Como un puñado de sal en una herida abierta, la verdad debiera escocer para sacarnos, aunque sea por un momento, de la autoindulgencia y de los falsos consensos. En otros artículos he insistido en la nada original idea de que liberalismo y socialismo son dos caras de la misma moneda y dos proyectos tan fallidos como peligrosos. Para nuestra desgracia, la omertá de la que goza el liberalismo desde 1989 hace que en España no solo no tengamos memoria de la barbarie causada por esta ideología aparentemente humanista que destruye comunidades e individuos, sino que nos entusiasmemos ante su enésimo renacer de la mano de Javier Milei y no seamos capaces de verla delante de nuestros ojos en plena operación de destrucción. España se rompe, sí, pero no es por la naturaleza amoral de nuestra izquierda nacional, sino por obra y gracia de la ideología liberal. Es una verdad autoevidente e innegable. En apenas unas semanas, el liberalismo atlantista y europeísta de Junts y el PNV (idéntico al del PP y al de los sectores más pepero-hayekianos de Vox) está consiguiendo doblegar al estado español de una manera siempre anhelada pero nunca antes lograda por el terrorismo asesino de EPOCA, Terra Lliure o ETA. No se trata de una mera coyuntura electoral. Es la ideología liberal, es decir, la famosa parábola del árbol y las nueces de Arzalluz. La izquierda hace ruido e incluso asesina, pero es la derecha liberal la que elabora la destructora ideología del derecho a decidir y quien la blanquea.
Han sido, de hecho, los liberales catalanes y vascos los que han hecho “democráticamente” pensable la autodeterminación, bien sea por medio del frustrado plan Ibarretxe o de las propuestas de referéndum que Artur Mas ideó a la desesperada para librarse de la quema provocada, ¡tachán!, por el liberalismo durante la crisis económica del 2008. Ha sido el liberalismo español, no la pérfida Albión ni una confederación de herriko tabernas, el que ha blanqueado al vasco y al catalán que ahora nos ladra liberalmente, al haber declarado en el ABC a Jordi Pujol como español del año en 1985 o impulsado los pactos del Majestic. Es algo, insisto, natural y coherente. El derecho a la autodeterminación es un principio enteramente liberal, ideado y puesto en práctica por grupos protestantes para independizarse y fundar sus propias iglesias, promulgado por los EEUU como acto fundacional, exportado a Europa por el presidente americano Woodrow Wilson en 1918 para dar pie a un nuevo orden mundial. (La relación entre autodeterminación y socialismo por medio de la URSS es un cuento soviético para adaptarse al estatus quo de entonces que nunca fue realmente puesto en práctica). El derecho a decidir forma parte del genoma liberal, hasta el punto de que no tiene lógica alguna oponerse a que catalanes, vascos o gallegos se independicen de España si uno, en su mente liberal, ve legítimo que cada territorio tenga sus reglas fiscales (paraísos fiscales al estilo de Delaware en EEUU, etc) o si considera natural que una empresa española como Ferrovial pueda irse a Holanda pese a nuestro pasado en común (dinero público y ciudadano destinado a sus arcas). ¿Qué sentido tiene defender la patria con una mano y promover su descapitalización y ruina con otra?
