Cultura

José Sánchez Tortosa: “La política es el reino de la ficción”

El escritor reflexiona sobre la identidad, sus trampas y su uso político en 'Máscaras Vacías'

El yo ante el espejo, quizá el inicio del pensamiento occidental, es la metáfora ya en portada de este denso y perspicaz ensayo llamado Máscaras Vacías (La Esfera de los Libros, 2024). Escrito por José Sánchez Tortosa (Madrid, 1970), es una pregunta constante sobre qué es la identidad, cuáles son sus trampas y como estas son usadas por los tiranos para sus quimeras políticas. Libro importante, en definitiva, en unos tiempos donde la vanidad es todo.

 

Pregunta. ¿Cómo surge esta colección de ensayos? ¿Los vertebra el análisis del yo según Jacques Lacan?

Respuesta. Realmente el origen de estos textos es una bastante antigua obsesión por el tema de la identidad. Es, en cierto modo, una cuestión casi previa: originalmente le di salida a este desasosiego, a esta incertidumbre, acerca de la identidad a través de la literatura, pero necesitaba sistematizarlo un poco desde el punto de vista más filosófico, y eso me llevó hacia una genealogía del yo. Esto me condujo también a la idea de persona y de máscara.

 

P. ¿No ha supuesto la era digital una multiplicación del yo? La propia Internet tiende a la máscara, al “nick”, en todas las redes sociales

R.Sí, sí, sin ninguna duda. Lo que me parece es que en el mundo digital lo que se ha procedido es una multiplicación del yo y de las identidades hasta el punto de, digamos, atomizarlas.

 

P. Me gusta tu etimología de la palabra “persona” como máscara. Existe una franquicia de juegos de rol japoneses donde utilizan esta definición como invocaciones de monstruos.

R. Claro, supongo -aunque que es un mundo que desconozco- que esto tiene que ver con la noción de avatar del mundo digital. Clarísimamente, la idea de persona viene de ahí y por eso me parecía una mutación crucial, digamos. La invención de la persona ya confundida con la máscara así como desde un punto de vista metafísico sucede a partir del cristianismo.

 

P. En el viejo teatro griego, tal como lo desarrollas por fuentes clásicas, se buscaba cierta inmanencia a través de la mentira, ¿es posible esto con la ficción actual?

R. En cierto sentido la hipótesis que yo planteo es que justamente es el proceso inverso. Es decir, lo que nace como un liberador juego de artificio, que permita la distancia con respecto a la máscara por su reconocimiento de la misma, hoy se ha perdido. La identificación es plena en máscaras que además se multiplican en avatares.

 

P. Es casi la raíz de lo que ahora llaman “fake news”: no hay ya distingos entre ficción y realidad

R. Claro, y en un contexto en el que todo es ficción o todo es metáfora, todo es máscara. 

 

P. Irene Montero, en el evento de su libro, citaba al novelista Galeano a través de su reivindicación del ensueño. No podía ya distinguir la ficción de la realidad.

R. Sí, la política siempre ha sido desde los clásicos, un juego de sombras, un juego de máscaras. Por eso en la teoría política de origen maquiaveliano la cuestión se juega en cómo administrar las pasiones por medio de esos teatros de guiñol que en el fondo son las políticas.

 

P. ¿No es la identidad la que provoca la creación a otra adversa, siguiendo la lógica de Carl Schmitt? Es decir, en Estados Unidos el boom identitario de las minorías ha llevado como respuesta a una identidad WASP demográficamente superior que vota siempre republicano

R. Sí, sin ninguna duda. Hay dos momentos muy claros donde esto se formula, primero, desde un punto de vista, digamos, ontológico y político. La primera formulación seguramente es, al menos, con claridad en Johann Gottlieb Fichte (busca contraponerse al sistema de Spinoza, habla de un yo y una subjetividad plena que determina el nomos). Y esa versión aplicada al ámbito de lo político es cuando él plantea la dialéctica amigo-enemigo. Son los supuestos de los que parte Schmitt, que también menciono en el libro, con su parte voluntarista; caudillista en cierto modo.

 

P. Es una perversión quizá de Fichte

R. Pero estos supuestos son también muy lucidos, aunque dolorosamente útiles.

 

P. Especialmente en los años 30. Se podría decir que la identidad nazi se construye en torno a la oposición de la identidad judía.

R. Claro. El libro de conversaciones de Hitler define al ario como lo no judío. O sea, se define por negación del otro.

 

P. El siguiente capítulo está dedicado a las masas, donde tomas el concepto intuido por Ortega y Gasset sobre la irracionalidad de estas ¿No crees que su idea de masa es clasista? 

