"Yo puedo ofrecerte una alfombra voladora para viajar libremente". El precio de la libertad es una constante sobre la que no se deja de hablar y, sin ir más lejos, tras la bofetada que Will Smith le propinó a Chris Rock en los Oscar, hubo quien se preguntó si aquel discurso debía salirse "gratis" al humorista. La directora tunecina Kaouther Ben Hania se hace eco de los dilemas morales y éticos que acarrea en la sociedad en la película El hombre que vendió su piel, una crítica a la frivolidad y una reflexión sobre la dignidad que optó al Oscar a la mejor película extranjera en 2021 y que se estrena este viernes en los cines españoles.
La película, un drama protagonizado por Yahya Mahayni, y que cuenta en su reparto con Monica Bellucci, plantea un interrogante. ¿Qué estaría uno dispuesto a hacer por escapar de un país, de una guerra o de un gobierno opresor? ¿Hasta dónde llegaría uno por conseguir un visado que le permitiera viajar de por vida en un territorio libre y democrático? La historia, una coproducción entre Túnez y Francia, arranca con un incidente inocente que lleva a una pareja de novios siria a separarse físicamente.
Él logra escapar del país y recala en Líbano, donde recibe una proposición de un artista de éxito: ofrecer su espalda como lienzo permanente de su próxima obra. Ese tatuaje se convertirá en una condena y también en su llave para escapar del horror y reencontrarse con la mujer a la que ama, pero la creación que llevará siempre a cuestas en su espalda tendrá que estar disponible para ser expuesta en cualquier momento.
Esta es la premisa de la película, que suma capas de injusticias y espejos en los que medir la simetría entre diferentes países y sociedades. En un momento en el que muchos se preguntan si existen clases entre los refugiados, en el que se debate hasta qué punto un conflicto puede despertar más empatía que otro y en el que se buscan respuestas para entender por qué la guerra de Ucrania se siente más cercana, El hombre que vendió su piel resulta reveladora, según esta redactora de Vozpópuli.
Las claves de esta película son al mismo tiempo su trampa. Resulta demasiado ambiciosa en su planteamiento y en la cantidad de asuntos contemporáneos que la directora quiere abordar. Sin embargo, Kaouther Ben Hania hila con acierto las cuestiones sobre las que pone el acento, todas tan complejas como inevitables, en una sucesión de hechos que aparecen en la vida de este hombre, tan compleja como posible. A la libertad se suma la frivolidad en el mundo del arte, los refugiados y la guerra, la esclavitud laboral, los derechos de las mujeres en países como Siria o el contraste entre el glamur y el horror.
Arte, libertad y cinismo
Por increíble que parezca, la historia de El hombre que vendió su piel surge de un hecho real que la directora conoció en el museo del Louvre, en París, y le sirve como excusa para atizar con ganas la frivolidad del mundo del arte. De alguna forma, aunque con otro discurso, recoge el testigo del cineasta sueco Ruben Östlund en su película The Square (2017) para ridiculizar una industria capaz de convertir en una pieza maestra cualquier objeto o acontecimiento que sea albergado entre las paredes de un museo.
Este drama se convierte también en sátira de un mundo que encuentra en las galerías y los museos su estatus
Este drama se convierte también en sátira de un mundo que encuentra en las galerías y los museos su estatus, ese "entorno en el que el público está dispuesto a suspender su incredulidad y permitir que se hagan y se digan cosas que en cualquier otro contexto se considerarían inaceptables o pasarían completamente desapercibidas", tal y como señala el exdirector de la Tate Gallery de Londres Will Gompertz en su obra ¿Qué estás mirando? (Taurus), en el capítulo dedicado al dadaísmo.
Pero más allá de este relato de injusticias y de esta sátira del mercado del arte, lo más vibrante de esta película, una vez más, es una historia de amor, único motor de la acción del protagonista, que vuelve a recordar por qué irremediablemente es el aspecto más universal del cine.
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