Un niño es asesinado en un crimen truculento y se desata una ola de ataques contra una minoría religiosa. Estamos en cualquier punto de la Cristiandad medieval, estamos en la Europa del siglo XXI. Dos de las noticias que más han sobrecogido este verano han sido los asesinatos de Southport (Inglaterra), en el que perecieron tres niñas de entre 6 y 9 años, y el de la pasada semana de Mocejón en el que murió un niño de 11 años. Los dos sucesos comparten que el asesino, con graves problemas mentales, acuchilló a sus víctimas y que ambos han sido empleados en campañas de odio antiinmigración, a pesar del origen nacional de los atacantes.
El racismo europeo actual es fundamentalmente antimusulmán y/o antiárabe, y los seguidores del Islam o con origen en alguno de los países musulmanes o árabes han sustituido a los judíos como blanco de la diana del odio racista. A comienzos del siglo XX, la comunidad judía era periódicamente perseguida por toda Europa, hasta que el régimen nazi directamente se propuso exterminarlos en el mayor crimen perpetrado por la humanidad. A comienzos del siglo XX se tergiversaron las más modernas teorías evolutivas para establecer una clasificación de razas, que todavía sigue en la mente de muchos, aunque el concepto “raza humana” esté totalmente desacreditado por la ciencia. Con ello, el antisemitismo del momento se adaptaba y actualizaba bajo el paraguas de la ciencia tras casi dos milenios de prejuicios contra "el pueblo que mató a Jesús”.
Al menos desde el siglo XII, en Europa se mantuvo viva una práctica de persecución mucho menos refinada, basada en culpar a los judíos de alguno de los peores delitos, generalmente el asesinato de niños, para posteriormente hostigar a dichas comunidades, en muchos casos hasta la muerte. Los libelos de sangre consistían en acusar a las comunidades judías de secuestrar, torturar y asesinar a niños como parte de sacrificios rituales durante la festividad de Pésaj, que celebra la liberación de los hebreos de la esclavitud en Egipto. En la Edad Media, la Iglesia contribuyó a la difusión del antisemitismo al señalar a los judíos como responsables de la muerte de Jesús de Nazaret. Y los mitos en torno a los libelos de sangre imaginaban a los judíos realizando sus rituales recreando el deicidio, esta vez con la figura de un niño cristiano como víctima.
Uno de los casos más conocidos es el de Simón de Trento, un niño de dos años y medio que falleció durante la Pascua de 1475 en Trento, Italia. Según la leyenda, fue asesinado en un supuesto ritual perpetrado por un grupo de judíos. Bajo tortura, quince judíos confesaron este crimen y posteriormente fueron ejecutados en la hoguera. En la macabra tradición medieval del martirologio, el cuerpo del niño fue expuesto en un altar de la iglesia de San Pedro y pronto comenzó a ser venerado, acompañado de relatos de milagros. En 1588, el papa Sixto V lo canonizó, y los restos de 'San Simonino' fueron objeto de culto durante casi 400 años, hasta que, tras el Concilio Vaticano II, la Iglesia prohibió su veneración, retiró las reliquias y declaró la inocencia de los quince judíos que habían sido ejecutados.
Los libelos no se detuvieron en la Edad Media, e incluso después de la Segunda Guerra Mundial, varias decenas de judíos supervivientes del Holocausto fueron asesinados en Europa con este mismo procedimiento, con la ciudad polaca de Kielce como el caso más sangriento en el que fueron asesinadas 42 personas.
Libelos tuiteros
Hoy los libelos son tuits y mensajes de odio en canales multitudinarios de Telegram, generalmente pastoreados por charlatanes expertos en mentir. Además de inventar casos, los racistas del siglo XXI se han especializado en manipular los sucesos más sensibles a la opinión pública como violaciones o asesinatos de menores.
Durante las primeras horas o días en los que la información es escasa porque la investigación policial no ha encontrado las suficientes pruebas o por la limitación de los procedimientos judiciales, comienzan las especulaciones en torno al responsable del crimen.
