La mejor forma de conocer la naturaleza de una revolución consiste en examinar el reguero de cadáveres que deja tras de sí. Justamente eso es lo que ha hecho Julio Valdéon (Valladolid, 1976), uno de los periodistas más destacados de su generación. Vivió en Nueva York cuando surgía la moda del wokismo y dos décadas después levanta acta de las consecuencias en Matadero de reputaciones: la cancelación y sus víctimas (La Esfera), un ensayo de combate donde se encuentran Woody Allen, Pablo Motos, Steven Pinker, Francisco Camps, Johnny Depp, J.K. Rowling, Luis Rubiales, Virginia Wolf y Pablo Picasso. Los cuarenta casos largos que examina coinciden en haber estado en la diana de distintos colectivos que quisieron borrar del debate público su discurso, su recuerdo o su prestigio. La cancelación es una puesta al día de la Revolución Cultural maoísta y este libro nos enseña como funciona por dentro (y la cobardía con la que, tantas veces, se responde desde fuera).
PREGUNTA. El cómico Joaquín Reyes defendió en un festival, hace solo unos meses, que en España “ya no se cancela a nadie”. Explicaba que “no comparto la reflexión ‘es que ya no te puedes reír de nada’. Porque las personas que dicen que no te puedes reír de nada resulta que trabajan en el humor. No se puede decir una cosa y la contraria”. ¿Qué opina de esta reflexión?
Respuesta. Una simpleza, no sé si involuntaria, o peor, una muestra de cinismo. Las cancelaciones existen. Y nuestra obligación es denunciarlas y plantar cara a las turbas. En España, hace no mucho, murió de un infarto el dramaturgo catalán Joan Ollé, uno de los fundadores de la compañía Dagoll Dagom. En 2021 sufrió una campaña de acoso miserable. Aunque el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña estimó que no había indicios suficientes para abrir acciones legales, lo pasearon como a un perro y lo obligaron a jubilarse de su trabajo como profesor de teatro. Lo condenaron al oprobio. Al olvido. Entrevistado por Iñaki Ellakuría, poco antes de morir de un infarto, Ollé lamentaba que cuando lo acusaron “sufrí un muro de silencio y de cobardía”. ¿Dónde estaban entonces los cómicos? ¿Dónde se metieron sus compañeros? Calladitos. Al cobijo del poder, a favor de la corriente. Si Lenny Bruce conociera a esta peña volvería a morirse, de asco.
P. ¿La contratación millonaria de David Broncano con la esperanza de mermar audiencia a Pablo Motos es una nueva variante de la cancelación? Si no, ¿cómo la calificaría?
R. Bueno, entronca con la vieja tradición española de usar los medios públicos como lanzadera de los políticos al mando. Si Motos nos jode, si discute nuestro relato, pues sacamos la chequera y tratamos de contraprogramarlo. Total, tiran con el dinero de todos.
P. Como usted explica en el libro, a Motos le arrinconan -con dinero público- a propósito de una entrevista con Pataky. Lo interesante es que a Pataky la han cuestionado -por poco feminista- hace pocos días por explicar que había decidido cuidar a sus hijos para que su marido se centrase en su carrera. ¿La cancelación es contagiosa?
R. La cancelación supone abolir varios derechos que nos alejan de la barbarie, empezando por el derecho al honor y la presunción de inocencia. Oponerse a la cancelación es oponerse a los linchamientos, la crueldad y las calumnias, a la cobardía de quienes atacan al prójimo amparados en la masa. Combatir la cancelación, denunciarla, es estar con las víctimas y es, sobre todo, colocarse contra el verdugo, la única forma decente de andar por la vida. Lo que algunos llaman justicia popular es la negación del derecho penal. Los hombres somos individuos, ciudadanos, no arquetipos o monigotes. Nadie tiene por qué pagar por los pecados colectivos o las monstruosidades que hayan podido cometerse a lo largo de la historia. Por otro lado, caen en todas las contradicciones. Cuando critican a Elsa Pataky por su sacrosanto derecho a llevar su vida como le dé la gana la están tratando con la misma superioridad moral y el mismo desprecio con la que el viejo patriarcado -que por cierto hace mucho que ya no existe en Occidente- sojuzgaba a las mujeres. La cancelación es contagiosa porque sale gratis, entre otras cosas, porque muchos de los que tendrían que hablar prefieren callarse, no vaya a ser que les salpique.
P. Me ha parecido especialmente revelador el perfil que hace del escritor Hernán Migoya, ya que usted pone el acento en el clasismo: “Connosieur de la alta y baja cultura, libre de los complejos que ulceran a muchos de nuestros literatos, ilegibles por esnobs y por pijos…quisieron darle matarile antes de la actual fiebre canceladora”. Dado que el wokismo nace en las universidades de élite de EE.UU, ¿cree que el clasismo es un ingrediente sustancial de este nuevo puritanismo?
