, con menos palabras. La frase pertenece a la secretaria de la Academia Sueca, Sara Danius, la mujer que lleva ya tres años dando sorpresas en cada anuncio del Nobel de Literatura. En 2015 desconcertó a quienes la escuchaban cuando explicó que se concedía a la obra periodística de la entonces desconocida Svetlana Alexiévich. Pero la cosa fue a más cuando el premio fue para las rimas de Bob Dylan en 2016. Esta vez Danius tranquiliza con un premio que no disgusta, acaso porque obedece bastante bien a la receta literaria que ella misma ha empleado para describir a Kazuo Ishiguro, y que puede que sea el mejor atributo del británico: la capacidad de mezcla. Un autor de la memoria, el paso del tiempo y el olvido en la época de la postverdad.
Cada título suyo se comporta como su propia biografía: cual laboratorio
Ishiguro es un autor poco prolífico –tiene apena ocho libros- sin embargo cada título suyo se comporta como su propia biografía: cual laboratorio. Nacido en Nagasaki, en 1954, se trasladó a Inglaterra en 1960. Allí estudió en las universidades de Kent y de East Anglia. Ishiguro forma parte de la llamada generación Granta, a la que pertenecen escritores que emergieron en los años ochenta como McEwan, Martin Amis o Barnes. Aunque ya había publicado Pálida luz en las colinas (Premio Winifred Holtby) y Un artista del mundo flotante (Premio Whitbread), Ishiguro se dio a conocer con Los restos del día (1989), una novela que fue adaptada al cine por James Ivory, con Anthony Hopkins y Emma Thompson como protagonistas.
Esa es, sin duda, su novela más conocida. Ambientada en la Inglaterra de mediados del siglo XX, Ishiguro se valió de un personaje como Stevens, el mayordomo de Darlington Hall, una propiedad cuyo dueño ha muerto hace tres años y que pasa a manos de un norteamericano. Esa circunstancia permite a Stevens viajar por primera vez en su vida. A partir de esa estructura Ishiguro desarrolla una novela de claros y ocultaciones y cuyas raíces están directamente relacionadas con la II Guerra Mundial. Una especie de novela victoriana del XX que añade algo más. En ella el sirviente pasa de testigo a detective. Son los ojos de Stevens los que revelan al lector las costuras morales de su antiguo patrón. En esas páginas, Ishiguro introduce la ocultación y la memoria; lo intimista y lo histórico.
Los grandes temas de Ishiguro surgen y hacen visibles en la experimentación que hace en cada libro
Mario Vargas Llosa se ha referido a Ishiguro como un autor de raíces japonesas, con una impronta británica manifiesta. Su obra es pasto cinematográfico porque el mecanismo de su narrativa permite poner en marcha los grandes relatos sin agotarlos. Ocurrió también con Nunca me abandones (2005), una novela del tipo utopía gótica, con ecos de Blade Runner y de Soylent Green. A partir del mecanismo de la novela de iniciación, Nunca me abandones narra el proceso de desarrollo y aprendizaje de una niña (Kathy H) internada en un centro en Inglaterra donde los niños son criados para ser donantes. Convertidos en cobayas y enajenados de su posibilidad de elegir, los protagonistas vuelven a colocar en primera línea los conflictos morales del hombre que caracterizan a Ishiguro.
Los grandes temas de Ishiguro surgen y hacen visibles en la experimentación que hace en cada libro. Lo hizo en El gigante enterrado (2015), descrito por la crítica como una novela de aventuras híbrida. Ambientada en la Inglaterra medieval, este libro se vale de la fantasía, el viaje iniciático, la fábula y la épica, para indagar en la memoria y el olvido. Un círculo más dentro de los temas destacados de su obra: los fantasmas del pasado, los odios heredados así como las deslealtades y traiciones implícitas en las patrias.
Se impone en el palmarés del Nobel con una sobriedad que 'tranquiliza' los sobresaltos de los últimos años
Hay algo decimonónico y al mismo tiempo contemporáneo en las novelas del británico, que se impone en el palmarés del Nobel con una sobriedad que tranquiliza los sobresaltos de los últimos años. Su elección sorprendió a muchos, entre otras cosas porque su nombre no sonaba en las quinielas, en las que se repetían otros autores como el sirio Adonis, el israelí Amos Oz y el keniano Ngugi wa Thiong'o, y a las que poco después se añadieron la escritora Margaret Atwood. El chascarrillo Murakami, por cierto, volvió a sonar entre los posibles ganadores.
Ishiguro se convierte así en el escritor de habla inglesa número 29 en recibir el Nobel. Desde su creación en 1901 el Nobel de Literatura ha distinguido a 113 autores, 28 hasta este año en lengua inglesa, 14 en francés, 13 en alemán y 11 en castellano. La impronta europea de esta año se cierne sobre una Europa asolada por el brexit y en medio de fuertes debates sobre su propia unión. Acaso también por esto, la obra de Ishiguro tiene algo de ejemplar.
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