Jaime Rosales es uno de los cineastas más respetados del panorama cinematográfico español. Sus películas han pasado por el festival de Cannes hasta en cinco ocasiones -Hermosa juventud y La soledad se presentaron en la sección Un certain regard, mientras que Las horas del día (2003) obtuvo el Premio de la Crítica Internacional en la Quincena de Realizadores, donde también se presentaron Sueño y silencio (2012) y Petra (2018)-. Sin embargo, también tienen fama de no estar hechas para todos los públicos, ni para todos los académicos. Solo ha sido galardonado en los Goya por su cinta La soledad (2007), a mejor dirección y mejor película.
Este cineasta, que asegura mantenerse al margen de las redes sociales y que tiene fama de creador libre e independiente de modas y corrientes, en ocasiones puede parecer demasiado distante, frío o altivo, y sostiene afirmaciones a riesgo de nadar contra corriente. Acaba de presentar en el Festival de San Sebastián su reciente película, Girasoles silvestres, su cinta más accesible, según sus palabras, y afirma no haber estado preparado para todas las opiniones que ha suscitado este viaje de una joven madre hacia la estabilidad a través de tres parejas.
Con motivo del estreno de este nuevo filme en los cines el próximo viernes 14 de octubre, el director ha hablado con Vozpópuli sobre las masculinidades tóxicas, la precariedad de los jóvenes que aparece en sus películas o el lugar que ocupa la política en la creación y en la vida cotidiana.
P: Girasoles silvestres es en esencia un viaje a la madurez emocional. ¿Cómo pensó esta película?
R: Hay pocos que dan en el clavo y, sin embargo, la película no me parece tan difícil, aunque es cierto que lo bonito de una película es que se pueda interpretar de maneras diferentes. Había dos cosas que me interesaban, lo que no significa que esos sean las únicas: las personas muy diferentes entre sí que atravesamos a lo largo de nuestra vida y la madurez en el recorrido. Julia (Castillo) va madurando y, en esa maduración, sus objetivos, que son complejos -lo que quiere es tener una familia y un oficio-, no son evidentes.
P: ¿Cómo encaja aquí la expresión "masculinidades tóxicas"?
R: No me gusta ni la palabra 'masculinidad' -siempre he visto hombres y mujeres- ni 'tóxica'. Me parece que lo tóxico es algo que mata. Es verdad que hay hombres que han matado a sus parejas y en ese caso sí se aplicaría. No me gusta esa palabra, es más adecuado "hombres" y creo que existen relaciones conflictivas. No está en mi vocabulario.
Buscaba una obra más abierta al espectador en su lenguaje, que llegase a más gente, con un montaje más dinámico, más colorido y actores muy atractivos", cuenta Jaime Rosales
P: Hoy en día existe una tendencia a buscar maneras diversas de definir las masculinidades. ¿Se ha sentido obligado en algún momento a posicionarse, buscar o describir?
R: Cuando hago una película establezco una serie de contratos. El primero es conmigo mismo. Contar algo con lo que yo siento que es importante y que es veraz desde mi punto de vista. Segundo, tengo que establecer un contrato con los que van a hacer la película y van a colaborar en este proyecto. En tercer lugar, con quienes ponen el dinero y, en cuarto lugar, con el espectador. Cuanto más homogéneo sea este contrato, mejor. En esta película estaba muy claro que buscaba una obra más abierta al espectador en su lenguaje, que llegase a más gente, con un montaje más dinámico, más colorido y actores muy atractivos, y también hacerlo tocando un tema que es importante pero desde un lugar que no es evidente.
P: ¿Le sorprendieron las reacciones o lo que se ha destacado en San Sebastián? ¿Ha habido comentarios que no había previsto?
R: Puede que no me haya sorprendido mucho porque uno ya empieza a llevar muchas batallas encima. Cuanto más actual e importante es un tema generalmente más puntos de vista van a surgir. Cuando hice Tiro en la cabeza pasó algo parecido. Esto ocurre, no pasa nada y es bueno que sea así. Pero Tiro en la cabeza la hice con un lenguaje ultraradical y esta la he hecho con un lenguaje muy amable con el espectador.
P: Es su película más accesible. ¿También la más compleja?
