Cultura

Izquierda o Española, por qué hay que elegir

La izquierda dominante aplica un duro control de lealtad a los que están dentro y a los que pretenden entrar en su perímetro moral

¿Qué es la izquierda? La pregunta vuelve a resonar a propósito de la aparición del nuevo partido Izquierda Española. No es un debate intelectual, sino un drama: los argumentos sobre principios, ideas y políticas apenas importan. Lo decisivo es si la izquierda te deja o no pasar a su casa. Ya te puedes autopercibir progresista que, si no te abren la puerta, facha te quedas. Si te dices de derechas, asunto concluido; si te dices de izquierdas, sacan un guante de látex. La izquierda decide lo que es la izquierda y, por oposición, lo que es la derecha (al revés no sucede). Este proceso recursivo sirve, principalmente, para mantener la cohesión del bloque bajo la amenaza de excomunión: Guillermo del Valle, líder del nuevo partido, ya está durmiendo con los peces, junto a otros traidores como Felipe González o Alfonso Guerra.

Traidores, sí. Utilice o no el término, la izquierda dominante aplica un duro control de lealtad a los que están dentro y a los que pretenden entrar en su perímetro moral. Este perímetro se mueve, las ideas y principios de ayer mutan o se sustituyen, y el que no se adapta, el que quiere seguir siendo de izquierdas como antes, es expulsado al infierno de la derecha, porque la lealtad se dirige a la etiqueta del tarro antes que a su contenido. La lealtad es igual de importante, o más, en la derecha, pero su objeto no es tan volátil. Es, principalmente, la nación. En general, alguien de derechas al que se le acusa de progre lo llevará mejor que si se le tacha de mal español.

En La mente de los justos (2012), el psicólogo social Jonathan Haidt dice que el progresismo no comprende la importancia que la lealtad, la autoridad y la santidad tienen para los conservadores. Yo diría que sí los entiende, pero que ha redirigido estos fundamentos morales a objetos diferentes de los de la derecha. Que los progresistas sean universalistas no quiere decir que no den importancia a la lealtad, sino que la sitúan en la propia izquierda y no en la nación. Recelan de la autoridad formal y jerárquica, pero no de la autoridad moral, lo que explica su ansiedad por parecer virtuosos señalando las faltas de otros. Un general del ejército puede ser buena persona, pero para que lo obedezcan sólo tiene que señalarse los galones.

Ya te puedes autopercibir progresista que, si no te abren la puerta, facha te quedas

En cuanto a la santidad, tal vez recuerden el caso de un mural feminista vandalizado en Madrid hace tres años. Una de las voces más indignadas fue la de Rita Maestre, conocida por su asalto en sujetador a una capilla en sus tiempos de activista. No es que Maestre carezca de sentido de lo sagrado, es que pretende aplicarlo a otros objetos: capillas no, murales feministas sí. Piensen también en la propuesta de Podemos de sustituir el desfile militar del 12 de octubre por uno de médicos, profesores y otros funcionarios (ojalá inspectores de Hacienda). O en la famosa frase “la patria es un hospital”. Para el progresismo, la Constitución es sólo un papel (en esto aciertan), pero la Declaración de los Derechos Humanos es un texto divino; la bandera es sólo un trapo, salvo que sea la LGTBI; A España se la puede insultar, pero a los servicios públicos sólo se les puede venerar.

Según Haidt, los fundamentos morales de lealtad, autoridad y santidad fueron esenciales para que los grupos sociales (tribu, ciudad, reino…) sobrevivieran. Por eso han llegado hasta nosotros y por eso la izquierda también los adopta. El problema es que al situarse a sí misma como objeto de su propia lealtad, autoridad y santidad, señalará como ilegítima (¡fachas!) a la no izquierda. La derecha, en cambio, no se obsesiona tanto con su propia pureza y acepta a la izquierda mientras no cuestione la unidad de la nación, su principio sagrado. Tal y como están las cosas, con una izquierda separatista o aliada con el separatismo, el conflicto es inevitable. Si Izquierda Española logra algún día los votos suficientes para ser relevante, se verá obligada a elegir entre los dos términos de su nombre: Izquierda o España. Y no, precisamente, porque le obligue la derecha a la que rechaza, sino porque le obligará la izquierda a la que quiere pertenecer.

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