El llamado “belén trastero” de Ada Colau es el último eslabón de esta ofensiva ‘progre’ contra la tradiciones nacionales. Antes tuvimos a los Reyes Magos de Carmena, vestidos con pijerío delirante por Agatha Ruiz de la Prada. También causó polémica la postal navideña de Izquierda Unida Centro en 2017, ya que mostraba el tradicional abeto en llamas. Colau ya nos regaló el belén flotante, con las figuras atadas a mástiles de madera, mientras en Vallecas organizaron una cabalgata con carroza de travestis. ¿Para qué sirven estas blasfemias pop anécdoticas? Sobre todo, para regalar a la derecha el campo de la defensa de tradición y que gane -por goleada- la guerra cultural de la Navidad. No es de extrañar que inmediatamente el alcalde de Madrid aprovechase para envolver su belén en la bandera rojigualda.Los conservadores, una vez más, han sido mucho mejores analizando la situación. Marion Marèchal Le Pen tiene solo 29 años, pero es la más probable heredera del timón de la derecha francesa. Este año ha cerraba sus mítines con estas palabras de Gustav Mahler: “La tradición no es el culto a las cenizas, sino la transmisión del fuego”. La nueva derecha sabe aprovechar el menosprecio mayoritario de los ‘progres’ respecto al legado cultural de sus países, que consideran parte de la ideología dominante. Si la izquierda habla con desdén sobre la familia, los toros o la Semana Santa, la derecha sigue atenta para identificarse con estas experiencias colectivas, que forman parte central de la vida de muchos de sus compatriotas.
En su nuevo libro, A los que vienen, Carmena admite que fue un error encargar los trajes de la cabalgata a Agatha Ruiz de la Prada, además de calificarlos de “feos”.
Detectó este combate, hace más de diez años, el periodista estadounidense Thomas Frank, espléndido en sus análisis de revoluciones conservadoras como el Tea Party. Muchos de los llamados ‘progresistas’ de Occidente mantienen una agresiva política contra las costumbres de la gente común, presentando como paletos a quienes defienden instituciones como la familia, el patriotismo y el apego a tu lugar de nacimiento. El legado de la contracultura de los años sesenta y setenta ha sido, con muy pocas excepciones, un apología del individualismo, el narcisismo consumista y la lógica del mercado. La izquierda global, y muy especialmente la española, identifica cualquier reivindicación de la tradición con algo rancio, cuando sería más productivo preguntarse si esa vinculación por el pasado no es una forma de resistencia contra la fragilización de los vínculos sociales que trajo la revolución neoliberal de Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
Contra la familia y la heterosexualidad
La arrogancia de la izquierda española respecto a la tradición pueden alcanzar cotas delirantes. Es el caso de una reciente columna en El País de la filosofa y activista Paul B. Preciado, donde califica la heterosexualidad y la familia como peligrosas. “Del mismo modo, el reconocimiento del hecho de que la mayor parte de los abusos y las violencias sexuales contra niños, niñas y niñes tienen lugar en el seno de la familia heterosexual llevaría a la abolición de la familia como institución de reproducción social, en lugar de a la demanda de legalización de la adopción por parte de las familias homoparentales. No necesitamos casarnos. No necesitamos formar familias. Necesitamos inventar formas de cooperación política que excedan la monógama, la filiación genética y la familia heteropatriarcal”, propone. Recordemos que la familia y sus lazos de solidaridad fueron un factor clave para amortiguar el empobrecimiento y la exclusión social tras la debacle financiera de 2008.
“Creo que en España no hubiese triunfado Franco si la izquierda de los años veinte y treinta hubiese entrado en las iglesias en vez de quemarlas", opina Frei Betto, asesor de 'Lula'.
¿Cuál ha sido el precio de la pulsión antirreligiosa de nuestra izquierda? Frei Betto, intelectual brasileño asesor del expresidente 'Lula', explicaba su punto de vista hace tres años: “Creo que en España no hubiese triunfado Franco si la izquierda de los años veinte y treinta hubiese entrado en las iglesias en vez de quemarlas. Franco supo manipular la religión en su beneficio personal. Los que criticaron a Chávez por dar discursos con un crucifijo tienen una mirada neocolonial. Muchos de ellos son los mismos que endiosaron a Mao y Stalin. La izquierda de México, por ejemplo, es la más anticlerical de América Latina. Siempre les digo ‘compañeros, no vais a ningún sitio sin la virgen de Guadalupe porque el pueblo lleva siglos yendo detrás de ella’”, explicaba.En el enfoque contrario, encontramos a intelectuales de izquierda como Fruela Fernández, autor de Una tradición rebelde: políticas de la cultura comunitaria (La Vorágine, 2019). Este era su análisis hace unos meses en Vozpópuli: “Líderes de derecha como Marion Maréchal utiliza la tradición como un filtro cultural, como una forma de decidir quién puede estar entre nosotros y quién tiene que ser excluido. La derecha trabaja siempre desde una idea de tradición muy restrictiva y de un relato histórico armado para preservar la estructura del poder. Por oposición, creo que una parte de la izquierda ha asumido que la cultura tradicional era una víctima necesaria de la transformación social: para poder construir el mundo nuevo hay que destruir todo lo viejo. El primer error es olvidar que la tradición ha sido también una herramienta política contra los excesos de la industrialización y del mercado, como vieron E.P. Thompson o Karl Polanyi”, recuerda.
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