Cultura

Una orquesta de jazz con 126 poetas y un sevillano

El filólogo y profesor servillano Juan José Guijarro ofrece una historia acerca de la influencia que ejerció el jazz sobre distintas generaciones de poetas en España.

Surgido a comienzos del siglo XX en una ciudad del sur de Estados Unidos, Nueva Orleans, como vía de expresión de la minoría afroamericana, el jazz se convirtió en centro de la música del siglo XX. A España, sin embargo, no llegó sino mucho más tarde, prácticamente hasta 1929, fecha en que Sam Wooding y sus Chocolate Kiddies actuaron en Madrid, San Sebastián y Barcelona. Y aunque hay quienes afirman que aquella época una orquesta de negros retumbaba las paredes del Rector's Club –en los bajos el hotel Palace– el jazz que se escuchaba era poco y raro. No es de extrañar entonces que su aparición captara la atención de muchos, incluidos por supuesto los poetas.

Ese es el tema central de Fruta extraña. Casi un siglo de poesía española del jazz, un volumen que reúne versos dedicados a esta música por 126 poetas. Ha sido el profesor de la Universidad de Sevilla Juan Ignacio Guijarro quien ha recopilado la mayoría de los textos incluidos en una antología que se abre con el poema Elegía del viejo Madrid, de Emilio Carrere, y cierra con Beat Generation, de Rodrigo Olay.

Si al principio el jazz fue concebido como una música lúdica y frívola que invitaba al baile, con el paso de los años se ha ido transformando en un arte de enorme complejidad y riqueza, que permite a los poetas ahondar en temas eternos e inherentes a la condición humana. Los hay fatalistas, como Carrere y Blas de Otero, quienes reniegan de un ritmo a su gusto demasiado imperialista, pero que cautiva sin embargo a la inmensa mayoría de los 126 poetas incluidos en la antología. Uno de los más entusiastas, según Guijarro, fue  Gabriel Celaya, quien dedicó al jazz casi un libro entero; también Joan Margarit.

García Lorca tal vez fuese el único poeta de su generación que escuchó jazz en un club de Harlem, el Paradise, como refleja en Poeta en Nueva York; Jorge Guillén, en el poema Los negros evoca una canción de Louis Amstrong, mientras el sevillano Rafael Lasso de la Vega habla de él como música de Cabaret. El poeta Fonollosa denuncia en otro poema cómo los blancos tratan de apropiarse de la música de los negros y Félix Grande, amante del flamenco, establece en sus versos un paralelismo entre una música y otra, fraguadas ambas en ambientes de marginación.

Luis Alberto de Cuenca, que ha escrito canciones para La Orquesta Mondragón y para Loquillo, describe las canciones de Dinah Washington como "un grito (o un susurro) de angustia y soledad", mientras que Eduardo Jordá toma el clásico Bird para el poema que dedica a otro clásico, Charlie Parker.

Fruta extraña toma su nombre del poema en el que el profesor y escritor Abel Meeropol denunció los linchamientos de negros en algunos estados del sur. Eran justamente esos, los  "cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña", el raro futo de aquel árbol amargo.

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