Aquí las mentes conspiranoicas, tan cercanas tantas veces a los movimientos ultras, empiezan a maquinar su estrategia basada en argumentar que de una forma voluntaria, las autoridades y los medios de comunicación no están suministrando la información que supuestamente ya poseen, para encubrir al criminal o a su supuesta comunidad. Es aquí donde surgen los “periodistas valientes”, “aquellos que te cuentan lo que no sale en las noticias”, y entregan a su público la falsedad que sus prejuicios reclaman. En el caso de las niñas de Inglaterra se dijo que el asesino era un solicitante de asilo, se adjuntó un nombre árabe totalmente falso, se dijo que acababa de llegar a Inglaterra en un cayuco y se compartieron varios vídeos e imágenes de detenciones anteriores de hombres negros o árabes. Todo falso, el autor del crimen había nacido en Reino Unido, de padres ruandeses y fervientes cristianos. La realidad no impidió que durante los días siguientes a los asesinatos, manifestaciones organizadas por la ultraderecha atacaran varios puntos donde se hospedaban inmigrantes solicitantes de asilo.
En el asesinato de Mocejón, tan solo habían pasado unas horas cuando algunos de los mayores agitadores y difusores de bulos en las redes como el ahora eurodiputado Alvise Pérez comenzaron a relacionar el crimen con la inmigración.
En la sección de comentarios de cualquier gran periódico de España o en los mensajes de la noticia compartida en redes sociales, pueden comprobar los miles de usuarios que en esas primeras horas se lanzan al teclado para demostrar al mundo su profundo racismo, su profunda ignorancia. El comentario estrella suele ser el: “¿Come jamón?”, en referencia al posible origen musulmán del agresor.
Cuando se confirma que el agresor es un ciudadano español como en el caso de Toledo, comienzan a cuestionarse si es nacido en España o nacionalizado posteriormente; una vez demostrado que vino el mundo en la Península, toca preguntar por el origen de sus padres; por último, cuando también se confirman los ocho apellidos ibéricos, abandonan el tema, sin dejar de hablar de los males que acarrea la inmigración y se ponen manos a la obra en busca de un nuevo caso en el que poder reflejar su prejuicios.
En este punto los racistas ya han conseguido lo que querían, vincular la inmigración con la supuesta inseguridad de España o Reino Unido. Muchos de los consumidores asiduos de bulos se irán a la cama solo con la desinformación de estas redes, y muchos otros que hayan descubierto la nacionalidad real del agresor, mantendrán en su mente la idea de la inseguridad causada por la inmigración. Solo como ejemplo, cuando se escribe este texto, la quinta y octava búsquedas sugeridas por Google (sin registro y en modo incógnito para que la búsqueda no se vea afectada por ningún historial) son "Mocejón menas" y "Mocejón niño nacionalidad". Lo que indica que de forma recurrente, miles de usuarios han consultado esos términos durante los últimos días.
En cualquier tertulia de estos días se ha vuelto a hablar de problemas de seguridad y migraciones, pero la realidad es tan dura y cruel como la arbitrariedad caprichosa que domina la vida. El pequeño de Mocejón y las niñas de Southport no han muerto por ningún falla estructural de seguridad, los cuatro tuvieron la desgracia de cruzarse en el camino de un trastornado.
Redes sin filtro y audiencia aborregada
En estos debates, se suele sacar al consumidor de la ecuación de la responsabilidad, pero
como cualquier rinconcito de esta sociedad de consumo, la información es un producto más. Si uno va a la pescadería y cuando llega a casa descubre que el interior de la merluza estaba putrefacta y llena de gusanos, todos pensaríamos que ese cliente es bastante ingenuo si vuelve a confiar en el mismo pescadero. Sin embargo, cada día seguimos viendo cómo auténticos intoxicadores, mentira tras mentira, aumentan su clientela en redes sociales. Posiblemente la cámara de eco de esos seguidores y sus prejuicios, les impidan oler que esos tuits y mensajes de Telegram corrompen más que aquella merluza o que la ideología en la que se apoyan sus recelos.
Con un Elon Musk echado al monte de la extrema derecha, difundiendo a diario teorías de la conspiración xenófobas como la del ‘gran reemplazo’, Twitter (actualmente X) es un vertedero de desinformación sensacionalista y racista. Por orden de su mandamás se han suprimido los controles de verificación y moderación de contenidos.
Ante esto solo queda continuar apostando por la prensa tradicional y seguir realizando información rigurosa y de calidad, para fulminar con pruebas todas las patrañas de los xenófobos del tick azul. También sería conveniente que, de una vez por todas, y este artículo ha incurrido en ello, los medios dejáramos de sobredimensionar una red social como Twitter, la red social con menos usuarios en España (muy por detrás de Instagram, Facebook o Tiktok), plagada de bots y cuentas falsas y en la que solo un ínfimo número de usuarios participa activamente. Exactamente lo mismo con la caja de comentarios de cualquier noticia en la que los más ultras consiguen estar sobrerrepresentados en una masa de decenas o cientos de miles de lectores.
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