R. Él lo niega; lo entiende de una vista más vagamente cultural. A mi juicio en la irracionalidad coinciden todos los que han tratado - esto pueda resultar un poco presuntuoso- pero se puede ver también una reflexión crítica en la psicología. Yo creo que la dialéctica gira más en torno a voluntad / racionalidad que a la dialéctica de individuo / grupo. Y entiendo por racionalidad no algo misterioso o genético ni meramente cultural o metafísico, sino la operatividad regulada y objetiva de las instituciones.

 

P. Siempre he tenido la sospecha que el Ortega crítico con las masas tiene algo de resurrección de las elites electas que defendían los moderados o ya el canovismo veinte años después. Esa es la crítica de Gregorio Morán, quizá superficial, al filósofo madrileño

R. Sí, está claro que eso hay, pero ya digo que él intenta defenderse de esos argumentos diciendo que él no está hablando de clases sociales, ni socioeconómicas, sino que está hablando del grado de cultivación de las elites. Y por eso realmente el problema no está en que las masas sean doctas. El problema es que lo sean las elites…

 

P. Esa es una idea muy platónica

R. En cierto modo, sí. Pero yo creo que conviene tenerla en cuenta para ver algunos de los fenómenos actuales.

 

P. Como contrargumento, el coeficiente intelectual de la cúpula del nazismo era altísimo. Esto conduce al fatalismo con la inteligencia.

R. Sí, la inteligencia es un concepto por definir. Mi hipótesis es que, de nuevo en términos no individuales, el nazismo produjo un alto grado de desarrollo científico y tecnológico cruzado con intereses económicos, problemas demográficos y políticos, por supuesto. La ciencia, lo terrible, es que acaba suplantando a otros sistemas de creencias y por sí misma también puede llegar a Auschwitz. Incluso antes de que lleguen los nazis al poder, ya en los años veinte, en Alemania se empiezan a abrir cátedras de lo que se llamaría biología genética.

 

P. Biología social que lleva al darwinismo social. Escohotado recordaba que muchos movimientos de extrema izquierda defendían la eugenesia como mejora social del siglo XIX al XX.

R. La ciencia invade las cuestiones que no son específicas de la ciencia, incluso a través de una cierta sacralidad o legitimidad monolítica.

 

P. “El populismo pertenece a los intereses de clase de la pequeña burguesía” es una frase devastadora de Lenin ¿Ha leído esa cita Laclau? 

R. No lo sé, pero me temo que sí. Es decir, puede que lo sepan -sean conscientes o no-, pero está claro que los agentes del actual populismo están incurriendo en un discurso que Lenin llamaría “infantilismo de la izquierda”.

 

P. Me acabas de recordar los legendarios textos de Marx contra Proudhon, al cual consideraba más un literato que un ensayista. Siguiendo con lo de “pequeño burgués”, Escohotado llamaba a Podemos “la rebelión de los profesores no numerarios”

R. Sí, es bastante sintomático que el fenómeno de la presunta pseudoizquierda populista española sea muy voluntarista. Además, enlazando con lo anterior, el ínclito Errejón llegó a portar Teoria del partisano de Carl Schmitt en el parlamento.

 

P. El capítulo dedicado al ateísmo político se resume en la máxima aristotélica de “la ley como razón sin sentimentalismo” ¿No crees que este último ha ahogado la práctica asamblearia los últimos 20 años?

Sí, sí, completamente. Pero, yo creo que ahí lo inteligente es distinguir esos dos planos. Eso lo hacen tanto Spinoza como Maquiavelo -este último con menos finura-: distinguen entre en el plano de la retórica y el plano de la política real. El plano de la retórica es donde se hacen esas preferencias indirectas, pero en el plano de la política real están operando otras causalidades mucho más frías.

 

P. De hecho, el abuso de la retórica ha sentimentalizado la política ¿Es ser “víctima” el gran reclamo en España? Idea total y casi exclusiva judeocristiana

R. Sí, sí, hay muchas trazas del cristianismo en estos movimientos. He estado trabajando en estos días el ensayo En pos del milenio de Norman Cohn. Este autor estudia los movimientos milenaristas de la baja edad media y de principios de la modernidad. Y se encuentran ahí los elementos que clarísimamente, según su teoría, tendrían en relación los movimientos sociales y políticos del siglo XX. Estos movimientos milenaristas llegan a extremos absolutamente disparatados de anarquismo o de epicureísmo (en Inglaterra los “diggers” negaban la existencia del pecado y montaban orgías sin ningún problema). 

