Tengo un amigo muy querido y extraordinariamente inteligente, catalán, que cuando tuvo sus hijos mientras vivía en Estados Unidos decidió no exponerlos al español, sino solamente al catalán y, por necesidad, al inglés que les permitía una convivencia e inmersión social completa donde vivía. Al volver a España, naturalmente, la inmersión en Cataluña de sus hijos no tuvo complicación alguna. Es más, disfrutaron de oportunidades y ventajas significativos en muchos ámbitos por su absoluto dominio del inglés. Sin embargo, estoy convencido de que en la mente de aquellos pequeños de ojos brillantes e inquisitivos que conocí existe ahora una frontera más que virtual en los límites de Cataluña.
La lengua establece una influencia de primer orden en la identidad cultural y la interacción social. En general, la población humana adopta su lengua madre sin ser consciente de que moldea nuestra percepción del mundo y nuestra conexión con la comunidad. De hecho, cada lengua encapsula una forma de ver y entender el mundo, actuando como un sistema codificado no sólo para almacenar y transmitir realidades complejas: sirve además para coordinar rápida y eficazmente a un gran número de personas, siendo éste su papel más relevante socialmente, a diferencia de otros lenguajes como las matemáticas o el pentagrama musical.
Esta característica particular de la lengua la convierte en el instrumento fundamental de toda actividad humanística, desde la acción política, hasta el análisis filosófico, pasando por el establecimiento de religiones, la moral, la ética, y la justicia. Todos estos ámbitos resultan impregnados por la compartimentación y cobertura que una cierta lengua realiza sobre la realidad que observan los humanos que la emplean, sin olvidar que el propio acto de observación se ve también determinado por la propia lengua del observador.
Se puede afirmar que toda acción política a cualquier escala, desde la familiar a la del Estado, cuyo objeto sea la preservación de una lengua refleja una elección consciente por preservar una identidad cultural a través de esa lengua. Sin embargo, ninguna elección política suele ser gratuita, ni sus efectos despreciables a partir de una cierta escala temporal. Este hecho está íntimamente relacionado con la propia naturaleza compleja de las sociedades humanas, un fenómeno indisociable de su origen biológico.
La lengua sigue siendo una herramienta poderosa para la unificación y el progreso humano
Aquí, la naturaleza ofrece modelos de extraordinaria utilidad para entender el papel fundamental de las lenguas en la evolución humana y la transmisión de cultura: entre ellos, destaca el código genético, almacenado en un sustrato compartido por todo ser vivo (el ADN) que, sin embargo, contiene un inmenso conjunto de soluciones particulares de éxito que han hecho posible la existencia de cada una de las especies biológicas por separado. Las soluciones almacenadas en el código genético pueden no ser óptimas, pero unifican a los individuos de cada especie. La naturaleza unificadora de la lengua posee los mismos atributos, tanto en el ámbito biológico como cultural. De hecho, se suele utilizar el término “ADN”, por extensión del “código” que esta molécula puede almacenar, para referirse a las características esenciales que definen a una organización, por ejemplo. Puede afirmarse que cuando una comunidad biológica explora una ruta de subsistencia por separado, por las causas que sean, esto le lleva sin excepción, pasado el tiempo suficiente, a una separación como especie, definida por sus diferencias de código genético.
La emergencia de un lenguaje complejo y plástico, como es una lengua, en los humanos, representa un hito evolutivo que permitió la transmisión de conocimientos y experiencias, apareciendo una diferenciación singular, más allá del código genético, respecto a otras especies. Esta capacidad para codificar y transmitir realidades complejas a través de la lengua produce una fuerza unificadora que ha moldeado la historia humana, permitiendo la colaboración y el desarrollo de sociedades complejas. Sin embargo, la lengua contiene también el mismo poder de división que el propio código genético, reflejando y perpetuando divisiones dentro de la propia especie humana, relacionadas con las distintas soluciones exploradas por cada comunidad.
Lengua, nación y unidad
La relación entre lengua, nación y unificación es en este momento un asunto de especial transcendencia en el caso de España, justamente donde el español como lengua ha jugado un papel central en la construcción de una identidad nacional unificada. Haciendo uso del modelo natural ofrecido por el código genético, la actual política lingüística de España de no promover el español como la lengua única del Estado no tiene otro horizonte posible que la preservación de las diferencias geopolíticas y la degradación progresiva, más tarde o más temprano, de la unidad social como comunidad de intereses coordinados que podemos definir como nación. Italia ofrece un interesantísimo ejemplo histórico de cómo se concibió la unificación, mediante la invención de una lengua común: el italiano moderno. Esto obliga a pensar en el poder de la lengua para construir comunidades más integradas y cohesivas, considerando la pertinencia de políticas que defiendan una unidad lingüística para el Estado.
A pesar de los desafíos presentados por la diversidad lingüística y las tensiones políticas, la lengua sigue siendo una herramienta poderosa para la unificación y el progreso humano. La capacidad de los humanos para comunicarse y compartir conocimientos a través de la lengua es una fuerza fundamental para el avance y la colaboración. Así, el papel de la lengua, como paradigma más universal de lenguaje, en la sociedad humana invita a considerar cómo las actuales políticas lingüísticas y las actitudes hacia la diversidad lingüística pueden influir en la cohesión social y el desarrollo futuros de España.
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