Hay un consenso en la mayoría de los historiadores especializados en este periodo que apoyan la existencia de Jesús de Nazaret. Desde un punto de vista histórico, debemos desprender al personaje de todos los detalles de la figura mística de Cristo, y entender a Jesús como un artesano o albañil que vivió en Judea (en el actual estado de Israel) en el siglo I d. C. Era un ferviente judío, estudioso de las escrituras que predicó y consiguió reunir un grupo de seguidores, anunciando la llegada inminente del reino de Dios, y que fue condenado a muerte en Jerusalén bajo el gobierno del prefecto romano Poncio Pilato.
Este perfil no es nada extraordinario y tenemos constancia de varios predicadores similares en la Judea de esta época. Pero en ningún caso, Jesús tenía la intención de formar una nueva religión, Jesús nació y murió como un judío.
Las principal fuente para conocer la vida de Jesús son los Evangelios, que son textos de propaganda religiosa y que por tanto hay que tratar con mucha cautela. Estos textos fueron compuestos entre 40 y 80 años después de la muerte de Jesús: Marcos, hacia el 70-71 d.C; Mateo, entre el 80 y el 85 d.C; Lucas, entre el 95 y el 100 d.C; y Juan, entre el 100 y el 110 d.C.
Los autores son anónimos y los nombres que han pasado a la historia son fruto de la tradición cristiana posterior. Además, estos autores no fueron testigos de los hechos que relatan, sino que compilaron la tradición oral y escrita de los hechos y palabras de Jesús, recordemos entre 40 y 80 años después de su muerte. Fuera de estos textos cristianos, solo tenemos breves y dudosas menciones del historiador judío Flavio Josefo, a finales del siglo I; y del historiador romano Cornelio Tácito, en torno al 115 d.C.
Aun así, los evangelios representan una valiosa fuente de información para los historiadores. Uno de los principales expertos del Nuevo Testamento y del cristianismo primitivo, Antonio Piñero, explica en sus obras que es “más racional y sencillo históricamente explicar la existencia del cristianismo, admitiendo que hubo de existir el personaje al que se invoca como fundador del movimiento”.
Los defensores de la existencia de un Jesús real sostienen que si los evangelistas se lo hubieran inventado, lo habrían hecho de manera más consistente en los detalles y sin tantas contradicciones internas, lo habrían hecho "más perfecto". Y sus textos no reflejarían pasajes que contradicen ciertas concepciones y dogmas cristianos, como apunta el historiador Javier Alonso en ‘La última semana de Jesús’.
¿Cómo era el mundo de Jesús?
Jesús nació en la región de Galilea, en el actual estado de Israel, en un momento en el que el Imperio Romano controlaba el Mediterráneo. Apenas tenemos detalles de su vida hasta que comienzan sus prédicas. Según los evangelios nació bajo el reinado de Herodes el Grande (fallecido en el 4 a.C), y murió bajo el gobierno del prefecto romano Poncio Pilato (entre el 26 y el 36 d.C). Tanto él como sus discípulos hablaban arameo, el hebreo estaba reservado a la liturgia, mientras que la lengua con la que los romanos administraban el Mediterráneo era el griego.
Desde el reinado de Herodes, el reino judío era un estado cliente de Roma y unos años más tarde, Augusto, primer emperador romano que gobernó hasta el 14 d.C, convierte a Judea en una provincia más del Imperio, que será controlada por un prefecto, que tendrá como obligación el cobro de impuestos y el mantenimiento del orden. Dos aspectos muy sensibles que serán desafiados, al menos de palabra, por el propio Jesús. Además, los prefectos eran los responsables de cualquier asunto que afectase a la seguridad del Imperio, y en casos que comportasen pena de muerte.
¿Quién fue el responsable de su muerte?
Según los Evangelios, Jesús viajó con sus discípulos hasta Jerusalén para celebrar la Pascua. Tras una serie de prédicas y acciones que ahora se recuerdan cada Semana Santa, es detenido y condenado a muerte.
No hay duda de que los responsables del ajusticiamiento de Jesús fueron las autoridades romanas. Posiblemente instigados por el sanedrín judío, que en la época actuaba como representante del pueblo judío ante los romanos. No obstante, a Jesús se le condenó como a un sedicioso contra las leyes romanas, y el castigo de la crucifixión concuerda con este delito.
Es muy probable que Pilato intentara con esta sentencia eludir problemas más graves en su prefectura, al percibir a Jesús como un individuo políticamente peligroso que podría provocar algún tipo de levantamiento contra el poder romano, es decir, problemas de orden público, pero no de tipo religioso.
La culpa hacia los judíos, que mantuvo la tradición cristiana durante siglos, nace en los propios Evangelios que tratan de exculpar continuamente a Pilato. Cuando fueron redactados, los evangelistas prefirieron exonerar a la autoridad romana, y describir el proceso contra Jesús como un conflicto interno del judaísmo. Así, quisieron evitar que Jesús fuera percibido por los lectores, muchos de ellos ciudadanos romanos, como una amenaza para el Imperio.
Recomendaciones bibliográficas
'Ciudadano Jesús', Antonio Piñero. Adaliz ediciones.
'La última semana de Jesús', Javier Alonso. Alianza editorial
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