El tokiota Hideo Kojima entró a trabajar en Konami, una de las mayores compañías de videojuegos de Japón, en el año 1986. Sus primeros diseños, asistencia en títulos menores como Penguin Adventure, consolidaron su posición, pero será el lanzamiento de Metal Gear un año después el que le convirtió en un creador de juegos de culto. El título desarrollaba la infiltración de un bisoño espía, Solid Snake, en una fortaleza mercenaria al norte de Sudáfrica. Estamos a mediados de los años 80, Rambo: Acorralado - Parte II ha sobrepasado los 300 millones de dólares de recaudación, y el cine de acción invade el imaginario del país nipón. El argumento del título, que se movía dentro de los cánones del “agente infiltrado” con muchísimos homenajes a esta entrega de Rambo, tenía sin embargo una interesante novedad: la creación de Outer Heaven. Un estado independiente, militarizado, perdido en Sudáfrica y que suponía una amenaza para la seguridad internacional.
Kojima creó en este título un lugar en el que, según su fundador, “los soldados no serían una herramienta política” y serían “libres de cualquier dominación”. ¿Quién sería este? No otro que el gran villano de la saga Metal Gear: Big Boss. Un renegado del ejército norteamericano, boina verde que luchó en la guerra de Corea, y que buscaba crear su propia empresa de mercenarios como método de rebelión contra los poderosos. Esta, de nombre Militaires Sans Frontières, definió sus ideales de esta manera: “No tenemos patria, tampoco filosofía o ideología. Vamos donde se nos necesita, no luchamos por cualquier país o gobierno, solo por nosotros. No tenemos razones para luchar, solo cuando se nos necesita. Seremos la disuasión para aquellos que carecen de otros recursos. Somos soldados sin fronteras, nuestro propósito está definido por la época en la que vivimos”.
Una divisa que, en parte, podría firmar el mercenario Yevgueni Prigozhin, el cual se enfrentó a su superior Vladimir Putin. Ahora bien, ¿dónde acabarían los parecidos entre este Big Boss y Yevgueni Prigozhin? ¿Son comparables Militaires Sans Frontières y el batallón Wagner? Según la narrativa creada por Kojima, Big Boss tiene de nombre real Jack y era una de las piezas clave de una unidad especial de las fuerzas armadas norteamericanas de nombre Foxhound. Llamado en este universo de ficción “el mayor guerrero del siglo XX”, muy pronto desertaría para crear su propia compañía de mercenarios. Muerto a inicios de los años 2000, su ADN sería utilizado para crear nuevos mercenarios al servicio de los Estados Unidos de América. Estamos hablando, así, de alguien que hizo de la lucha un negocio y cuya mística Recorre todos los títulos de franquicia desde su origen en los 80. Decía el personaje en una entrega: “Una vez que estás en el campo de batalla, que has probado la euforia, esa tensión…todo comienza a ser parte de ti. Una vez que se ha despertado el combatiente en su interior…nunca vuelve a dormir. Deseas tensiones de mayor riesgo, mayores emociones: como mercenario creo que te habrás dado cuenta ya. No te importa nada el poder, el dinero e incluso el sexo. ¡Lo único que te sacia es la guerra!”.
Yevgueni Prigozhin es menos épico, como es ahora el negocio de la guerra entre finales del siglo XX y el inicio del XXI. Hijo de un capitán soviético de origen judío, fue un tipo pendenciero y ladrón de finales de los años 70 a inicios de los 80. Su paso por la cárcel, en el 81, le permitiría tomar contacto con los desarraigados de la dictadura soviética que serían el futuro germen del “batallón Wagner”.
Esto podría resultar el génesis de una epopeya militar, pero este Prigozhin es más bien un afortunado empresario que se hizo de oro en la caída del comunismo a inicios de los años 90.
