Cultura

La Panda del Moco: las ovejas negras de clase alta que aterrorizaron Madrid

El antropólogo Iñaki Domínguez desvela otro mito urbano clave en la genealogía del macarrismo español

Hay quien lo llama el Homero de lo canalla. Me llegan advertencias, días antes de encontrarme con él, de contactarlo mejor en las horas de la mañana, no fuese a encontrarlo en las de la tarde ebrio; no sé sabe muy bien de qué. A Iñaki Domínguez me lo pintan como discípulo de aquellos versos de Baudelaire en los que el maldito rezaba a favor de la embriaguez. De la ebriedad por bandera, bien fuera con vino, poesía o virtud. Cuando lo llamo para ponerme en contacto con él (prescinde de dictaduras de la comunicación como el WhatsApp), su voz es recia y hasta taleguera. No así sus palabras, que aparcan con ternura una reunión en su barrio, cerca de la parada de Antonio Machado, en Madrid, para discutir sobre su última investigación La verdadera historia de la panda del moco: Los pijos malos que aterrorizaron Madrid. Hora de la cita, también mañanera. Casi mejor. Si él es Baudelaire, yo tampoco me quedo corto a lo Rimbaud.

Con sus patillas toreras atraviesa la puerta de la cafetería donde le doy el punto de encuentro. Sonriente, con gesto espídico, me da la mano con efusividad y determinación. Esta manita, pienso, ha tenido que enfrentarse al juicio de muchos tipos duros y peligrosos, normal que la avance con la fuerza de quien no puede permitirse una primera impresión blandengue. Cuando le pregunto ¿qué tal? Va al grano. “El libro está funcionando bien aunque esperaba más atención de primeras, la verdad. La historia me parece muy jugosa como para que no haya habido más movimiento mediático. Pero bueno…”. Le intervengo cortésmente, confesándole que le preguntaba en general, así, en su vida más allá de lo literario. Iñaki se ríe.

En vista del acelerón, le propongo pues abrir la puerta grande a las preguntas, y comienzo igual que he empezado esta pieza, preguntando a Iñaki por qué alguien como Julio Tovar habla de él como “El Homero de lo canalla” (refiriéndose al poeta griego y no al Homer Simpson latino, no se me confundan). “Homero fue quien, a través de sus poemas épicos como la Ilíada y la Odisea, transmitió un estilo de vida, una serie de leyendas y tradiciones que antes de él tenían sólo un origen oral. Homero las escribió y permitió que su transmisión llegara hasta nuestros días. Supongo que Julio se refiere a eso. ¡No a que yo sea como Homero! No fastidies. Si no a que es desde una investigación de mitos urbanos orales desde donde yo extraigo la mayoría de la información para mis libros”.

Porque, efectivamente, Iñaki destaca por haber hecho una genealogía del macarreo español tan extensa como amena desde Macarras intersecualres: Una historia de Madrid a través de sus mitos callejeros, hasta el bum que dio con Macarras ibéricos: Una historia de España a través de sus leyendas callejeras. “La verdad es que no fue premeditado. Yo me puse con Macarras interseculares por encargo y estaba claro que había para mucho más. Tanto, que después salió mi trilogía macarra. Durante el tardo franquismo, la industria pujante que reina en las grandes ciudades hace que los hijos de quienes provienen del éxodo rural acaben en el macarrismo, dando así paso a muchas historias que son leyendas urbanas emocionantes”. No obstante, le digo a Iñaki, no es de macarras barriobajeros de quienes habla en su nuevo libro.

Iñaki se rasca el mentón y le zumba un trago a la Coca-Cola que le acaban de traer. Hay cierta duda, que imagino tiene más que ver con que, si bien los protagonistas de La verdadera historia de la Panda del Moco de obreros tenían lo que él de princesa, sí iban por ahí haciendo macarradas. Una vez acaba de atusarse la patillaza, vuelve a arrancarse en sus declaraciones aceleradas y directas. “No, claro. La Panda del Moco no tiene nada de barriobajera. De hecho, en su inmensa mayoría, todos provienen de hogares acomodados que vieron como la caída del franquismo disminuyó sus privilegios. No obligatoriamente económico, pero sí que experimentaron una reducción de la inviolabilidad que habían disfrutado durante los tiempos de Franco. Sin que eso quiera decir que estuvieran politizados. De hecho, no eran nazis, sino más bien una panda de chavales a los que les gustaba la camorra, pero que luego contaban con el respaldo del dinero paterno y los contactos”.

