El humorista Bob Pop, el que más hace bandera de izquierdismo dentro del gremio, concedió las pasadas navidades una entrevista a El Salto, biblia el activismo de Lavapiés. Le preguntaban por las declaraciones de Cristina Morales, reciente Premio Nacional de Narrativa, donde expresaba su deseo de ver arder las calles de Cataluña. “Soy bastante partidario del orden, la limpieza, la higiene y el civismo, o sea, soy un revolucionario muy cuqui. A mí quemar cosas no me parece bien porque huele, contamina y se gasta dinero público, y se puede hacer de otra manera. Huelga a tope y, por mucho que me perjudique, yo a tope con ello, pero a lo mejor quemar no hace falta. En eso soy un poquito rancia, un poco señora mayor de la revolución”, explicaba.
Podría ser solo una anécdota, pero cualquiera que siga la política nacional sabe que no lo es. El máximo icono de la ‘izquierda cuqui’ es -sin duda alguna- Manuela Carmena, exalcaldesa de Madrid cuya imagen asociamos de inmediato con semáforos inclusivos, magdalenas de Malasaña y pareados cursilones a los pies de los pasos de cebra. Suyas son frases como "La imaginación es un superpoder", que algún izquierdista crítico calificó como dignas de Emilio Aragón. Ahora Carmena vive de paseo entre La Ser y La Resistencia, promocionando su último libro (A los que vienen) y presentando su nuevo proyecto cuqui: la plataforma Cuidar la democracia, un espacio para reflexiones institucionales donde están implicadas la filósofa de prestigio Adela Cortina, pero también la lugarteniente del carmenismo Marta Higueras, sin duda la dirigente de su expartido que menos cariño despierta entre las bases y cuadros de Más Madrid.
La imagen andrógina de Kim Il-sung también ejerce un atractivo mucho más emocional que el que cualquier líder paternal de los países comunistas
Hablamos de una tendencia global, que ya vio venir Simon May, profesor de Filosofía en el King’s College de Londres y autor de El poder de lo cuqui, recientemente editado por Alpha Decay. El texto aporta una radiografía de los políticos que cultivan esta estética, con capítulo especial dedicado a Kim Jong-il. Allí coincide con el ensayista estadounidense R.B. Myers, profesor de Estudios Internacionales, en la siguiente apreciación sobre el cartelismo oficial del régimen de Corea del Norte: “La imagen singularmente andrógina o hermafrodita de Kim Il-sung también parece ejercer un atractivo mucho más emocional que el que cualquiera que pudieron lograr los líderes inequívocamente paternales de los países comunistas de Europa del Este”. La creciente gordura de los líderes transmite “la recién descubierta libertad de la raza coreana para recrearse en sus instintos inocentes”, así como la promesa de prosperidad.
Chalecos y gafas Trotsky
En Cataluña, ha hecho fortuna el término ‘CuquiCUP’, al menos desde hace un lustro, cuando el partido anarquista lanzó aquella ‘road movie’ promocional que parecía un anuncio de Estrella Damm (solo faltaba el lema “Mediterráneamente”). La periodista Patrycia Centeno, especializada en moda y política, realizó un análisis estético en este artículo, origen de la popular expresión. Centeno se declara fan de las camisetas de David Fernández, sean de gatos estilizados o de lemas reivindicativos. “Nunca recomiendo a los políticos las camisetas-pancarta, ya que hacen que el público desconecte del discurso para fijarse en la camiseta. Pero en el caso de formaciones pequeñas, sin cobertura mediática, me parecen un acierto”, explicaba en 2015. Mucho mayor entusiasmo le despiertan los chalecos y corbatas de Antonio Baños, así como sus gafas estilo Trotsky. “La corbata podría ser conflictiva, en este momento en que la izquierda se ha liberado de esa soga impuesta por el capitalismo, pero justo ahra resulta más rompedor llevarla”, declaraba en una entrevista con Vilaweb. Razonamientos cuqui.
El giro cuqui de la izquierda ha servido para desactivar el miedo de muchos votantes, pero desconectó a esos partidos de la frustración de los perdedores de la globalización
Antes incluso de la derrota de Manuela Carmena, el popular cómico Quequé sintetizó en una entrevista la frustración e impotencia que sentían muchas personas de izquierda. No sorprenderá el dato de que en la reflexión que más circuló apareciese la palabra ‘cuqui’. “Todo el mundo se cree clase media. Entiendo por eso que Podemos haya intentado cambiar el discurso a arriba y abajo, pero a mí, como purista de la izquierda vieja, me suena cuqui todo. Podemos ha fagocitado IU y mucha izquierda se ha quedado huérfana de voto”, subrayaba. Luego remató el razonamiento. “A Podemos y a la izquierda les hace falta mucha autocrítica sincera. No autocrítica de ser guay en las redes. Han ganado Malasaña y han perdido Carabanchel. Algo está fallando. A la izquierda le mata su obsesión con molar. Si se votase en Twitter ganaría el PACMA, pero en la vida real tienes que convencer", concluía.
Lo interesante del conflicto es su tremenda ambigüedad. El giro cuqui de la izquierda ha servido para superar el aura de comeniños y para desactivar el miedo de muchos votantes a un cambio brusco. El problema es que, por otro lado, desconectó a esos partidos de la frustración que sentían los llamados perdedores de la globalización, la clase media empobrecida. “Los políticos de izquierda ya no entienden la furia de la gente común”, resumió el periodista estadounidense Thomas Frank en una memorable entrevista de 2009. Una década más tarde, parece que el diagnostico sigue siendo válido.
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