Las anécdotas prosaicas de este tiempo se suceden y poco a poco pasó de vender perritos calientes a dominar varios economatos en San Petersburgo. Una historieta a propósito: Priozhin y Putin se conocieron, según la BBC, en una cena de mandatarios a inicios de la década del 2000 donde al segundo le impresionó que el primero sirviera personalmente la mesa. estos negocios, incluso, le avergonzaron en su madurez y buscó que el agregador ruso Yandex eliminara las referencias a su tiempo de tendero.
Batallón salvaje
Todo cambiaría con su creación de Wagner, gracias a la colaboración del veterano en la guerra de chechena Dmitri Valeriévich Utkin, aunque negó durante años ser parte del batallón. Su génesis es del año 2014, la guerra de Crimea acababa de comenzar y Vladimir Putin pretendía un grupo militar fiel para contrarrestar al ejército como actor político. Prigozhin, al fin, en septiembre de 2022 reconocería su implicación y afirmaría: “Limpié las armas desvencijadas, arreglé los chalecos antibalas y encontré especialistas que podían ayudarnos con esta tarea. Desde este momento, desde el uno de mayo de 2014, un grupo de patriotas nació, luego se llamarían el Batallón Wagner. Nuevos actores, viejos crímenes. Al inicio de Metal Gear Solid 4: Guns of the Patriots, secuela del Metal Gear original, uno de los clones de Big Boss -Solid Snake- realizaba un buen parlamento que resulta válido sobre los conflictos armados en estos tiempos tecnificados: “La guerra ha cambiado (…) Ya no se trata de países, ideologías o razas. Es un sinfín de batallas de terceros, en las que luchan mercenarios y máquinas. La guerra y la muerte se han convertido en un negocio. La guerra ha cambiado. Soldados con placas de identificación, armas y equipamiento con sistemas de identificación (…). Control genético, control de la información, control emocional, control en el campo de batalla… Todo está monitorizado y bajo control. La guerra ha cambiado. La era de la disuasión es ahora la era del control”.
Debemos a la periodista Svetlana Aleksiévich el primer testimonio sobre este nuevo soldado gracias a la joven topógrafa Olga V., que asistió en primera línea a la guerra de Abjasia -otra república fronteriza- a inicios de los años 90. El fin del Homo Sovieticus recogía esta fotografía penetrante, una polaroid, de un tiempo donde el soldado mercenario resultó ubicuo: “A la mañana siguiente, nos despertó el estruendo de los motores de los carros blindados que avanzaban por nuestra calle. La gente salía a las aceras a verlos pasar. Uno de los carros se detuvo junto a nuestra casa. Eran soldados rusos. Y supe enseguida que se trataba de mercenarios. Llamaron a mi madre:¿Dónde está la dueña de esta casa? Danos agua, mamá. Mi madre les trajo agua y unas manzanas. El agua se la bebieron, pero rechazaron las manzanas. `Ayer envenenaron a uno con manzanas´, dijeron”.
Batallón salvaje
El escritor de origen ruso Emmanuel Carrère juzgaba que muchas guerras en el este, especialmente en Yugoslavia, fueron realizadas por “hordas de jóvenes campesinos encantados de empinar el codo mientras disparan sus armas” a los que se unirían “toda clase de hinchas de fútbol, pequeños y grandes delincuentes, auténticos psicópatas, mercenarios extranjeros, eslavófilos rusos…”.
En ese sentido, Hideo Kojima en sus videojuegos va a recoger este mundo postsoviético donde se confundían las autoridades públicas y privadas en cuestiones de guerra. El experto en historia militar Alan Axelrod recuerda como el fin de la guerra fría “multiplicó” los recursos para las compañías militares privadas, eufemismo de mercenariado, y vio reclutar a gran parte de la tropa desmovilizada en unos países donde el ejército había sido uno de los principales empleadores.
Mucha oficialidad soviética sin trabajo, como consecuencia, va a encontrar su asueto en decenas de grupos mercenarios que asistirán en conflictos bélicos por todo el globo: Axelrod cita, así, el Alpha Group tan pronto como en 1974. Este colectivo de soldados pseudoprivado sobreviviría a la URSS y participaría en todas las guerras nacionalistas en las fronteras rusas. Incluso, aproximadamente “dos tercios”, según el cálculo de este investigador, de los agentes de la KGB entraron también a trabajar en la industria militar privada.
