Cultura

Centenario de la Legión (1): el primer legionario eran dos

El primer alistado se llamaba Marcelo Villeval Gaitán y no era un joven de sangre caliente, ni un lumpen que buscase esconderse de la justicia

El primer legionario se alistó en Ceuta en 20 de septiembre de 1920. Para la Legión esa es la auténtica fecha de fundación, y no la del Real Decreto de 28 de enero de 1920, fecha legal de creación del cuerpo. El primer alistado se llamaba Marcelo Villeval Gaitán y no era un joven de sangre caliente, ni un lumpen que buscase esconderse de la justicia. Era un hombre en la madurez de los 30 años, un natural de Ceuta que veía muy de cerca el peligro de la insurgencia rifeña. Villeval fue enseguida ascendiendo a cabo, sargento y brigada por méritos de guerra, lo que indica que era disciplinado y sobre todo valeroso, porque sin valor en la Legión, como en los toros, no había nada que hacer.

Habiendo alcanzado el más alto grado en la escala de suboficiales, el brigada Villeval tomó parte en el desembarco de Alhucemas, la operación que supondría la victoria final en la Guerra de África. La punta de lanza del desembarco eran dos banderas de la Legión al mando de “Franquito”, el futuro general Franco. Las playas de Alhucemas estaban dominadas por el Monte Malmusi, y en el asalto a esta cumbre murió Villeval. Era el 23 de septiembre de 1925, la carrera del primer legionario había durado cinco años y tres días.

Marcelo Villeval es un arquetipo, el buen legionario que cumple siempre con su deber, con valor temerario y capacidad de sacrificio que llega a dar su vida en combate. Curiosamente tiene su contrapunto en el que también presumía de ser “el primer legionario”, porque fue el primero que se alistó en la Península, concretamente en Albacete: Aníbal Calero.

Podríamos idealizar el asunto recordando que La Mancha fue tierra famosa de hidalgos pobres, que como soldados rasos formaban la flor y nata de los tercios españoles, los que hicieron de ellos la mejor máquina militar del mundo en los siglos XVI y XVII. Pero Aníbal Calero no era manchego, ni hidalgo, ni mucho menos la flor y nata de la Legión. Su carrera militar fue desastrosa y su muerte nada heroica. No se sabe que matase muchos moros, pero sí que mató a su novia.

Llegó a Ceuta en el transbordador de Algeciras, con el primer contingente de voluntarios, al frente del cual venía el comandante Franco, que había aplazado su boda para acudir a la llamada de Millán Astray. Eran doscientos hombres alistados en Barcelona en sólo tres días. “Era la espuma, la flor y nata de los aventureros”, escribía entusiasmado Millán Astray, aunque también confesaba que “bajaron arrasándolo todo y sembrando el pánico por el camino”.

Anarquistas

Lo cierto es que, aunque Millán Astray les recibiera al grito de “¡Bienvenidos catalanes legionarios!”, no eran todos catalanes aunque se hubieran alistado allí, y tampoco eran todos “la flor y nata de los aventureros”. Había pistoleros anarquistas acosados por la policía, como parece que era el caso de Aníbal Calero, pero también delincuentes comunes, canalla buscando refugio de la justicia.

A veces estos desesperados canalizaron su violencia y chulería adecuadamente, en la guerra, y murieron como héroes, como esperaba Millán Astray. Pero hubo otros que no se desprendieron de sus malos hábitos, y ése fue el caso de Aníbal Calero. La personalidad de este segundo “primer legionario” ha sido estudiada por Moisés Domínguez, que ha publicado su biografía, Aníbal Calero, el primer legionario. Traza el autor una personalidad caótica y contradictoria, que no podía terminar bien. Su única posibilidad de acabar sus días dignamente sería que un moro le pegase un tiro, pero no tuvo esa suerte.

Huérfano de madre, su padre confió la crianza de Aníbal Calero a las monjas. Había conseguido así cierto nivel cultural, escribía artículos en los periódicos e incluso pretendió dar una conferencia en la Universidad de Salamanca, lo que nunca se llevó a cabo. Militó primero en el anarquismo, lo que en la época suponía estar dispuesto a matar y morir, luego se sintió fascinado por Mussolini y se afilió a la recién nacida Falange Española, que también suponía ir pegando y recibiendo tiros. Pero en 1934 fue expulsado de Falange “por espía”.

El alistamiento en la Legión de Aníbal Calero respondió seguramente a la búsqueda de refugio ante el acoso policial o de los pistoleros de la patronal, como muchos de esos doscientos “catalanes”. Al alistarse mintió en la edad y el lugar de nacimiento, y permaneció en la Legión en dos periodos entre 1920 y 1929. En ese tiempo le incoaron varios expedientes por insubordinación y por robar dinero de la Legión. Pero lo peor vino después del licenciamiento.

Madrinas de guerra

Era costumbre de los combatientes en África tener “madrinas de guerra”, muchachas que les mandaban su foto, cartas y regalitos. Calero tuvo varias y se hizo novio de una de ellas, una chica de Madrid llamada Pilar Azañón. Después de su licenciamiento, Calero fue a verla y, en un ataque de celos, la apuñaló hasta la muerte. Hoy sería un típico crimen machista, pero en la época era un homicidio pasional y tenía poca pena. Calero fue a la cárcel, pese a que su abogado alegó “desorden mental”, aunque no estaría mucho tiempo.

En el penal del Dueso (Cantabria) coincidió con el general Sanjurjo, condenado en 1932 por “la Sanjurjada”, un intento de golpe de estado contra la República. El exlegionario se convirtió en hombre para todo del general, y se dice que redactó sus memorias.

Tras su puesta en libertad en 1934, Calero fue a Barcelona, y allí fue asesinado con cinco tiros, sin que se desentrañara el crimen, aunque es posible que lo matase otro antiguo legionario por mantener relaciones con su mujer. De una forma o de otra, la vida estaba barata en aquella época.

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