Es solo una frase, pero muy precisa: “Los políticos de izquierda ya no entienden la furia de la gente común”. La pronunció el periodista estadounidense Thomas Frank en marzo de 2010, durante una entrevista en Público, que sirve para explicar la actual derrota de la izquierda occidental. Frank intentaba explicar el auge del movimiento popular conservador Tea Party, heraldo de las victorias del trumpismo (el gurú electoral Steve Bannon se apropió descaradamente el discurso de Frank). Hoy aquel titular suena más actual que nunca, después de unas elecciones en Castilla y León que suponen una debacle para la izquierda y un subidón para las formaciones que conectan con la frustración popular: Soria Ya y Vox, tal y como ha informado Vozpópuli.
El divorcio entre izquierdismo y trabajadores no es un relato maléfico de la derecha. Si leemos, por ejemplo, el número de enero de 2022 del mensual Le Monde Diplomatique, referente del socialismo y poscomunismo global, encontramos un amplio informe con este título rotundo: “¿Por qué pierde la izquierda?”. La pieza principal cita una frase de Jean-Pierre Chevènement, uno de los ‘enarcas’ (alumnos de la prestigiosa ENA, escuela de administración estatal) que mejor conoce Francia. “La globalización neoliberal, a través de la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas, está siendo cuestionada no por la izquierda, que en gran medida está cerrando filas con el socialiberalismo, sino por la derecha llamada populista”, explicaba en una entrevista de 2020. Su análisis podría aplicarse punto por punto el hundimiento de Unidas Podemos y Más Madrid, cuyos líderes pasaron de las manifestaciones antoglobalización de los 90 a la defensa entusiasta de la Agenda 2030, apoyada por George Soros, Bill Gates y el Foro de Davos. Se trata de una de las piruetas políticas más extremas del siglo XXI.
La izquierda contra la meseta
En 2002, la izquierda francesa ganó la alcaldía de París al tiempo que perdía veinte ciudades en el resto del hexágono. Uno de los líderes socialistas, Henry Emmanuelli, formuló entonces la teoría del metro cuadrado: “Parece que ahora la influencia de la Izquierda Plural tiende a seguir el precio del metro cuadrado, cuando tradicionalmente corría en proporción inversa a él”. Los autores del artículo de Le Monde Diplomatique recuerdan que, entre 1983 y 1989, el derechista Jacques Chirac ganó en todos los distritos de París. Luego los dos siguientes alcaldes socialistas de la ciudad dejaron una extraña herencia: triplicar el precio del metro cuadrado. Mientras las élites de izquierda priman el feminismo, la lucha contra el racismo y contra el cambio climático -causas legítimas y clásicas-, las clases populares sufren por el desempleo, la fragilidad de las pensiones y el precio de los suministros básicos (muy marcadamente calefacción, gasolina y vivienda). Un campo político nunca puede crecer desconectado de los problemas de sus bases.
Los problemas de la izquierda para conectar con Castilla y León están ya explicados en El disputado voto del señor Cayo, la novela que Delibes publicó el año de nuestra Constitución
Francia es precisamente el país donde mejor se aprecia este divorcio, como explica Pierre Souchon en otra pieza de ese informe, referida a la sorpresa que supuso para muchos la explosión de los chalecos amarillos. “Bastaba con frecuentar cualquier café de cualquier zona rural en Francia para saber que el resentimiento llevaba una década incubándose, para darse cuenta de que la ira popular crecía en torno a un asunto central: el coche. ¡Los radáres! ¡La gasolina¡ ¡El diésel! ¡La inspección técnica! ¡Las pegatinas! Pero, ¿la izquierda política y la sindical vive en el campo? ¿Frecuentan estos establecimientos? Y, si fuera el caso, ¿habría sido capaz de distinguir en esas palabras más que conversaciones de barra de bar? Los programas de los partidos para las próximas elecciones responden: no hacen ninguna mención al elevado coste del automóvil…salvo para insistir en que hay que ‘salir’ de este medio de transporte contaminante, repensar la movilidad individual y privilegiar los desplazamientos cortos”, señala el texto, perfectamente aplicable a muchos problemas de los castellanos.
No hace falta irse hasta el país vecino para comprender las disonancias cognitivas de nuestra izquierda. Basta mirar a la meseta española, tantas veces señalada absurdamente como opresora de comunidades ricas como Cataluña y el País Vasco. Muchos problemas del progresismo para comprender Castilla y León están explicados en una novela corta y potente titulada El disputado voto del señor Cayo, que Miguel Delibes publicó el año en que se promulgó nuestra vigente Constitución.
¿Sinposis? Un diputado cuarentón, su novia treintañera y otro joven candidato recién licenciado, todos ellos del PSOE, se adentran en el norte de Burgos para captar voto rural. Allí se encuentran con un señor cuya vida cotidiana es anterior al dominio de la sociedad de consumo. Los debates con él constituyen una lección de vida, haciendo pensar a los mayores y exasperando al joven. El conflicto se entiende mejor viendo estos seis minutos de la película o leyendo esta columna de Joaquín Robledo, periodista de El Norte de Castilla. Desde finales de los setenta, el problema de conexión de la izquierda con la gente común ha cambiado en las formas, pero la sustancia es el misma. Llámenlo pedantería, condescendencia urbanita o simplemente ignorancia del territorio que se intenta conquistar.
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