Se ha dicho que Aki Kaurismäki es el cineasta de los desheredados, de los olvidados y de quienes no son bienvenidos lejos de sus casas, y lejos de ofrecer una mirada condescendiente, el cineasta finlandés siempre prefiere una perspectiva al mismo tiempo agridulce y optimista en sus historias, en las que prevalecen el amor y los corazones más puros. Ese es el caso de Fallen Leaves, su nueva película, una suerte de cuento romántico que llega esta semana a los cines españoles.
Quien haya repasado algunas de las listas con lo mejor de 2023 se habrá dado cuenta de que el nombre de este director finlandés aparece entre lo mejor del año que está a punto de terminar, aunque no todos los autores se ponen de acuerdo. No importa. Sin embargo, sobre lo que sí hay quorum es en que esta es la historia de amor más conmovedora, tierna y lúcida, y en esto se aceptan pocas discusiones.
Fallen Leaves es un romance sencillo en su trama y en sus formas, con unos protagonistas que, como es habitual en sus películas, son buenas personas, aunque no terminan de encontrar un trabajo digno y con buenas condiciones. Ansa es una reponedora de supermercado que busca suerte en un bar tras ser despedida, mientras que Holappa es un obrero alcohólico que comparte habitación. Una noche, en un karaoke, cruzan sus miradas y empieza una historia de amor de pocas palabras y muchos sentimientos.
En esta película, preseleccionada para competir por el Oscar a la mejor película internacional, Kaurismäki no cambia de registro, no tiene interés en resultar innovador ni en sorprender, pero poco importa cuando lo que tienes entre manos es una trama tan conmovedora: una relación que se forja poco a poco a pesar de malentendidos, de despistes, de la mala suerte, de errores banales y de otros que, como el alcohol, no lo son tanto y que a pesar de todo no impiden que el amor florezca.
Si uno no cae rendido a la escueta pero intensa media sonrisa que Ansa (Alma Pöysti) le dedica a Holappa (Jussi Vatanen) en varias ocasiones es que no tiene corazón
Fallen Leaves es, para esta redactora de Vozpópuli, Kaurismäki en estado puro, con sus rarezas, sus personajes inmóviles y sus rostros casi inexpresivos en una cuidada economía del gesto y de la palabra. Porque en esta película, Ansa y Holappa hablan poco, pero las contadas palabras que intercambian son solo una excusa para seguir mirándose el uno al otro. Y si uno no cae rendido a la escueta pero intensa media sonrisa que Ansa (Alma Pöysti) le dedica a Holappa (Jussi Vatanen) en varias ocasiones es que no tiene corazón.
Más allá de los personajes fríos en aspecto pero inmensos y generosos, algo que se repite en Fallen Leaves es el sentido del humor de Kaurismäki, tan sobrio y parco como lo es él mismo, pero tan agrio, con cierta retranca y a la vez blanco como lo es su personalidad.
Si en su anterior película, El otro lado de la esperanza (2017), los momentos más sarcásticos llegaban de conversaciones sobre inmigración ("estoy enamorado de Finlandia, pero si se te ocurre algún modo de salir de aquí te estaría muy agradecido", le dice un personaje a otro) en esta ocasión el director carga contra las contradicciones del proletariado, aunque también se ríe de la cinefilia más pedante al tiempo que reivindica ver las películas en las salas. De hecho, la pareja de enamorados tiene su primera cita en un cine donde ven la comedia de zombies Los muertos no mueren (2019), de Jim Jarmush, amigo de Kaurismäki.
Kaurismäki y el anacronismo
A diferencia de otros directores, y a pesar de repetir una fórmula que funciona a la perfección, con Kaurismäki uno no tiene la sensación de estar ante una caricaturización de los personajes o de los decorados. Puede no ser su mejor película, pero el finlandés no estira el chicle ni vive de las rentas, y con Fallen Leaves resulta tan fresco y enternecedor como en cualquiera de sus otras películas.
Como una marca de la casa, este director vuelve a ofrecer una mirada anacrónica a un presente que parece anclado en otro tiempo, y que, sin embargo, mantiene su conexión con el momento actual solo gracias a las noticias sobre la guerra de Ucrania que se retransmiten a través de la radio que encienden al llegar a casa. No hay smartphones, el teléfono fijo suena y las chupas de cuero invitan a imaginar otra época para pensar con lucidez sobre el presente.