La Panda del Moco

La Panda del Moco es algo que ya había escuchado de boca de mis padres, quizás refiriéndose a cuando mis amigos y yo nos metíamos en alguna bulla. Pero, desde luego, nunca le puse realmente genio y figura a los malandrines. “La Panda del Moco es un grupo de pijos malotes que sonó durante mis investigaciones de Macarras Interseculares y a los que dediqué un apartado que gustó mucho. Entonces me decidí por algo más monográfico sobre ellos. Principalmente a través del contacto con uno de sus líderes llamado el Francés”.

No deja de resultar singular la fórmula de investigación de Iñaki quien, navegando por territorios de difícil documentación, por no decir nula, tiene que lograr el contacto directo con protagonistas o testigos de aquellas viejas macarradas. Eso lo convierte, más que en un antropólogo de biblioteca, en un arqueólogo del mito oral. Cuando le pregunto sobre las técnicas de obtención de información, Iñaki me aclara que principalmente dos: “La calle y los foros de internet. Luego, una vez hecho el primer contacto, vas hilvanando. Por ejemplo, al Francés pude contactarlo a través de un foro de internet. Una noche decidí dejar preguntas sobre la Panda del Moco en varios foros, como anzuelos, a ver si picaba algo. No tenía muchas expectativas pero, al cabo de dos semanas, me respondió un hombre que resultó ser el Francés. Nada menos que uno de los cabecillas de La Panda con el Judío, el Italiano o Pablo Full. Establecí contacto y hasta, casi te podría decir, cierta amistad”.

Cuesta creer, no obstante, que existiendo en los años ochenta de Madrid grupos como los navajeros vallecanos, los rockers, los mods, los powers y otros tantos que venían de hogares desestructurados, zonas precarias donde había mucha violencia o de idiosincrasias culturales radicadas en los tirones y los pinchazos al hígado como leitmotiv cotidiano, llegasen una peña afincada en Chamartín, sobre todo en Paseo de la Habana, e infundiesen terror. Casi hasta el punto de moldear una leyenda épica sobre su valentía, como berserker-niños-bien del asfalto madrileño. “Eran las ovejas negras de sus familias. Compartían códigos que tenían que ver con el poder adquisitivo de sus padres y las zonas donde se movían más que con otra cosa. Aunque no todos eran clase bien. Lo que pasa es que hacían full contact y eran cachorros muy comprometidos y valientes. Digamos que no le tenían miedo a nada, y eso acabó por crearles una fama, al parecer, bien merecida”.

Las peleas solían ser a puño y patada. Se pegaban pero no se mataban

Al oír a Iñaki hablar de peleas, me surge la inquietud que emana de todo aquel que ha compartido mamporros con otros gallos: ¿Y las navajas? ¿Y los bates o las porras? “Las peleas solían ser a puño y patada. Hablamos de gente muy joven, muchos de ellos ni eran mayores de edad. Se pegaban pero no se mataban”. Iñaki parece contar esto desde cierta ternura. Imagino que como muchos investigadores, al empapuzarse del motivo de su investigación ha terminado intoxicado por el carisma de la historia y la redención de sus protagonistas. Además, no veo al Homero de lo canalla demasiado mascachapas-rompecrismas. Más bien el típico apañado que se lleva a deseo con la plana mayor de los satélites y demás bellacos, sin necesidad de soltar piñatas. 

A modo de conclusión, le pregunto a Iñaki, lo primero, si considera que el pijerío actual está más mimado que ese viejo pijerío macarra. En segundo, ¿de dónde surgió el nombre? “Lo del nombre no está claro pero parece ser que, o bien sale de un policía que los llamo así o, otra, es que en el buzón del Vips de Paseo de la Habana echaron papelitos con posibles nombres y hubo quien sacó la palabra ‘moco’. Y, en cuanto a lo primero, creo que La Panda del Moco eran un grupo de chavales que se sentían sin retos, ni propósitos, pero también sin necesidades que ya cubrían sus padres. Eso los asilvestró. Hoy podría haber cosas parecidas, pero hablamos de una España menos globalizada, donde todo estaba por descubrir y estos pijos eran de los de antes, no el hipsterio actual, aunque ya empezaran a consumir los primeros coletazos de la apertura posfranquista. Es decir, a nivel de violencia, supongo que podría darse, pero en todo lo demás es imposible. Forman parte de los macarras del pasado”.

“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”, que dijo Gramsci. Muerto el franquismo, pero nonata del todo la democracia, La Panda del Moco surgió entre las dos tierras de un país que tenía que encontrar su lugar y a sí mismo, e Iñaki Domínguez la ha sacado del mito para hacerla historia.

Por último, “Iñaki, ¿habrá película?”. Sonríe y mira al vacío. “Algo se ha hablado ya…”

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