Antes de entrar en el análisis, un poco de contexto: el enorme talento para la televisión de Jordi Évole está confirmado por las audiencias que cosecha y por su capacidad para generar amplios debates sociales. Como todo profesional con una carrera larga, ha tenido momentos mejores y peores, pero ha elevado el nivel de nuestra pequeña pantalla, ofreciendo una alternativa sustanciosa a reality shows, tertulias del corazón y debates políticos insustanciales. Los periodistas y tertulianos de derecha que le denigran de forma sistemática harían mejor dedicando sus energías a poner en marcha un equivalente a Lo de Évole alejado de los enfoques del progresismo (resulta un misterio que no exista todavía un formato similar desde posiciones conservadoras; una vez más ganan la guerra cultural por incomparencia).
Su último programa, una entrevista en profundidad con el exitoso rapero Morad, tiene el curioso efecto de aplicar un enfoque social progresista y terminar confirmando las tesis conservadoras, derechistas y tradicionalistas. Sin duda, existe racismo sistémico en la sociedad española -como en todas- y racismo cultural en nuestra industria de la música, en gran parte mezclado con clasismo. Pero lo que muestran estos 55 minutos de televisión es que el sistema funciona sorprendentemente bien. Juzguen ustedes: una madre soltera migrante musulmana que “okupa” su primera vivienda consigue llegar a un acuerdo con el banco y que su estudioso hijo mayor termine trabajando como enfermero y otro (Morad) se convierta en uno de los raperos más famosos de España, a pesar de su historial de pequeños delitos y de su paso por el reformatorio (todavía tiene alguna causa pendiente). Gracias a su talento con las rimas, hoy ingresa como un futbolista de Primera División -un millón de euros al año- a pesar de las dificultades expresivas que se hacen evidentes a lo largo de la charla. No está mal.
Évole pide a Morad un ejemplo de racismo cotidiano en España y el joven contesta que todavía no puede entrar en el metro sin que las señoras se agarren el bolso, en el mismo programa donde explica su historial de robos con intimidación y condenas al reformatorio. Dicho en pocas palabras: se intentan visibilizar los problemas que sufren los migrantes y se escoge a un joven frente al que agarrarse el bolso o la cartera es señal de sentido común más que de discriminación (como lo sería ante un blanco de la misma estética). Morad además menciona varios casos de ayuda desinteresada por parte de españoles, desde profesores de su colegio religioso hasta una psicóloga que le atendió gratis y que le daba cinco euros para que se comprase un bocadillo en la cafetería escolar y no sufriese el agravio comparativo con sus compañeros provenientes de familias de clase media.
Évole y la falta de réplica
Esto solo es un aperitivo, ya que el plato fuerte llega cuando Morad explica que los servicios sociales españoles de separaron de su madre -también a sus hermanos pequeños- para ingresarle en un centro de menores. Esta ruptura familiar se hizo contra la voluntad de los niños y Morad escapaba con frecuencia para reunirse con su madre. También explica la rabia acumulada en los reformatorios por la separación de su familia y cómo esa circunstancia estuvo a punto de convertirle en delincuente profesional. ¿Puede existir un argumento más rotundo en favor de la abolición de los centros de menores no acompañados? ¿Cuál es su porcentaje de éxito respecto a orientar a los jóvenes sin separarles de sus familias? ¿Por qué no se ha tenido un debate a fondo sobre este asunto recurrente en los medios?
No se entrevista a ningún vecino del barrio de La Florida, a ningún policía de los que Morad insulta en sus canciones ni a ninguna víctima de sus delitos menores
En muchos momentos, el programa podría ser la mejor publicidad electoral para una campaña de Vox. Sobre todo, en la parte en que Morad explica que se siente marroquí y no español porque la patria no la determina un papel -él es nacido en España-, sino dónde están tus raíces. Por eso Rocío de Meer, diputada de Vox por Almería, tuiteaba literalmente uno de los diálogo del programa. Vox y Morad comparten ese enfoque cultural, una presunta paradoja que en realidad no es tal, ya que la mayoría de los seres humanos sabemos que somos de donde desarrollamos arraigo, más allá de pasaportes y de documentos nacionales de identidad. Por si fuera poco, Morad subraya en diversas ocasiones la importancia de la religión en su vida y cómo ha sido un pilar en el que sostenerse.
¿Lo peor del programa? Tanto Salvados como Lo de Évole han demostrado a lo largo de los años su compromiso por cubrir distintos ángulos de cada historia, dando espacio de réplica sobre las cuestiones que trataban. Aquí se rompe esta regla de manera clamorosa: no se entrevista a ningún vecino del barrio de la Florida, a ningún policía de los que Morad insulta en sus canciones ni a ninguna víctima de sus delitos menores. Lo que el espacio de Atresmedia presenta como un reportaje periodístico se convierte enseguida en publirreportaje, donde solo escuchamos las experiencias de Morad y sus amigos.
La única referencia que se hace a los vecinos llega cuando Évole lee un mensaje de WhatsApp donde algunos piden que nadie preste terrazas ni balcones para la grabación de un videoclip del rapero, ya que contribuye a dañar la imagen pública del barrio. ¿Tanto costaba localizar a quienes pusieron en circulación el texto y prestarles unos minutos de micrófono? Por simple curiosidad periodística, pregunté a un vecino de La Florida, militante de izquierda durante varias décadas, poco o nada sospechoso de racismo. “Me resulta gracioso ver en televisión el barrio de toda la vida. La mayoría de los vecinos están hartos de Morad, de sus amigos y de sus fiestas con las motitos hasta las mil. Él llega con su Mercedes y entonces se ponen a hacer ruido y si alguien que trabaja temprano llama a la guardia urbana se puede liar en la calle”, comparte con Vozpópuli. Con testimonios así, y con otros parecidos, el programa hubiera sido más veraz y equilibrado, a la altura de la complejidad del problema que aborda.
Évole ha demostrado una vez más su capacidad para generar debate, pero se ha quedado corto a la hora de respetar los fundamentos periodísticos. En cualquier caso, se trata de un excelente programa para ver con nuestros hijos adolescentes o preadolescentes porque demuestra que los viejos vínculos tradicionales (familia, religión, patria…) son mucho más sustanciales y potentes que las alternativas progresistas (desarraigo, ateísmo, cosmopolitismo…). Por cierto, quien se resista a visionar este programa de Évole puede llevar a sus hijos a ver West side story de Steven Spielberg, otra historia de macarras juveniles con debilidad por la música y que también deja claro que las raíces nacionales y el amor de una familia nunca podrán ser sustituidas por ningún programa asistencial del Estado. Afortunadamente para todos.
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