R: Tuvo una dificultad muy fuerte añadida por el covid. Perturbaba en el rodaje y luego a nivel familiar también. No sabías si al día siguiente tendrías que parar, con un protocolo que es un añadido más, a nivel familiar, un día ingresaban a uno de mis padres y al día siguiente al otro. Fue un rodaje infernal. La película tenía las mismas dificultades que tienen las demás. No suelo sufrir con los actores sino más bien al revés: me resultan placenteros.
P: La precariedad en los jóvenes aparece pero no es algo nuevo en su trabajo. ¿Cree que en 2022 los jóvenes viven peor?
R: Tengo la sensación de que la precariedad es menor ahora que hace diez años en general y entre jóvenes también. Todo ha mejorado en los últimos diez años. Lo material (un móvil, un coche, una nevera, un café o una panadería); es mejor ser mujer hoy en día que hace diez años; es mejor ser homosexual hoy en día que hace diez años; es mejor ser de una minoría racial hoy en día que hace diez años. El mundo va mejorando.
La vida es el resultado de las elecciones. Tú partes de una casilla, es indudable, pero yo no creo en el determinismo social", opina el director
P: ¿Y es mejor también ser madre o padre o comprarse un piso hoy que hace diez años?
R: Creo que sí. Algunos jóvenes me comentan que no tienen hijos pero les pregunto si han estado en Australia o en Estados Unidos y me contestan que sí, pero sus padres no. A lo mejor es un problema de prioridades. Tener hijos y recorrer mundo me parece que no es posible, ni ahora ni antes. Las prioridades son otras, lo cual no es un juicio de valor. En cambio hay otras personas que conozco que sí que tienen hijos y no han ido a Australia.
P: Una percepción entre la prensa a raíz de los primeras proyecciones de su película ha sido cierto aburguesamiento en la manera de ver a las tres parejas que la protagonista tiene a lo largo de la película. ¿Está de acuerdo con esta crítica?
R: He de reconocer que la única reacción que me sorprendió era esa. No lo planteaba en esos términos. Lo que creo es que si el personaje de Óscar es un cafre, difícilmente va a poder sostener una familia y tener un oficio, mientras que si es un hombre más cabal y más maduro, probablemente podrá tener una casa, una familia y un oficio y, por tanto, unos ingresos. Al final, la vida no es algo que surge como una seta fruto del azar, sino que es algo que se construye. Amancio Ortega empezó haciendo batas, y las hacía muy bien, y luego además tomó buenas decisiones, y además en otra etapa contrató a Pablo Isla… Fue tomando buenas decisiones. Habrá otra persona, como Mario Conde, un abogado del Estado que empezó a tomar malas decisiones y acabó en la cárcel y su familia ha acabado arruinada. La vida es el resultado de las elecciones. Tú partes de una casilla, es indudable, pero yo no creo en el determinismo social. Puedes ascender o puedes descender, y ese ascenso y ese descenso es fruto de las decisiones del individuo.
P: ¿Considera que en los últimos años se ha politizado mucho la crítica cinematográfica?
R: Los políticos han sido muy hábiles y han conseguido chupar la atención, como si todo lo que ellos hacen y todo lo que dicen es muy importante, y eso ha terminado contaminando a la crítica cinematográfica. Efectivamente, una película se puede decir que tiene un eje estético, un eje político y un eje humano. De esos tres, a mí el que menos me interesa es el político. El que más el estético y el segundo el humano. Sin embargo, lo estético y lo humano han desaparecido. Cuando leo una crítica no se habla del punto de vista, ni del empleo de la banda sonora, ni de las elipsis, de la condensación, de la extensión del tiempo, ni de las paletas cromáticas o de las motivaciones psicológicas o los conflictos humanos. Y luego, en cambio, la dimensión política, que también existe, lo ocupa todo.
Los políticos han ganado la partida y nos han convencido de que tenemos que hablar de ellos y de lo que ellos piensan", afirma Jaime Rosales
Los políticos han ganado la partida y nos han convencido de que tenemos que hablar de ellos y de lo que ellos piensan. Pensar que nuestra vida depende de quien está gobernando es un disparate. Mi vida no ha dependido de los presidentes que han gobernado este país, ni la de nadie. Ellos nos convencen de que son quienes nos guían y se produce también una dejación de responsabilidades.
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