Cultura

Kirk Douglas no amó a Rita Hayworth, ni Bárbara Rey a Alain Delon

Los neurólogos hablarán de dopaminas, serotoninas y demás neurotransmisores, pero no podrán explicar por qué estas sustancias se despertaron en Humphrey Bogart con Lauren Bacall y no con cualquier otra

El amor puede volverte loco, como bien sabía José Ortega y Gasset. La ciencia del amor es que no tiene ciencia, y uno no sabe muy bien por qué termina amando a quien ama. Podría razonarlo, incluso hacer un análisis Dafo que refuerce el armatoste lógico de su decisión. Pero nada de eso servirá para explicar por qué ella sí, y otra no. Los neurólogos hablarán de dopaminas, serotoninas y demás neurotransmisores, pero no podrán explicar por qué estas sustancias se despertaron en Humphrey Bogart con Lauren Bacall y no con cualquier otra.

Mi padre solía repetir con insistencia una frase cuando estaba en el instituto y me enamoré ciegamente de una compañera un par de años más joven. “Hijo, primer amor, primer dolor”. Me volví loco, literalmente. Hasta el punto de necesitar atención psicológica para la ansiedad. Ocurrió sin mucho sentido, como suelen ocurrir las buenas y malas cosas.

En los pasillos del colegio, entre clase y clase, me fijé en cómo observaba con curiosidad una de las decenas de orlas que cubrían las paredes de la escuela. Armado de más valor que un soldado de los Tercios de Flandes, me encaramé hacia ella y hablé, todo un logro para mí con aquellos 16 años, cuando tenía menos oratoria que un inglés en una reunión de andaluces.

Desde entonces, cada vez que la veía sonaban en mi cabeza aquellos acordes de Umberto Tozzi ('Ti amo') -yo siempre tan peliculero-, me sudaban las manos y trataba de interpretar mi mejor imitación de Marlon Brando en 'La ley del silencio'. Por supuesto, aquel cortejo fue un fracaso absoluto. Pasé un año obsesionado con aquella chica, que representaba cuanto hay de bueno y trascendente en este mundo. Un beso suyo habría sido mejor que todas las Champions del Real Madrid o que todos los anillos de la NBA de Michael Jordan.

La vida es juguetona en ocasiones, y años después me reencontré con ella, ya desenganchado de su hechizo, y fue entonces cuando triunfé. Como decía, las cosas buenas y malas ocurren sin mucho sentido. Aquella chica ha contraído matrimonio hace poco, y mientras veía sus fotos de boda en Instagram no he podido evitar acordarme de aquella categoría histórica conocida científicamente como 'edad del pavo'.

He conocido a chicas mucho más bonitas que aquella, más brillantes, más interesantes, pero no me he enamorado de ellas. Simplemente algo en ti hace clic y ya no hay vuelta atrás. En la Grecia clásica, el amor pasional era considerado una enfermedad, un mal con escasa lógica. Ninguno elige de quién enamorarse.

Kirk Douglas cuenta en su biografía, 'El hijo del trapero', que uno de sus múltiples romances fue con Rita Hayworth. El actor reconoce la inusitada belleza de Margarita Carmen Cansino -nombre real de la actriz-, así como lo insustancial de su compañía. A Douglas aquella maravilla de nuestra especie le llenaba lo justo, y pronto se aburrió de ella. Como decía la actriz: “Los hombres se acuestan con Gilda pero se despiertan conmigo”. Douglas también lamenta el cruel destino que le deparó a la dama de Shangai, enferma de alzhéimer con solo 50 años.

Esta semana, Antena 3 emitía un documental sobre Bárbara Rey ('Una vida Bárbara') en el que contaba su relación con el actor francés Alain Delon, uno de los intérpretes más guapos -sino el que más- que haya aparecido nunca en la pantalla grande. Rey reconoce que siendo una niña vio a Delon en una película y quedó prendada de él. Soñaba que iban juntos a una isla a comer morcilla, embutidos y otros manjares.

Años después, se conocieron en persona y se gustaron, pero Bárbara Rey reconoce que nunca llegó a estar enamorada de él. Según cuenta, era una cara preciosa, a la que podía estar mirando horas como si de una obra de museo se tratara. Sin embargo, nunca se llegó a prender la llama del amor, cosa que sí ocurriría años después con el circense Ángel Cristo, que en comparación a Deloin es como poner el garabato de un niño al lado de un cuadro de Velázquez.

Pero el amor es ciego, y uno de los grandes misterios de nuestra existencia. Ninguno estamos libres de su embrujo, y de terminar bebiendo los vientos por quien menos esperamos. “Nada conturba al león que arrulla al pie de una hembra, y nadie conturba al mozo que canta al pie de una reja”, decía José Gabriel y Galán. Y tal es el fulgor de los enamorados que parecen inmortales. De ahí el “polvo serán, más polvo enamorado”, de don Francisco de Quevedo. Huir del amor es como huir de la propia sombra, y la razón de poco sirve cuando aquella chica que está mirando una orla se fija en ti para dedicarte una sonrisa.

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