Reír por reír. Sin discursitos, sin la pretensión de cambiar el mundo, sin complejos, sin aspiración de panfleto político. La risa, per se, es sana. No necesita nada más. Por eso, la comedia teatral de Marcelo Casas, El aguafiestas, resulta tan refrescante. La obra consigue que el espectador se olvide de sus problemas e incluso del mundo en el que vivimos, y pase más de una hora entretenido con otra realidad, otros personajes y una sonrisa impertérrita.
Sergei (Josema Yuste) es un asesino a sueldo que se hospeda en un hotel con vistas privilegiadas del juzgado en el que testificará un chivato de la mafia al que se tiene que cargar. Pero su tarea se verá constantemente interrumpida por Ramón (Santiago Urrialde), el huésped de la habitación contigua. Un hombre muy, pero que muy pesado, que pretende suicidarse después de que su mujer le haya abandonado.
El aguafiestas, recién estrenada en el Teatro Reina Victoria, recupera el humor de siempre, que tanto se echa de menos. El libreto está escrito por Francis Veber, también autor de La cena de los idiotas, todo un pelotazo teatral. Las situaciones cómicas se basan en la desmedida personalidad de ambos protagonistas. Josema Yuste está brillante en un registro en el que se siente muy cómodo, y se nota.
El libreto saca todo el jugo a Sergei, al que vemos en varias tonalidades: desde aletargado por el efecto de un calmante, hasta eufórico por una dosis demasiado elevada de anfetamina. Es en esta última situación cuando se produce uno de los momentos más hilarantes de la obra, en la que acaban bailando absurdamente todos los personajes. A Vicente Renovell se le escapó la sonrisa en la función, como era inevitable.
Josema Yuste, bien rodeado
Santiago Urrialde también merece mención aparte. Es un papel que le va como anillo al dedo al ‘reportero total’ -¿recuerdan aquellas descacharrantes intervenciones en el programa de José María Íñigo?-. Pese a las pésimas circunstancias de Ramón, es tan sumamente pesado que empatizar con él es más difícil que ver a un político pidiendo disculpas.
El 'pesao’ español tiene muchas posibilidades, y la reiteración, bien aplicada, ofrece mucha diversión
La comedia apela por un lado a la gestualidad de los actores, que al más puro estilo Jim Carrey son capaces de poner caras divertidísimas, y por otro al humor clásico español. En muchos puntos recuerda a Cruz y Raya, sobre todo en su afán por explotar la figura del ‘pesao’ como centro de la risa. “¡Pavo y pollo! ¡Pollo y pava! ¡Pavooo!”, repetía una y otra vez un personaje en aquel mítico sketch de José Mota y Juan Antonio Muñoz.
El ‘pesao’ español tiene muchas posibilidades, y la reiteración, bien aplicada, ofrece mucha diversión. ‘El aguafiestas’ no teme repetir tópicos, apelar al humor más simple –ver a un hombretón como Santiago Urrialde con un vibrador gigante y tambaleante en las manos- e incluso rozar lo políticamente incorrecto con sus personajes. Ramón es, en el fondo, un acosador que no deja vivir a su mujer una nueva vida con su estrenada pareja, un psiquiatra.
Da gusto ver que hay artistas que no se arredran ante los prejuicios sociales de la actualidad y apuestan al arte por el arte, a la comedia por la comedia. Como bien enseñó Lubitsch en su película ‘Lo que piensan las mujeres’, no hay mayor ‘pesao’ que un intensito, por eso lo vulgar y lo rutinario es tan refrescante como necesario. Y se hace menos ‘pesao’.
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