El “batallón Wagner” no deja de ser, así, otra compañía militar más realizando el trabajo sucio que el ejército no puede o no debe hacer. En el libro del geopolítico Samuel Ramani sobre la reciente guerra de Ucrania se incide en cómo estas compañías privadas, “socios informales”, permiten crear un “poder alternativo” que se contrapone a las tropas estatales. Prigozhin, como consecuencia, se pretendía un contraseguro en la lógica paranoica de Vladimir Putin para evitar cualquier defección política o militar. El historial y la lealtad del Batallón Wagner en África, en el Próximo Oriente y en todas sus acciones tanto en Crimea como el Dombás eran señal de confianza.
El carácter vehemente de Prigozhin, su imaginería de militar despiadado y sin miedo, esconden más bien a un contratista de armas alejado de Big Boss y que pronto traicionaría a su líder ante una guerra inconclusa e inútil como la de Ucrania. Historia ya conocida por la célebre purga de las S.A. de 1934 por Adolf Hitler, (“La noche de los cuchillos largos”), Putin pretendió descabezar a Yevgueni Prigozhin en una serie de acciones rápidas los primeros meses de 2023 para consolidar su posición política.
Carrère, de nuevo, incide en cómo esta práctica política tiene mucho de notables pugnando por la hegemonía y esto cuenta con cierta tradición en una sociedad acostumbrada al maquiavelismo político como Rusia. Así, el actual presidente no dejó de ser un peón en inicio, un Yevgueni Prigozhin venido de la KGB, que pronto acabaría con sus valedores:
“Berezovski, tan orgulloso de su maquiavelismo, acaba de hacer la peor jugada de su carrera. Como en una película de Mankiewicz, el oficial anodino y obsequioso [Putin] va a revelarse como una implacable máquina de guerra y a deshacerse uno tras otro de los que le han encumbrado. Tres años después de la entrevista de Biarritz, Berezovski y Gusinski se verán obligados a exiliarse. Jodorkovski, el único que se había enmendado, tratando de moralizar la gestión de su imperio petrolero, será detenido y, tras un juicio escandaloso, enviado como en los buenos tiempos a Siberia, donde aún se pudre, en el momento en que escribo. Los demás están avisados, han comprendido quién es el que manda”.
Yevgueni Prigozhin no quiso acabar, entonces, como los antiguos protectores de Putin y seenfrentó con toda su unidad a su patrón: golpe de estado de opereta que escenificaba al finque el tirano no era impune
Yevgueni Prigozhin no quiso acabar, entonces, como los antiguos protectores de Putin y se enfrentó con toda su unidad a su patrón: golpe de estado de opereta que escenificaba al fin que el tirano no era impune. Consciente Prigozhin de la imposibilidad de tener éxito en su acción debido a la desigualdad de fuerzas, cesó su ataque y se le permitió por el momento su exilio en el estado satélite de Bielorusia. Un rufián como este, con todo, tuvo su momento épico antes hacer la genuflexión ante su todavía fuerte “señor mongol” y declaró: “Iban a desmantelar la PMC Wagner. Salimos el 23 de junio a la Marcha de la Justicia. En un día, caminamos hasta casi 200 km de Moscú. En este tiempo, no derramamos ni una sola gota de sangre de nuestros combatientes. Ahora, ha llegado el momento en que la sangre puede derramarse. Por eso, comprendiendo la responsabilidad de derramar sangre rusa en uno de los bandos, estamos haciendo retroceder nuestros convoyes y volviendo a los campamentos de campaña según el plan”. Un párrafo no tan distinto al Big Boss decadente que creó Hideo Kojima para sus últimos Metal Gear: “…todos hemos luchado una guerra larga, sangrienta, por tener la capacidad de liberarnos de sistemas políticos, naciones, normas y tiempo…”
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