 

P. La religión, no deja de ser una ficción fundamentada en mitos. De hecho, ¿No tiene parte de culpa esta sentimentalización de la política la ficción? Todos los políticos surgidos del 15M eran consumidores enfebrecidos de series

R. La política es el reino de la ficción, literalmente. Entonces, el que mejor domina ese ámbito es el que va a tener más poder de convicción. Cito en el libro La paradoja del comediante de Denis Diderot donde se traslada el ámbito del teatro al de la política.

 

P. Siguiendo con la religión, la propia política del 15M acabó, incluso, eligiendo “la servidumbre voluntaria” (cito a La Boétie) al dar un poder absoluto vertical a Pablo Iglesias en el primer congreso de Vistalegre

R. Bueno, yo creo que son inercias constitutivas de la condición humana, diríamos, a la pascaliana. Dados los patrones en los que se envuelve el comportamiento social eso parece casi inevitable. En sociedades con un estado del bienestar envejecido se llega a una condición social, intelectual y cultural: Podemos llegó a aprobar la compra del chalé por parte de su líder en un referendo.

 

P. ¿No es la sustitución de la religión por la cultura, tema muy propio de Gustavo Bueno, la gran creación del estado bismarckiano? Es casi una fe en los estados modernos

R. Sí, sí. Lo político, en cierto modo, lo que hace es desplazar el poder que reside aún en la iglesia católica como institución a un vacío teológico que es ocupado por el estado. Eso tiene su consumación lógicamente con el idealismo y el nacionalismo alemán. Por eso los textos de los discursos en la acción alemana de Fichte son tan ilustrativos.

 

P. ¿Cómo llegas al judío suicida Otto Weinninger? Es un personaje fascinante

R. Yo lo conocí a partir del diccionario de Rosa Sala en Acantilado: empecé a indagar, y a leer las obras que hay de él o sobre él (existe una obra de teatro de Yehoshúa Sobol). Al igual que Schmitt, su perversión viene por un ataque de lucidez: Weinninger afirma literalmente que el judío no es, por eso me interesa tanto desde la vista del tema de la identidad. Ve el judaísmo como una especie de vacío, de agujero negro. Además, que en su caso es doble ya que es también un homosexual homófobo.

 

P. Es interesante tu definición de la utopía como estado de pensamiento propio de la adolescencia o la preilustración. En el siglo XV era simplemente un juego literario…

R. Sí, sin duda, el propio Tomás Moro en su libro digamos que deja bastantes resquicios. No está describiendo una sociedad perfecta como soñaríamos quizá hoy. Lo que pretende es establecer una organización más o menos ideal en una isla, pero yo creo que no es tan ingenuo como los utopistas posteriores.

 

P. Tiene mucha ironía. No hay apenas esta en la cruel Nosotros de Zamiatin; utopía geométrica donde la identidad está suprimida. Ahora, las utopías actuales tienen un toque nueva era, como un gran jardín de infancia.

R. Es una especie de jardín de infancia idealizado

 

P. No entienden la grisura en la moral, la propia modernidad en la ficción que se consolida con Shakespeare

Precisamente viven en función de estereotipos, de máscaras asumidas, y que son absolutamente férreas. Por eso a lo largo de todo el libro planteo la hipótesis de  existe una liberación cierta, esta debe ser una liberación de la identidad.

 

P. También, es aguda tu observación de la pandemia COVID como “boom” de las micro identidades: en España se notó como se aceleró el viraje a la guerra identitaria gracias a las redes sociales.

R. Sí, yo creo que toda tecnología tiende a un sobreuso. La diferencia que yo veo capital en las tecnologías, los dispositivos electrónicos y lo digital, es precisamente esa atomización. Con esos aparatos uno se puede sentir como el poderoso del mundo porque tiene el cetro en la mano con el mando a distancia o el botón del me gusta.

Pero lo más perverso, sin precedentes en la historia, es que se ha adelantado mucho en la edad de uso. Es decir, los avances tecnológicos más sofisticados siempre han sido de un uso bastante recogido mientras que ahora no sólo se han popularizado, sino que niños muy pequeños los usan a diario.

 

P. ¿No es un poco antinómica tu defensa de Israel, una identidad en cierto sentido, al final del libro?

Sí, soy consciente de que seguramente esa es la parte que pueda generar más polémica. Lo que yo planteo, en primer lugar, es que las identidades son un mal necesario. Hay solo que regularlas de manera racional, aunque estemos ante una crisis de este modelo. El caso de Israel es muy especial porque es una creación consecuencia de lo que puedan ser las distintas purgas de los estados que no pudieron asimilar a esta minoría.

 

P. La imagen final del libro, la soledad lectora como única salvación moral, es un tanto existencialista ¿No crees?

R. No me atrevería a etiquetarlo de eso; yo creo que sencillamente es un intento por plasmar esa fuga del ruido de los delirios actuales con la eternidad inmanente de la biblioteca.

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