El más certero misil germano de la Primera Guerra Mundial tuvo forma de vagón, un tren sellado preñado de revolucionarios que, tras hacerse con el poder, terminaron por destruir el imperio de los zares y abandonaron la guerra que les enfrentaba con Alemania. En 1917, Suiza era un nido de espías durante la Primera Guerra Mundial, agentes franceses, alemanes, austriacos, italianos, rusos se cruzaban en el hall de los grandes hoteles y en los grandes cafés de ciudades como Zúrich. También era lugar de exiliados políticos que pasaban el tiempo en bibliotecas atentos a los avances y retrocesos de las tropas de su nación. Uno de estos últimos es Vladímir Ilích Uliánov, un revolucionario ruso de 47 años que todavía tenía presente cómo el régimen zarista ejecutó a su hermano, tras ser descubierto en el intento de atentado contra el zar Alejandro III. En 1917, el que es conocido como Lenin no es nadie, pocos le reconocerían como un político responsable de algunas publicaciones en Inglaterra y Rusia. Pero aquel hombre estaba a punto de cambiar el mundo al punto de que muy pocos le negarán un puesto en el podio de los personajes más relevantes del siglo XX.
El político que lleva 17 años en el exilio planeando la revolución, descubre en el mes de marzo de 1917 (febrero para el calendario ruso) que la revolución no le ha esperado a él y a sus hombres y ya ha provocado la abdicación del zar Nicolás II. La ocasión se le escapa entre las manos encerrado en el país neutral rodeado de imperios en guerra. Y en esta guerra interminable que estalló con el atentado en Sarajevo y los cañones de agosto de 1914, se acababa de sumar Estados Unidos. Al Imperio alemán le nacía un nuevo y poderosísimo rival, por lo que sería un gran alivio terminar con los combates en el este. Así, el gobierno germano, envió a un grupo de exiliados políticos favorables a terminar con la guerra de vuelta a Rusia en un tren sellado.
Las condiciones de Lenin determinaron que el vagón no podría abrirse ni solicitar documentación durante todo el trayecto. Viajarían con derecho de extraterritorialidad, el tren se convertía así en una especie de embajada que no podía ser violada y que ascendió en línea recta pasando por Berlín y Estocolmo, hasta descender por Finlandia hasta Petrogrado (San Petersburgo). Como lo describió en su genial relato Stefan Zweig, el tren no era un tren, sino un misil que impactó en el punto más sensible: “El proyectil ha dado en el blanco, ha destruido un imperio y cambiado la faz del mundo”.
"Todo el poder para los sóviets"
En abril ya estaba en Rusia y en noviembre ya tenía el poder del que no se desprenderá hasta que la enfermedad lo ate a una silla de ruedas. El gobierno provisional no había sabido solucionar las distintas crisis del campo, ciudades y el frente, y su apuesta por continuar en la guerra terminó minando la débil autoridad de Kérenski.
El 25 de octubre de 1917 (7 de noviembre), los bolcheviques toman el poder, en un Gobierno declarado como provisional. Y a pesar de que mantuvieron las elecciones previstas, Lenin intuyendo que los votos no le iban a acompañar, comenzó a desplegar una campaña para priorizar la legitimidad de los sóviets, consejos de trabajadores, por encima de la democracia parlamentaria.
Las elecciones, en las que los socialrevolucionarios vencieron ampliamente con un 41% frente a un 25% de los bolcheviques, confirmaron el temor de Lenin que desoyó los resultados y cerró la Asamblea Constituyente. Desde entonces, Rusia, luego la URSS, se convirtió en una dictadura, negando la posibilidad de una democracia hasta el final del siglo XX.
No tardaron en llegar los primeros enfrentamientos con el Ejército Blanco, partidario de un retorno al viejo régimen y que nunca contó con el apoyo de la población civil. La Guerra también dio la oportunidad a los bolcheviques de establecer una política del terror contra todos sus rivales, incluidos izquierdistas como los social-revolucionarios y anarquistas, que fueron aplastados bajo la acusación de "contrarrevolucionarios". Se estableció la Cheka como uno de los principales órganos del Estado represivo que consolidó el poder de la dictadura de partido que terminaría reprimiendo cualquier atisbo de crítica interna.
La victoria bolchevique alumbró uno de los mayores cambios político-sociales que ha visto el mundo. El régimen de los zares, reacio a reformas sociales, que solo medio siglo antes había abolido la servidumbre y un verdadero fósil político en la Europa de comienzos del XX, se tornaba en una república socialista que expropiaba y nacionalizaba los campos de los terratenientes.
Durante años, parte de la historiografía exoneró a Lenin y estos primeros años de la URSS de la política del terror y purgas internas de Stalin. Si bien este último llevó a cotas inimaginables las medidas de represión y de purgas internas, actualemente existe un consenso historiográfico en apuntar al nacimiento del terror con el padre de la revolución.
El terror nació con Lenin
Testamento de Lenin contra Stalin
Lenin llegaba a la década de los veinte con una salud muy endeble, los graves problemas neurológicos apartaban temporalmente al líder bolchevique que durante sus últimos meses de vida quedó definitivamente postrado en una silla de ruedas, y bajo la tutela de Stalin, que controlaba sus visitas, la actividad médica y limitaba el tiempo en el que el líder podía dictar notas.
Entre el 23 de diciembre y el 4 de enero de 1924, Lenin dictó sus últimas notas con la intención de presentarlas en el próximo Congreso del Partido, unos apuntes que llegaron a ser conocidos como su testamento político. Lenin ordenó que fueran mantenidas en secreto, guardándolas en sobres sellados, aunque terminarían en manos de Stalin. En ellas, como relata Orlando Figes en La revolución rusa, mostraba tres preocupaciones encarnadas en el que acabaría siendo su sucesor: el nacionalismo ruso, a pesar de que Stalin era georgiano; la acumulación de poder en los órganos directivos del partido, que en ese momento controlaba Stalin; y el difícil momento de la sucesión por los crudos enfrentamientos, ya presentes, entre Stalin y Trotsky. En este aspecto, Lenin dejaba clara su postura respecto al georgiano:
"Stalin es demasiado rudo, y este defecto, aunque bastante tolerable en nuestro medio y en el trato entre comunistas, se hace intolerable en un secretario general. Por esta razón sugiero que los camaradas piensen en una forma de destituir a Stalin de ese puesto y reemplazarle por alguien que tenga sólo una ventaja sobre el camarada Stalin, la de una tolerancia mayor, la de una mayor lealtad, la de una mayor cortesía y consideración hacia los camaradas, la de un talante menos caprichoso, etcétera".
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