Joker: Folie à Deux provoca en quienes la han visto una misma pregunta: ¿por qué? Todd Phillips, director de la disparatada y divertida Resacón en Las Vegas (2009), enmudeció al público en 2019 con Joker, una versión del célebre personaje de los cómics de DC que llamó la atención por su apuesta amoral, contradictoria, estremecedora y muy política, con una actuación de Joaquin Phoenix que para muchos hizo tambalear el reinado de Heath Ledger en el personaje de Joker que interpretó en El caballero oscuro de Christopher Nolan.
El anuncio de una segunda parte, pues, era la golosina más deseada del año, hasta que aparecieron las primeras imágenes de la secuela y las sospechas empezaron a aflorar. ¿Se había convertido aquella película incómoda, imprevisible y oscura en una simple historia musical y acaramelada? Los presentimientos se convirtieron en certezas cuando la cinta se estrenó en la pasada edición del Festival de Venecia. El lugar en el que cinco años antes había logrado el León de Oro, máximo galardón del certamen, se convirtió en el lugar en el que se estrelló esta segunda parte. ¿Demasiadas expectativas, quizás?
Esta segunda parte de Joker muestra cómo Arthur Fleck (Phoenix) permanece internado en Arkham a la espera del juicio por los diversos crímenes que cometió. Durante esta espera, descubre dos pasiones: el amor en una mujer misteriosa y atormentada, Harley Quinn, y la música, que le ayuda a superar y a entender lo que pasa por su cabeza y a dar rienda suelta a sus pensamientos.
Así, la película se divide en dos partes: una primera que se desarrolla en el correccional y una segunda parte en el juzgado. Y lo que sobre el papel podía parecer una buena idea, para conseguir profundizar en las motivaciones y contradicciones de este archienemigo de Batman, se convierte en una pérdida de rumbo constante que no se endereza pese a los virajes, porque ni en un cambio de género, del cine musical al judicial, consigue arrancar el ritmo.
¿Un musical?
Una de las novedades en esta secuela es el peso del apartado melódico. Sin embargo, no es suficiente para considerar esta película un musical propiamente dicho, según se cansó de asegurar el equipo durante la promoción en Venecia, pero está demasiado presente como para agotar al espectador. Los actores protagonistas cantan y bailan en las escenas que simbolizan un particular paréntesis narrativo, pero estas versiones de temas de Frank Sinatra o los Carpenter no tienen ninguna función más que exhibir el talento de quienes las interpretan.
Que nadie se deje eclipsar por el combo interpretativo del cartel: lo que promete el "show" nunca llega
Sea como fuere, el apartado musical no descubre nada: todos hemos visto brillar a Joaquin Phoenix con un registro vocal envidiable en el biopic sobre Johnny Cash En la cuerda floja (2005) y es de sobra conocida la capacidad de Lady Gaga, pero aquí el sentido del número musical es nulo y todo parece un ensimismamiento que no aporta nada ni a la historia ni a los personajes.
Lo que sí consigue Todd Phillips durante los 137 minutos que dura la película es un sopor, un tedio y una desesperación por salir de la sala que no encaja con las ganas que cualquiera (todos los espectadores que consiguieron una recaudación de 1.000 millones de dólares para la primera parte) puede tener de saciar la curiosidad por saber qué le ocurre a ese personaje tan vibrante, enérgico y delirante. No hay reflexión sobre la salud mental ni tampoco espacio para observaciones políticas, como si toda la carga de la primera parte hubiese sido una ensoñación. Que nadie se deje fascinar por el combo interpretativo del cartel: lo que promete el "show" nunca llega.
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