España se rompe, sí, pero no es por la naturaleza amoral de nuestra izquierda nacional, sino por obra y gracia de la ideología liberal
Si el liberalismo destruye comunidades e individuos es precisamente por considerar que no es admisible poner límites a la mercantilización del mundo y de la vida. ¿Nadie ha escuchado al ultra-liberal Milei defender la venta de órganos, aduciendo como ejemplo que si él fuese pobre y padre de una niña querría poder vender su corazón y morir para dejar a su hipotética hija un dinero con el que prosperar? En este sentido, el liberalismo no solo ha causado miseria y millones de muertos a lo largo de los últimos dos siglos, desde las Guerras del Opio hasta dictaduras liberales al estilo de la de Pinochet en Chile, sino que es el germen de la epidemia de autodeterminación de género que estamos viviendo y del delirio identitario woke. El gran éxito del liberalismo consiste en haber colonizado la mentalidad de sus hipotéticos adversarios, que por más que presuman de izquierdistas son antropológicamente neoliberales de cabo a rabo. Es quizás por eso que el liberalismo es inmune a toda crítica y realidad histórica: al modo de un ave fénix carroñero, resurge con una fuerza inusitada en los momentos de crisis que él mismo ha provocado como una falsa solución que proporciona gasolina para apagar un incendio. Emergió en el contexto de la Segunda Guerra Mundial en su versión más gore (Mises, Hayek, etc.) para ser apartado por medio de esa metadona ordoliberal llamada socialdemocracia; volvió en los setenta con furia caníbal cuando todo empezaba a saltar por los aires; retorna ahora como doctrina milenarista al run-run aporofóbico de la motosierra de Javier Miley.
El gran problema del liberalismo es su integrismo religioso, travestido con serpentina política como la división de poderes o la libertad de expresión. El liberalismo es una ideología supremacista, anacrónicamente anclada en los postulados protestantes de la predestinación, que hace que determinados países e individuos puedan oponer su voluntad sobre otros en base a una lógica excluyente que en nada se distingue de la totalitaria distinción amigo/enemigo de Carl Schmitt. ¿No es liberal la doctrina protestante del destino manifiesto por medio de la cual los EEUU se consideraron como una nación elegida por Dios que podía expandir sus fronteras a base de liberales genocidios? ¿No es por el supremacismo latente en la idea de predestinación por la que el liberalismo ortodoxo se encuentra cómodo con el sionismo más antidemocrático, es decir, con Netanyahu proclamando que "nosotros somos el pueblo de la luz, ellos son el pueblo de las tinieblas... realizaremos la profecía de Isaías"? El conflicto Israel-Palestina está, de hecho, dejando al desnudo la hipócrita defensa liberal de la democracia. En una retórica woke, respetables defensores españoles del liberalismo como paradigma de la libertad se dedican a tachar de antisemita a la ONU y a todo aquel (israelitas judíos incluidos) que pida respeto a los derechos humanos por parte de un estado como Israel que se nos vende como el alfa y omega de la democracia y el derecho internacional. ¿Qué sustancia ideológicamente tóxica contiene el liberalismo para que gente lúcida y admirable pierda la cabeza y el decoro y se dedique a señalar de manera vergonzosa a sus conciudadanos? El liberalismo es la ideología de los elegidos de Dios, de aquellos que se consideran salvados al margen de sus acciones. Lean, si no, alguno de los obituarios liberales sobre Kissinger publicados en la prensa nacional, que pese a reconocer las atrocidades cometidas por este, las justifican en nombre de una libertad nunca alcanzada, sin pedir responsabilidades ni por la sangre ni por las chapuzas cometidas (¿no es el liberal Kissinger el autor intelectual de la tan denostada China actual por medio de los pactos Nixon-Mao?, ¿no ha sido la geopolítica liberal kissingeriana la que ha acabado incubando el terrorismo islámico?).
Las protestas de Ferraz no son (ni pueden ser) liberales
La realidad es tozuda: capitalismo y comunismo se han unido en una única fuerza, liberticida y destructora, como ya anunció en modo apologético Kojève hace setenta años y como han refrendado hace poco los transhumanistas Fuller y Lipinska. Criticar el liberalismo no supone tomar parte por el socialismo, ni ansiar la llegada del comunismo. Quien se sitúe en esas coordenadas que se dé una vuelta, respire, espire y, si lo tiene a bien, continue leyendo. El liberalismo es una ideología protestante que, si bien es dañina en cualquier lugar del globo, lo es aún más en sociedades de raíz católica como la española y las hispanas. En otras palabras, visto el descontento que nuestro Pedro guardián Sánchez está ocasionando en sectores hasta ahora nunca movilizados de la sociedad española, convendría pensar si no estamos ante una oportunidad única para cohesionar España en base a principios que dejen en pañales a la ideología liberal de los nacionalismos subestatales, entusiasmados por entregar la soberanía de los territorios que dicen representar a Bruselas y al autoritarismo ecológico-digital-animalista. De la misma manera que nadie se habría creído hace poco más de veinte años que el independentismo sería hoy una fuerza mayoritaria en Cataluña, no podemos descartar que en un par de décadas la unidad territorial de España se convirtiese en un valor indiscutible con el que hacer frente, junto al mundo latino, a los desafíos de la globalización de manera más sólida.