R. El wokismo es elitista en la medida que es nieto de la cultura totalitaria del comunismo chino e hijo de unos campus universitarios que en EE.UU. sólo son accesibles para las élites económicas. El desprecio de esta gente por la clase trabajadora, en cuyo nombre dicen hablar, recuerda mucho al célebre chiste de Chumy Chúmez, en el que un tipo con barba y gafas de sol, encarado con un grupo de pueblerinos, piensa que “esta gente no se merece que me lea entero El Capital”. Claro que los wokistas tampoco han leído Marx. En lugar de Schumpeter o Camus, esta peña vive de cuentistas como Lacan, Baudrillard o Deleuze, chatarrería intelectual que hizo del desprecio a la claridad una invitación al relativismo y un asalto al racionalismo y los principios de las revoluciones ilustradas.
P. Otro capítulo muy interesante de su libro es el dedicado a Teddy Bautista, antiguo presidente de la SGAE que fue crucificado en los dosmiles. ¿Cómo es posible que haya salido absuelto de todos los cargos y nadie de quienes le estigmatizaban tenga que pedir perdón o compensarle de alguna manera?
R. Porque calumniar es muy fácil cuando no rindes cuentas ante nadie, porque disparar al ídolo caído es un deporte de bajo riesgo y porque el sensacionalismo tiene un aliado incalculable en la frivolidad de una gente sin más principios que los que redundan en beneficio de sus cuentas corrientes. A Teddy Bautista lo machacaron unos medios entonces abonados al populismo punitivo y el gratis total. Más allá de la condena moral que merecen, evidente, los muy gilipollas no comprendieron que la misma ola populista que arrasó la industria musical años después también desarbolaría su modelo de negocio.
Los peores casos de cancelación se dan contra personasmucho más indefensas que Woody Allen
P. Su libro no habla solo de celebridades, sino también de intelectuales activistas como Ayaan Hirsi Ali, una figura clave para entender la batalla cultural actual. Esta mujer somalí, sometida a una ablación, huye a Holanda, donde termina siendo diputada, y presencia el atentado islamista contra el cineasta Theo Van Gogh. Ahora se ha convertido al cristianismo y defiende los valores occidentales. ¿Es la cultura clásica de nuestro continente la mejor vacuna contra el wokismo y la cancelación?
R. Por supuesto que sí. Machismo hubo en todas las épocas. Pero la única cultura que se postuló en contra fue la cultura occidental. Y, por supuesto, la revolución feminista nació en Occidente. ¿Dónde si no? ¿El racismo? Otro veneno. Pero uno que Occidente ha diagnosticado en su seno y que hoy repudia de forma universal. En el caso de Ayaan Hirsi Ali, por la que siento una admiración infinita, diría que no necesitas convertirte al cristianismo para defender los valores occidentales. Pero yo no soy quién para cuestionar las necesidades espirituales de nadie. Siempre y cuando, eso sí, no traten de imponérnoslas al resto, como por cierto les gustaría conseguir a los integristas islámicos.
P. Me interesa también el capítulo sobre la editorial El Viejo Topo, donde explica como los cuadros culturales de Ada Colau vetan a este sello clásico de una feria del libro político en Barcelona, no está claro de si por publicar al ensayista rojipardo Diego Fusaro o por los libros de su catálogo contra el separatismo. ¿Cree usted que la izquierda piensa que tiene derecho legítimo a censurar lo que no le gusta?
R. La izquierda con la que yo crecí tenía muchos defectos, y consumía cantidades ingentes de morralla, igual que la derecha, por cierto, pero no sé si hasta el punto de censurar a una editorial como 'El Viejo Topo'. A estas alturas está claro que el descarrilamiento cognitivo de esta gente supera las previsiones más catastrofistas. Por otro lado, no seamos ingenuos: en la izquierda convive la noble tradición de un Orwell y un Camus, benditos sean, con la de los comisarios políticos, de El mono azul de Alberti y su sección “¡A paseo!”, donde daba los nombres de los intelectuales que debían de ser “reeducados”, al infecto diario Egin de la tal Mertxe Aizpurúa, la de la portada de “Ortega vuelve a la cárcel” tras la liberación de Ortega Lara.
P. En el capítulo sobre Woody Allen, elogia su residencia “a prueba de bombas” frente a años de acusaciones, algo que también ha mostrado Johnny Depp y tantos otros. ¿La clave para resistir a un proceso de cancelación es la paciencia?
R. Ayuda tener recursos. Los peores casos de cancelación se han dado contra personas mucho más indefensas, contra profesores o periodistas a los que nadie conoce y que no moverán nunca un manifiesto de apoyo.
P.¿La derecha está dormida o despierta respecto a la batalla cultural en curso?
R. La derecha, en general, no entiende que las batallas culturales que no das te las dan otros. Y te las ganan. No puede ser que en España la batalla cultural contra el feminismo iliberal de la ministra Montero y compañía lo haya liderado, en buena medida, gente cercana a la derecha religiosa más integrista. No basta con gestionar. Un país no es una escalera de vecinos, aunque se le parezca.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación