Cultura

"La izquierda no es 'woke'", un ensayo para situarnos en la batalla cultural

La vieja censura se centraba en el discurso; la nueva se centra en el orador

La izquierda europea tiene muchos motivos para la reflexión. El auge de una derecha iliberal que pugna con ella por un electorado que otrora le perteneció y sus últimos resultados electorales, más bien discretos, han inquietado a algunos pensadores, políticos, periodistas que ya no pueden limitarse a soslayar el problema. Prospera la idea de que deben retomarse algunas causas descartadas por atávicas; la idea, para muchos intempestiva, de que la lucha de clases sigue vigente; la idea de que acaso se dio a Marx por muerto demasiado pronto. La izquierda, argumentan muchos, debería retomar su vetusta aspiración de alterar el sistema económico.
Es interesante, por tanto, la publicación de Izquierda no es woke (Debate, 2024), de la filósofa estadounidense Susan Neiman. Acuciada por los reveses electorales de la socialdemocracia, convencida de que la izquierda fracasa por el sencillo motivo de que está siendo infiel a sus orígenes, nuestra autora escribe un ensayo que parece llamado a provocar escándalo. No pretende el retorno de una izquierda marxiana, sino simplemente el de una izquierda ilustrada. No cree que la izquierda haya traicionado sólo a Marx; cree que ha traicionado fundamentalmente a la Ilustración: «En los últimos años, se ha culpado a la Ilustración de la mayor parte de nuestras miserias cuando, hace solo un siglo, a la fuente del sufrimiento contemporáneo se la llamaba “modernidad”. Al fin y al cabo, hay que echarle la culpa a algo grande. Puede que el ataque a la Ilustración comenzara en las universidades estadounidenses, pero su alcance se ha extendido por la cultura de gran parte del mundo occidental».

La tesis de Neiman es que la izquierda 'woke' tiene más que ver con el reaccionario De Maistre que con el ilustrado Montesquieu

Atendamos, por ejemplo, al asunto de la libertad de expresión. La vieja izquierda ilustrada profesaba la cuestionable pero noble idea de que uno tiene derecho a decir lo quiera aunque lo que quiera sea erróneo. La nueva izquierda posmoderna profesa la cuestionable e innoble idea de que uno tiene derecho a decir lo que quiera siempre y cuando lo que quiera sea políticamente pertinente. La vieja izquierda democratizó la opinión; la nueva la aristocratiza. Define los límites de lo decible y lo indecible, de lo nombrable y lo innombrable. Uno puede expresarse libremente a condición de que su expresión coincida con el dogma.

Se dice a menudo que la izquierda woke ha retomado el método reaccionario de la censura; yo prefiero decir que lo ha reformulado hasta envilecerlo. La vieja censura se centraba en el discurso; la nueva censura, por su parte, se centra en el orador. El objeto de la comentadísima cultura de la cancelación no es tanto la incorrección política como el políticamente incorrecto. No se cancelan pensamientos, se cancelan pensadores. No se condena el pecado, se condena al pecador. Antaño uno podía decir una censurable incorrección con la tranquilidad de que, al cabo de un tiempo, podría pronunciarse sobre cualquier otra cosa. Hoy uno puede decir una censurable incorrección a condición de que acepte que quedará socialmente incapacitado para pronunciarse sobre todo. Yo discrepo de la vieja izquierda ilustrada porque creo en el pecado y de la nueva porque creo en la misericordia.

Universalismo y fragmentación

En cualquier caso, Neiman se detiene en algo menos evidente: el universalismo. La vieja izquierda, también la marxista, estaba convencida de la existencia de algo así como una humanidad común, digamos que tenía un mensaje para el hombre de todas las razas y culturas. Si pecó de algo, fue de exaltar las similitudes y de soslayar las diferencias. Ahí está la famosa frase del anti-ilustrado De Maistre: «No existen hombres en este mundo. A lo largo de mi vida he visto franceses, italianos, rusos, etcétera. Sé incluso, gracias a Montesquieu, que se puede ser persa. Pero, en cuanto al hombre, declaro no haber conocido nunca a ninguno». La tesis de Neiman, sin duda interesante, es que la izquierda woke tiene más que ver con el reaccionario De Maistre que con el ilustrado Montesquieu. De Maistre cometía el error de hipostasiar una identidad. La nueva izquierda comete el error de hipostasiar muchas identidades. Obvia lo que nos une y exalta todo lo que nos diferencia. La vieja izquierda ilustrada tenía un proyecto salvífico para toda la humanidad; la nueva izquierda woke tiene un proyecto salvífico para los negros, otro para los gays, otro para las mujeres, otro para los trans. «Hoy en día, se considera un artículo de fe que el universalismo, como otras ideas de la Ilustración, es una farsa inventada para maquillar las visiones eurocéntricas en las que sustentó el colonialismo», dice nuestra autora.
Para terminar, Neiman subraya algo relevante, una verdad que la izquierda woke acostumbra a obviar. La conciencia de una humanidad común es la condición necesaria para que yo, que no soy ni negro ni gay, me subleve contra las injusticias que padecen negros y gays.

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