Mozart ha sido desde hace años el territorio donde mejor se mueve Ivor Bolton, director musical del Teatro Real desde el año 2014. Nacido en el seno de una familia de mineros al norte de Inglaterra, el clavecinista ha dirigido buena parte del repertorio del austriaco al frente de la Orquesta del Mozarteum de Salzburgo, la ciudad natal de Mozart y sede del prestigioso festival musical. Tras Idomeneo, Bolton dirige hasta el 24 de febrero La flauta mágica, sobre la que Bolton conversa con Vozpópuli entre un ensayo y otro.
Escrita y concebida para el teatro popular, La Flauta mágica es una de las últimas obras de Mozart y puede que una de las más populares. Fue estrenada en Viena, en 1791, bajo la dirección del propio Mozart, apenas dos meses antes de su muerte. Al momento de escribirla, el compositor atravesaba días malos: escaseaban el dinero y los encargos. Su ánimo, su salud y su hacienda menguaban con la misma intensidad. Fue entonces cuando el empresario teatral, actor y poeta Emanuel Schikaneder, tocó a su puerta.
“La flauta mágica fue pensada como una obra de entretenimiento, para un espacio popular, no fue un encargo de la corte. Es un cuento de hadas, muy balanceado. Con muchos niveles de significado. Espero que los padres traigan a sus hijos, porque es una obra muy sencilla pero de una profundidad tremenda. Esa es la razón por la que Mozart siempre está merodeando, por la mezcla de tantos elementos”, dice Bolton ante un piano abierto, cuyas teclas presiona para interpretar algunos pasajes de la ópera.
Antes de ser director musical del Real, dirigió en este coliseo las óperas Alceste y Las Bodas de Fígaro, Leonore de Beethoven y Jenůfa, de Janáček. Ha trabajado con la Ópera Estatal de Baviera, la Opéra national de Paris, el Maggio Musicale Fiorentino, la Nederlandse Opera, La Monnaie de Bruselas, la Wiener Staatsoper, la Opernhaus Zürich, la Semperoper Dresden, el Festival International d'Aix-en-Provence, la Theater an der Wien y la Hamburg State Opera. También ha sido director invitado en el Teatro Colón de Buenos Aires, la Sidney Opera House y la San Francisco Opera. Como clavecinista ha grabado todos los conciertos de J.S. Bach.
El espíritu de Mozart
Schikaneder escribió el libreto y Mozart la música, que completó a la vez que cumplía con algunos encargos, entre ellos La clemencia de Tito, ópera que se estrenaría en la boda de Leopoldo II, en Praga. Fue así, entre penurias anímicas y económicas, como surgió una de las óperas ─en realidad un singspiel, que mezcla texto hablado y cantado─ más conocidas y hasta hoy más representadas del mundo, y cuyo éxito tanto entonces como hoy muchos atribuyen a su marcado carácter popular.
La relación entre Schikaneder y Mozart era cercana. Ambos pertenecían a la misma logia masónica. Este dato, junto con la coincidencia del encargo para Leopoldo II no son del todo anecdóticos, porque fue el emperador quien prohibió la práctica de la masonería, una lectura de fondo que se atribuye a La flauta mágica y sobre la que Bolton propone algunos matices: “La lectura masónica de la obra surge, en buena parte por la recreación y la exaltación de un espíritu ilustrado de esta ópera".
El libreto de La flauta mágica ha sido objeto de varias interpretaciones. Existe, por ejemplo, quien asegura que la reina de la noche es una recreación de María Teresa de Austria y la Iglesia católica. "A pesar de eso no creo que esta ópera fuese una elaboración propagandística. Lo que realmente está presente es una exaltación al conocimiento y el espíritu de la Ilustración”, asegura.
La flauta mágica recoge las tensiones del contexto en el que fue escrita. La Revolución Francesa está en curso y el ascenso de Leopoldo II tras la muerte de su hermano José marcan la prohibición de toda logia masónica, ya que las identifica con la propia Revolución Francesa y las considera elementos desestabilizadores del Estado. Los ideales masónicos habían conseguido prender con facilidad en el espíritu de Mozart: las ideas de igualdad, solidaridad y fraternidad, así como la búsqueda del conocimiento. Casi todas estas ideas, presentes en la Ilustración, encuentran eco en la simbología y el argumento de esta singspiel, en la que se atribuyen tanto a Mozart como a Schikaneder el alegato masónico.
“Hoy en día la masonería está asociada con la preparación y el conocimiento. Los masones eran personas instruidas, cosmopolitas, muy del espíritu del enciclopedismo”, plantea Bolton. Ante la pregunta sobre cómo se puede escuchar a Mozart en el año Beethoven, Bolton declina tener que elegir entre uno y otro. Incluso dentro de la propia obra mozartiana, el director musical adopta una lectura de conjunto. “Nunca podríamos vivir sin las óperas de Mozart pero tampoco sin sus sinfonías, que están llenas de belleza e imaginación. Por eso Mozart siempre merodea, siempre estamos escuchándolo”.
La ópera, como la vida…
Con ya casi un lustro cumplido como director musical del Real, existen algunas obras de Mozart que Bolton quisiera dirigir en el coliseo de Caños del Peral, una de ellas Cosi fan tute o La clemenza di Tito, una ópera presentada en el Real en 2016 y que Mozart escribió en 1791, dos años después de la decapitación del Antiguo Régimen y en plena lucha contra Antonio Salieri. En aquella ocasión el director no fue Bolton sino Christophe Rousset.
En el balance que hace Bolton de su etapa en Madrid destaca el espíritu del coliseo. “Este es un teatro con un vigor fantástico. Es una experiencia de grupo, y creo que, en parte, tiene que ver con la ciudad. Pero no solo eso, internamente, el Real tiene una dinámica única, hay mucho compromiso y ganas de trabajar, un espíritu de entrega y trabajo en equipo que hacen la gente siempre quiera regresar”.
También tiene palabras para Joan Matabosch, actual director artístico, cuyo estilo se expresa en una programación que se mueve entre lo clásico y lo provocativo: “Ha recuperado composiciones que no están en el repertorio. Hay un excelente balance entre los repartos, los artistas y las obras. Siempre sabe hasta dónde hasta dónde innovar”.
En una época donde el deporte concita más audiencias, y por mucho más dinero, para Bolton la ópera sigue siendo la fórmula escénica total. “Es una manera de contar historias distinta de la que experimentamos al leer un libro o ver una obra de teatro. Es una alquimia que ocurre en tiempo real, como la vida”, explica.
Incluso Bolton descree del elitismo que aún se le atribuye al canto lírico. “En Reino Unido la gente gasta 60 libras en ir al fútbol, y las entradas a la ópera las puedes encontrar en precios mucho más bajos. “Cuando yo estudiaba, en Londres, teníamos conciertos más económicos, como los Proms. Por eso son tan populares, la gente puede asistir y escuchar de pie”.
El verdadero terreno para sembrar una sensibilidad operística, a juicio del director, es la escuela. “De niño, yo aprendí las sinfonías en la escuela, ahora eso no ocurre. Hemos pasado, al menos en Inglaterra, a una concepción utilitarista donde la educación ha perdido mucho de su espíritu enriquecedor”.
La Flauta Mágica (Die Zauberflöte, como reza su título original), que tendrá como director a Bolton en un montaje de Suzanne Andrade y Barrie Kosky, y que fue estrenada en la Komische oper de Berlín, podrá ser vista por el público del Teatro Real hasta el 24 de febrero.
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