Van al cine, a los premios los Goya, a veces al Prado o a la feria ARCO, en cambio se prodigan poco por las librerías. Por cómo hablan salta a la vista que no leen demasiado: Pablo Casado cita (mal) El Quijote, Albert Rivera parecía haber leído sólo la contratapa de Los miserables, Inés Arrimadas tira poco de literatura en sus piezas de oratoria, Pedro Sánchez es más aficionado a escribir libros que a leerlos, Pablo Iglesias es más de series que de libros y Santiago Abascal tampoco parece demasiado dedicado a la lectura.
Que Pedro Sánchez es un presidente de ficción puede allanar el terreno para propiciar una relación más directa con los libros: que sea capaz de leerlos y no sólo de plagiarlos. Todo en Sánchez es una invención: los libros que escribe sin escribir, las tesis que presenta sin presentar, el gobierno que preside sin gobernar. Y aunque es un gran mago y artífice del relato, convendría que tuviese con qué rellenarlo, de ahí que le venga como anillo al dedo el clásico Fausto, de Goethe, por aquello de los pactos y puede que algo aprenda del tramposo pacto de Fausto con Mefistófeles.
En clave demolición, al vicepresidente segundo y líder de Podemos Pablo Iglesias le conviene echar un ojo a Enrique VIII y la cisma de Inglaterra, un texto de juventud de Calderón de la Barca escrito en 1627. Le conviene porque Iglesias comparte con el rey de la casa Tudor aquello de decapitar (políticamente) a las mujeres que amó, sino porque además las corona. Que se lo digan a la reina Catalina y Ana Bolena, o cómo no a Tania Sánchez o Irene Montero. No se engañe, lector, que a Pablo Iglesias le van más los absolutismos que las barricadas.
El líder del PP, Pablo Casado, le convendría Bartleby, el escribiente de Herman Melville, un joven escribiente que ocupa una ventana en un bufete de abogados de Wall Street. Cada vez que su jefe le pide desempeñar una responsabilidad mayor Bartleby responde: "Preferiría no hacerlo". No desea revisar este o aquel documento. Tampoco escribir, corregir o trabajar. Eso sí: Bartleby jamás abandona su escritorio. Incluso una vez despedido, el joven se niega a salir del despacho. Incapaz de expulsarlo del bufete, su jefe decide mudar la oficina. Y ahí queda Bartleby, encallado en su fantasmagoría. La indisposición para la acción del líder de la oposición podría remitir después de leer este libro.
Inés Arrimadas, que está retirada de la vida pública por su permiso de maternidad, podría aprovechar estos días para dar cuenta de Los tres mosqueteros. Quizá le resulte estimulante el personaje de Milady de Winter, asesina a sueldo del cardenal Richelieu, que persigue a D'Artagnan y al resto de los espadachines a lo largo del clásico de Dumas. Le falta decisión y arrojo a la líder de Ciudadanos.
Para Abascal, que tiene sus extraños brotes de heroicidad, le conviene Zalacain, el aventurero, una de las novelas que forma parte de la tetralogía Tierra vasca de Pío Baroja, junto con La casa de Aitzgorri,El mayorazgo de Labraz y La leyenda de Jaun de Alzate. Publicada en 1908, esta novela de aventuras que narra la vida de Martín Zalacaín, una especie de héroe que lucha contra la adversidad y el destino en la convulsa época que dio lugar a las Guerras carlistas españolas. A mitad de camino entre la ironía y su reverso, no le vendría mal a Abascal arropar su discurso.
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