La familia albanesa pensaba dónde colocar el nuevo objeto decorativo. La madre y la abuela discutieron sobre el lugar y la forma en la que mejor quedaría en el salón. ¿Meterle una rosa dentro? Sería bonito, pero distraería del propio valor estético del producto que era de un rojo tan intenso como la bandera nacional y como la ideología oficial del país. Al final decidieron colocarla en la sala sobre el mejor tapete bordado que tenían, se trataba de una lata de Coca-Cola.
Corría el mes de agosto de 1985 y Albania lloraba desde abril la muerte de su líder durante las últimas cuatro décadas, el dictador Enver Hoxha. La lata de Coca-Cola había sido una compra de la madre de Lea Ypi, profesora de Teoría Política en la London School of Economics, que en Libre relata la caída de la Albania comunista desde su perspectiva como una niña de 11 años totalmente adoctrinada por el régimen.
En el año en el que murió el dictador, Albania era uno de los países más herméticos del momento, una dictadura que había perdido los apoyos internacionales de las grandes potencias socialistas y que había decidido cerrarse al mundo.
Como parte del hermetismo del régimen, Hoxha había bunkerizado literalmente al país. Estos mamotretos siguen presentes en cualquier ciudad albanesa, una hilera de búnkeres en la playa, búnkeres en cementerios, búnkeres en parques infantiles, al lado de un colegio, en mitad de una calle, aislados en las montañas… Miles de ellos han sido destruidos desde la década de los noventa, otros se han reutilizado como museos y otros tantos han quedado vandalizados, pasto de grafitis y cuarto improvisado para encuentros amorosos.
El recurso del enemigo exterior, el espantajo de la invasión inminente que tanto agitan este tipo de dictaduras sembró, miles de búnkeres por todo el país. Aunque no hay datos fiables, se estima que al menos se construyeron 175.000 búnkeres, aunque la cifra más repetida son los 700.000, en una población que en las cuatro décadas de dictadura se movió entre el millón y los tres millones de habitantes.
La mayor parte de su 'reinado' Hoxha se mantuvo al amparo de otras potencias: Yugoslavia (1944-1948), URSS (1949-1961) y China (1961-1978). Así, sólo a partir de 1978 se consolidó el radical aislamiento internacional, según señala el historiador Xavier Baró Queralt en El enverismo albanes. Entre la ortodoxia ideológica, la herencia estalinista y la lucha por el poder.
La proporción de un búnker para cada tres o cuatro personas también se calculaba con los informantes para la Sigurimi, la policía secreta encargada de erradicar cualquier atisbo de oposición política y que llegó a contar con más de 200.000 integrantes. Las delaciones y el grado de infiltración entre la sociedad creaba un asfixiante ambiente de desconfianza. “La gente decía: si estás solo, estás a salvo. Si sois dos, estate alerta. Si sois tres, echa a correr”, recogía la periodista Margo Rejmer en Barro más dulce que la miel: voces de la Albania comunista.
Antirrevisionismo estalinista
Hoxha llegó al poder durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la Italia fascista, a imitación de Alemania, decidió ampliar su territorio invadiendo Albania en 1939. Varias milicias locales consiguieron expulsar tanto a los italianos como a los alemanes sin la ayuda del Ejército Rojo, hecho que como en el caso yugoslavo será fuente de orgullo nacional durante las siguientes décadas. Los comunistas dirigidos por Hoxha se impusieron a las otras milicias y accedieron al poder y desde entonces mantendrán un férreo culto al dictador soviético.
“Me tapé la boca para ahogar un grito. Stalin, el gigante de bronce con su simpático bigote que se alzaba en el jardín del Palacio de la Cultura desde mucho antes de que yo naciera, ¿decapitado?”, tras la anécdota de la lata de Coca-Cola, Ypi recordaba el horror que sintió cuando alzó la vista y descubrió que la estatua de Stalin a la que acababa de dar un abrazo había sido decapitada por una manifestación que pedía “libertad”.
“Nunca me pregunté lo que significaba la libertad hasta el día en que abracé a Stalin... Es posible que Stalin amara a los niños. Es probable que los niños amaran a Stalin. Lo que es seguro, segurísimo, es que yo nunca lo amé tanto como en aquella húmeda tarde de diciembre”. Ypi expone en primera persona el adoctrinamiento que hacían que niños de primaria adoraran a aquel hombre “que sonreía con los ojos”.
Además de sus probaturas autárquicas, si algo caracterizaba a Albania a mitad de los ochenta era su férrea y entonces ya única fidelidad a la figura de Stalin, que llevaba décadas renegado y denunciado por la URSS: “Los revisionistas modernos y la reacción nos llaman estalinistas, pensando que así nos insultan y éste es su fin. Pero, por el contrario, ellos nos elogian con este nombre: consideramos un honor ser estalinistas, ya que siendo y permaneciendo como tales, el enemigo no pudo doblegarnos y no nos doblegará jamás”, proclamaba el propio Hoxha.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación