Hay chapas que se llevan mejor que otras. Julio Tovar tiene dos o tres estrellas Michelin en eso de cocinar el tostón. Larga y larga, dora y dora, da cera y pule como la versión dopada de Daniel San, pero oye, ahí qué ver lo bien que se le da. Da gusto. Es como el ratón de biblioteca insomne que, por las noches, transmuta en gato pardo. Despista su mirada concentrada en las preguntas, como si le dieran ramalazos semi-autistas, para luego atacar con el Kaláshnikov recargado de autoestima mental.
Dicho lo contingente, vayamos a lo necesario. Tovar ha parido un libro singular: Los Ángeles de Charles Manson, publicado por Akal. Así, de primeras, me dio por pensar que Julio iba a hacernos un striptease literario de las chavalitas y chavalitos que planearon como serafines exterminadores alrededor de la figura del, a mí entender, puto tarado aquel. Resulta que no, no va de eso. Cuando dice Los Ángeles es, efectivamente; Los Ángeles City, Los Ángeles Place, Los Ángeles Ciudad del Pecado… Visto así, cabe pensar, ¿qué hostias pinta un historiador salamanquino escribiendo de Los Ángeles? Para más inri, de Los Ángeles de Charles Manson. ¿Acaso el gacho es un nonagenario que se hizo las américas con apenas dos décadas vivo? No exactamente. Lo que sucede es que Tovar es un historiador y «periodista de fortuna», a quien no se le caen los anillos a la hora de meter el morro en los más singulares fregados. La extensísima bibliografía que reserva el final del libro sostiene con creces la respuesta, algo jodida, que me ofrece cuando le pregunto si ha estado alguna vez en Los Ángeles, que básicamente es: «Pues no…».
«Cuando la editorial me ofreció este libro», prosigue, «creo que se referían más a la figura de Manson en sí, pero a mí me pareció mucho más enriquecedor hablar de todo cuanto acontecía alrededor de esa ciudad en aquellos años. Todo lo que es la macedonia de sectas, drogas, grupos de música, etc. Es un periodo de disolución social del 68 al 72, con la victoria de Nixon. Originalmente el libro se lo proponen a Iñaki Domínguez, el «homero de lo canalla», como lo llamo yo, pero según él no dominaba tanto los sesenta. Así que dijo: “esto lo hace Julio”». Valga decir que, en esta vida, no hay como tener amigos.
Es un periodo de disolución social del 68 al 72, con la victoria de Nixon
Respecto al proceso, Tovar se marca la de formación profesional. Comienza por una “cata”, algo muy de historiador dice, y consigue reunir ocho libros de primeras para lanzarse al proyecto. «Uno de ellos es sobre la hermandad de Orange Sunshine, incluido en el capítulo de las drogas que es mi favorito. En ese libro te cuentan que hubo un periodo en el que era más caro un taco que una papelina de LSD. Llegaron a regalarlas porque era una herramienta en la batalla política de lo que son los gurús lisérgicos. Se llegó a establecer la idea de inocular a la gente el LSD de manera masiva».
Un punto tocado por Julio quien, ficcionando la realidad en el libro, inventa monólogos de personajes existentes para amenizar la lectura. Como aquel en el que, sirviéndose de la rumorología de aquellos años, se habla de un situacionista zumbado que introdujo LSD en el cocido de un colegio católico. Lo que, para un arqueólogo de los hechos, no parece muy habitual… «Verás, respecto al formato, yo tengo de mis tiempos de historiador una cierta manía a la cronología directa. Mi experiencia me ha demostrado que la gente se va si lo planteas así. Por eso meter el cuchillo y destruir la estructura son acciones que permiten entrar directamente en la psique narrativa haciendo que la obra sea accesible y divertida».
Una diversión, además, intrínsecamente reflejada en el espíritu ameno, dialectal, sin por ello perder profundidad, que tiene su estilo narrativo. «Podía haber jugado al tremendismo, pero lo detesto», me confía Julio. «Al meter un tono divertido establezco un poco el ambiente de la ciudad. Y, aunque los sucesos son truculentos, descargan cierto punto de inocencia que me apetecía introducir en el libro. Eso solo lo podía conseguir con un tono más literario».
El alma de Los Ángeles
Pero Tovar no sólo ha tomado los mandos de una obra deleitable, al tiempo que de alta carga informativa, sino que ha pensado en cosas como meter fuentes españolas. Colonos supervivientes que resistían en el viejo fuerte angelino cuando los hippies protestantes se hicieron con el control de ese sueño llamado California. «Es interesante meter fuentes españolas como la de Luis Racionero (Tovar lo define en la obra como “catalanista disfrutón”). Con citas como esas evitas así esos rollos muy de moderno barcelonés, en plan: “voy a leerme toda la bibliografía en inglés pero no voy a sacar una cita de mis contemporáneos”».