El mayor enemigo de España es el liberalismo, y es disparatado invocarlo para neutralizar el fuego amigo que el Gobierno lanza por doquier. Es comprensible que los argentinos hayan votado a Javier Milei para deshacerse a lo loco de la estafa piramidal republicana del kirchnerismo, pero es un suicidio nacional entregar al liberalismo nuestra reconstrucción política. Por más que anarcocapitalistas patrios intenten vendernos de la mano de Ayuso que el liberalismo verdadero es católico y español, y está representando en la olvidada Escuela de Salamanca, conviene no hacernos trampas al solitario. El liberalismo es anticatólico (solo entiende de predestinación, no de libre albedrío). Si todos aquellos que creen en la emergencia de un liberalismo hispano leyesen realmente, en edición original, a los autores de la Escuela de Salamanca descubrirían que, si de algo estos son promotores, es del constitucionalismo social, pues llegan a poner límite a las ganancias de los empresarios (es decir, un sueldo de funcionario) y subordinan la economía a fines sociales. Sin embargo, sería igualmente absurdo defender que la Escuela de Salamanca es precursora del socialismo. Liberalismo y socialismo son ideologías que no siempre han existido y que han dejado de ser operativas, como muestra el hecho de que una cultura comunitaria y anti-individualista como la China no haya tragado con el liberalismo y haya acabado convirtiendo el capitalismo en un modelo autoritario diferente al del supremacismo liberal vigente en los dos últimos siglos mediante un imperialismo depredador.
¿Por dónde podemos empezar? Las culturas hispánicas debieran defender una serie de formas de vida ancladas en un inconsciente católico que, por contagio cultural, determina igualmente a creyentes de uno u otro credo, a ateos o a agnósticos que participan de una forma hispana de estar en el mundo. Convendría por eso recordar La Scienza Nuova de Vico, quien en 1725, en plena emergencia del liberalismo ilustrado planteaba una ilustración católicamente inspirada de alcance universal (una globalización) que en lugar de partir del mito del individuo aislado y crear una ética individual y supremacista, proponía un derecho internacional compartido por todas las naciones y religiones que defendiese, ante todo, la preservación de la familia, de la ciudad, de la nación y, en definitiva, del género humano. ¿Se imaginan algo así en estos tiempos poshumanos de abolición de la familia, de primacía de las mascotas y de privilegio de la IA? En un próximo trabajo, el catedrático de literatura catalana Jaume Subirana y un servidor explicaremos como este universalismo de Vico fue defendido como antídoto al socialismo y al liberalismo por intelectuales españoles e hispanos adscritos al Colegio de México en el trágico contexto de la Segunda Guerra Mundial (entre ellos, exiliados españoles como Josep Carner, príncipe de la poesía catalana). Terminada la contienda, ideas similares a estas fueron impulsadas por el mismo Carner y otros intelectuales de prestigio internacional en la Sociedad Europea de Cultura, quienes antes de que cristalizase el consenso socialdemócrata post-1945, consideraban urgente encontrar nuevas sendas ideológicas.
¿Será tan difícil que tomemos conciencia de que nos encontramos en un momento de ruptura similar al de entonces, y que solo nos queda pensar en alternativas que demuestren que la política es el arte de lo posible pero nunca el de la resignación a los zurcidos, a los pastiches y al eterno retorno del sufrimiento y expolio ciudadano propios del socialismo y del liberalismo?
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