Poe fue un escritor completo. Su obra comprende desde la poesía hasta el ensayo, pasando por la crítica y la novela. Y digo bien, “la novela”, pues Poe tan solo escribió una, aunque magistral: Las aventuras de Arthur Gordon Pym. Aunque el propio autor confesara que de no haber estado obligado a trabajar como periodista para sobrevivir, y mal, la poesía hubiese sido su dedicación exclusiva, no ha pasado a la historia de la literatura por dicho género.
Poe fue el maestro del relato corto, del cuento. Julio Cortázar ha llegado a hacer una clasificación de estos cuentos que me permito exponer: 1.- Cuentos de terror; 2.- Sobrenaturales; 3.- Metafísicos; 4.- Analíticos; 5.- De anticipación y retrospección; 6.- De paisaje; y, 7.- Grotescos y satíricos.
Parece unánime la opinión de que son los cuentos de terror o macabros los que han convertido el nombre de Poe en un referente mundial de la literatura. Poe reinventa lo gótico, que conocía perfectamente (en especial el gótico alemán, como por ejemplo el de las narraciones de E.T.A. Hoffman). En sus relatos, Allan Poe da a lo gótico una mayor verosimilitud despojándole de elementos sobrenaturales y haciendo que el miedo, el terror, provenga de seres vivos, como por ejemplo en su El gato negro.
La presencia de la muerte
En todos sus relatos macabros está presente la idea de la muerte, incluso en sus manifestaciones físicas: la descomposición de cadáveres en La verdad sobre el caso del señor Valdemar; el entierro prematuro, en el relato del mismo nombre; la reanimación de cadáveres en Conversación con una momia o en La caída de la Casa Usher (absolutamente impagable).
La atormentada psique de Poe se delata en sus cuentos: los sentimientos de culpa y autocastigo en William Wilson, El corazón delator o El gato negro; la influencia del alcohol y el opio en El gato negro o La caída de la Casa Usher; la claustrofobia en El barril de amontillado, El entierro prematuro o Las aventuras de Arthur Gordon Pym; y su deseo impaciente por asomarse a lo desconocido, como en Mensaje encontrado en una botella o El descenso al Maelstrom. Este deseo impaciente de asomarse al abismo nos proyecta al descensus ad inferos de su, por confesión propia, admirador ferviente, Howard Philips Lovecraft.
¿Por qué esta maestría en los relatos de terror? Porque lo sentía dentro. Lo único que tenía que hacer era, si me permiten, vomitarlo. El propio autor lo confiesa: “Si muchas de mis producciones han tenido como tesis el terror, sostengo que ese terror no viene de Alemania [le criticaban por la influencia de los góticos alemanes como Hoffman], sino del alma; que he deducido ese terror tan solo de sus fuentes legítimas y que lo he llevado tan solo a sus resultados legítimos”.
Cuento de detectives
Pero a Poe le debemos, también, la creación del moderno cuento de detectives y del personaje “detective” racional por excelencia: Aguste Dupin, al que hemos de acompañar en sus investigaciones en Los crímenes de la calle Morgue (considerado el primer cuento de detectives moderno, publicado en 1841. Poe lo llamó “cuento de raciocinio”), La carta robada, El escarabajo de oro (que junto al poema El Cuervo fue la obra con mayor difusión en vida del autor), y El misterio de Marie Rogêt.
Poe eterno, Poe inmortal, Poe inmerso en la obra de tantos otros: Beaudelaire, Faulkner, Stephen King, Borges…
Aguste Dupin es el primer detective que propugna identificar “el intelecto razonador con el de su oponente”. Es el primero que busca la interdependencia entre criminal e investigador. Después de él, Sherlock, Poirot, Maigret, Spade… etc. Quizás por ello Sir Arthur Conan Doyle escribiera “si cada autor de una historia en algo deudora de Poe pagase una décima parte de los honorarios que recibe por ella para un monumento al maestro, se podría hacer una pirámide tan alta como la de Keops”.
Poe eterno, Poe inmortal, Poe inmerso en la obra de tantos otros: Beaudelaire, Faulkner, Stephen King, Lovecraft, Bierce, Borges y todos los autores victorianos de historias de fantasmas.
Quizás el día 7 de octubre, todos esos fantasmas, los inventados y los de sus autores que ya han ido a reunirse con ellos, se sienten un rato, al atardecer, en una roca del Riverside Park neoyorquino conocida como Mont Tom, y en la que Poe pasaba largos ratos en los veranos de 1833 y 1834 mirando al Hudson. Seguro que allí les espera, melancólico, silente, pero ya en paz, el del maestro.
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