Este año se cumple el treinta aniversario de La guerra del golfo no ha tenido lugar (1991), el libro más polémico de Jean Baudrillard (1929-2007), filósofo francés tan venerado como ridiculizado. Cuando se publicó, sus detractores le acusaron de frivolizar la invasión de Iraq, denunciando que la calificaba como un simple simulacro (una interpretación rechazada por los expertos en este autor). En esa época comenzaba ya el cuestionamiento de la filosofía posmoderna, que llegaría a su cénit con el éxito de Imposturas intelectuales (1997), de Alain Sokal y Jean Bricmont, el ensayo que denuncia que gran parte de esta corriente de pensamiento era simple cháchara (entre ellos, destacadamente, autores como Jacques Lacan, Gilles Deleuze y el propio Baudrillard). Los más ácidos críticos españoles llegaron a rebautizar al profesor francés como 'Ladrillard'.
A pesar de su influencia decreciente, el taquillazo The Matrix (1999) se inspira en sus teorías e incluso se le hace algún guiñó en el metraje. Después de esta chispa de gloria pop, poco se habló de él fuera de la academia. La izquierda viró hacia firmas anglosajonas más pegadas a problemas concretos como Noam Chomsky, Naomi Klein y Michael Moore. ¿Es posible que resucite hoy este visionario venido a menos? La publicación de un librito con dos conferencias impartidas en España, titulado La agonía del poder (CBA, 2021), donde el escepticismo militante de Baudrillard ilumina conflictos actuales. Cristina Santamarina, doctora en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, firma un esplendido prólogo donde explica que uno de los méritos de los libros del francés era la doble denuncia de lo carnavalesco y lo canibalesco.
El imperio de lo banal
Un fragmento del texto de Santamarina: “La realidad misma y sus protagonistas se ofrecen como un suceso efímero, como intrascendente, como espectáculo. No importa si es el drama de las hambrunas, de la guerra, la quema de un continente, los incomprensibles datos de fluctuaciones bursátiles o los festivales de Eurovisión. Todo vale para entretener, para disuadir disconformidades, para producir audiencias que se intercambiarán mercantilmente por espacios publicitarios, para trivializar todo lo que es imposible metabolizar. Y todo esto, ¿por qué? Dice Baudrillard: para hacer desaparecer la realidad, para sustituirla por lo virtual”, explica Santamarina, basándose en los textos del francés.
La globalización es una gigantesca empresa de aniquilación de todas las formas tradicionales y refractarias”, escribe
Lo que antes parecía simple cháchara suena ahora como una profecía de la llegada de Mario Vaquerizo, las entrevistas de David Broncano y el dominio de nuestras vidas cotidianas por la bisutería digital de las redes sociales. “¿Se trata de un fenómeno de voyeurismo pornográfico? No, lo que la gente ansía no es sexo, sino el espectáculo de la banalidad, que es el verdadero porno de hoy. La verdadera obscenidad es la irrelevancia, la insignificancia y la nulidad”, escribe Baudrillard. Incluso ve en él éxito del reality show Gran Hermano una declinación pop de la distopía de Orwell. Destaca del programa que “la visibilidad policíaca total afecta al propio público, movilizado como voyeur y como juez. Es el público el que se ha convertido en 'Gran Hermano'”, destaca.
Una de las tesis más desafiantes del libro sostiene que el colonialismo y la globalización son una especie de venganza de Occidente contra los pueblos que todavía no han perdido su densidad sociocultural ni sus vínculos humanos: “La matanza de San Bartolomé, el exterminio de los indios americanos por los españoles, la relación de Estados Unidos con el Islam: una vez que se ha perdido la fe y los valores, es preciso eliminar a aquellos cuya fe es más intensa o cuya estructura simbólica se ha salvaguardado. En todas partes es preciso vengarse de los otros por la pérdida de los propios valores. Y esto es lo que Occidente sigue haciendo en el marco de una globalización que, en el fondo, más que una operación tecnológica, es una gigantesca empresa de aniquilación de todas las formas tradicionales y refractarias”, denuncia. Suena más sensato que nunca y da qué pensar.
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