Lo que resulta indudable es que, por mucho que Manson sea el late motiv de las páginas, la ciudad es su «alma» (dicho así para meterme yo también en el plan flower power). «Los Ángeles es un lugar curioso por esa doblez que expresa muy bien David Lynch en Mulholland Drive. La decadencia del asfalto mezclada con el glamour de las estrellas. No obstante, entre los sesenta y mediados de los setenta, en Los Ángeles hay un estatus económico que evita la sensación de lumpen que existía, por entonces, en Nueva York. Es difícil que los personajes de Cowboy de medianoche, con el chapero y el ñapas, fueran posibles en Los Ángeles de aquellos años, donde puedes vivir fácilmente en algún tipo de trato comunal. Hay un establecimiento sencillo sin ser muy caro, como ocurría en Laurel Canyon. Hablamos de un momento en que la ciudad no estaba gentrificada. Me gusta mucho para entender esto la descripción que hace Frank Zappa de su casa entonces, que es una experiencia comunal nacida de forma natural, no ideologizada, pues ninguno era comunista».
Como Julio parece pilotar de todo, le confieso mi sorpresa cuando en ficciones como Todo el mundo quiere a Daisy Jones vemos a unos matados recién huidos del instituto alquilando una choza de lo más digna para vivir. Hoy, seguramente, no tendrían ni para el taxi hasta las instalaciones. «Hay algo muy importante en este modo de vida trashumante y desentendido de los setenta y es el precio de la gasolina. Al ser tan barata, existe una suerte de filosofía de la vida en coche, cosa que permitió el éxito de la fórmula On the road (la novela de Jack Kerouac). Eso permite que la familia Manson, que tenía poco dinero, pudiera pagarse un cochecito y si no les salía un beach boy al que engañar, se movían a otro sitio. Eso es incomprensible en España. De hecho aquí los hippies siempre fueron sedentarios».
Julio me sopla, así, en confianza, que Amarna Miller -quien se supone ha recibido el libro- es un ejemplo de ese espíritu itinerante. Fan de estas desconexiones idílicas, aspira a un modo de vida similar. Y Julio aclara, muy acertadamente, que eso sólo puede lograrse: «en un sitio con gasolina barata».
Entrando ya en el aquelarre de sectas y drogas, seguramente la parte morbosa de Los Ángeles de Charles Manson, y que vista con distancia puede llegar a resultarnos bufonesca, Julio aclara. «Vemos el mundo hippie pasado por el punk. Eso cambia el prisma. Pensemos… En Occidente, del cuarenta al sesenta, a excepción de Francia, se da la última generación formada con cierto nivel de cultura cristiana. Podían dejar de creer, pero les quedaba algo. En Estados Unidos eso es fortísimo, sobre todo en entornos rurales. El tema Manson sería muy difícil en la Francia de los sesenta, debido a la educación laica. Me viene ahora un Michel Onfray. Pero en Estados Unidos, con ese sentimiento religioso tan arraigado, fue factible. Es más, España y Estados Unidos se parecen en ese fervor religioso, lo que los hace parecerse mucho en algo curioso, el avistamiento de OVNIS. Lo cito de pasada, pero es interesante».
Pero bueno, Julio, ¡algo más tiene que haber!, le digo con la esperanza de que desarrolle una de sus, por lo poco que lo conozco, ya personales jugosas teorías. «Creo que hay un estatuto de sectas que favorece que paguen poco en Estados Unidos. Pero también hay durante los 50 y 60 un redescubrimiento de la religiosidad oriental. Esto, en España, llega a Dragó, Escohotado o Racionero, que serían nuestros liberales lisérgicos. Pero ya antes habían tenido el contacto a través de Herman Hess y libros como Siddhartha. Es más, sigue existiendo en el mundo angelino esa idea de surfear el karma».
Manson, terrorista psicológico
Entrando en Manson (metafóricamente hablando, claro), Tovar tiene su particular opinión de cómo un aspirante a cantante, un medio-vagabundo dejado con ojos de sierpe bíblica, logró la hazaña de crear su particular “familia”. «Manson es el prototipo de terrorista psicológico. En aquella pompa del ácido donde todo parecía estar bien, Manson busca gente frágil a la que manipular. Personas abandonadas, itinerantes, que buscaban vínculos dentro de aquel mundo tan abierto y, al mismo tiempo, retrógrado. Pensemos en las jerarquías que siempre había, incluso en esa pantomima de la liberación sexual. Para Manson, que no tiene ni oficio ni beneficio, tener una corte de palmeros, de gente muy frágil que le dice a todo que sí, le permite construir su ego. De hecho, siempre son solo 10 cortesanos porque si amplias el grupo, por una ley antropológica, empieza a haber luchas de poder. Sobre todo en los aspecto de pareja. Porque el control jerárquico en la secta siempre se ejerce a través de la sexualidad».
Los Ángeles de Charles Manson es una obra ágil, didáctica, ácida, cañera, rica… y ya vale de dorar la píldora con adjetivos. En esta entrevista ni si quiera se araña el contenido de esta, como la describe Julio, «macedonia de sectas, drogas y grupos de música», pero es un buen piscolabis para abrir boca. Si quieres saber más, como reza uno de los títulos del libro: «Tómate tu medicina». En este caso, tira a pillar el libro.
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