Es verdad lo que escribe Lorrie Moore en su último libro de relatos: intentamos parecer felices para que no nos maten. De ahí nuestra afición al aspecto entrañable y seguro, acaso confortable y apañado, de algunas costumbres: consumir, celebrar, endeudarse en la fe por los amores instantáneos... Quizá por eso San Valentín es una de las festividades por excelencia para combinar y exaltar muchos de esos atajos y, de paso, hacer caja con ellos. Como esto no va de cupidos y tampoco es una lista, mejor comenzar cuanto antes.
En nombre del amor y la amistad se levantan los más verosímiles de los falsos testimonios. Sirven para construir artefactos que sustituyan algo: sucedáneos en toda regla. El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra... o el primer libro. Así que para sacudir la estantería de nuestras propias baratijas sentimentales, qué mejor día que San Valentín para ofrecer el reverso de lo que entendemos por tal cosa...
En las páginas de Gracias por la compañía se anegan parejas destrozadas o acaso demasiado volcadas en la tarea de acabar con lo que queda de ellas mismas
Para trazar el mapa del mayor y más visitado de los desiertos -el del desamor o lo que es peor, el de aquel que presumiendo ser idilio deja gotear el miedo a la soledad- toca El enebro, uno de los ocho relatos que la escritora norteamericana Lorrie Moore incluye en Gracias por la compañía, un libro que retoma los temas aparcados de Autoayuda y Pájaros de América (1998) y que mete el dedo en la llaga de los afectos.
En las páginas de Gracias por la compañía se anegan parejas destrozadas o acaso demasiado volcadas en la tarea de acabar con lo que queda de ellas mismas; la extraña amistad entre una compositora que teme al fracaso y un anciano; la relación imposible entre un hombre judío y culto con una mujer que se desvive por su –nada brillante o completamente imbécil- hijo adolescente; una boda como la excusa para la reunión de los desechados, pero también el amor secreto que existe entre los marginados… El vertedero humano en todas sus formas posibles.
Esa misma sustancia rota, la de los malqueridos y los solitarios, la poseen algunas historias... como el magnífico relato Cliente habitual, incluido en el volumen de los cuentos reunidos del norteamericano Bernard Malamud publicado por El aleph. En Cliente habitual, el narrador cuenta cómo las camareras de un café, destrozadas al conocer la muerte de una compañera, se disponen a relatar lo ocurrido a un cliente que sólo la muerta atendía y que ni siquiera nota que quien ahora llega a su mesa es una camarera distinta de la que ha dejado la vida en una mesa de operaciones. La invisbilidad es, también, una forma de avería en los corazones, tanto los de quienes no ven como en el de quienes no son vistos.
Las relaciones humanas también tienen algo del desasosiego que se amontona en una autopista durante la hora punta de un atasco: miles de personas aisladas y a la vez en compañía; hombres y mujeres rodeados de otros que como ellos ven la tarde caer encerrados en la cabina de un coche y que sin embargo no pueden salir a su encuentro. Esa sensación es la misma que reproduce Julio Cortázar en el embotellamiento que paraliza la autovía entre Fontainebleau y París un domingo por la tarde en La autopista del Sur, relato publicado en Todos los fuegos el fuego.
Hay verdaderas catedrales del desamor, la que levanta Kureishi en Intimidad... Hay versiones más blandas, bastante más, como Hombres sin mujeres de Murakami
Pero una cosa es la soledad -una de las pocas cosas democráticas de esta vida- y otra la ruptura, que como tema literario puede llegar a ser abrasadora. Hay verdaderas catedrales del desamor, la que levanta Hanif Kureishi en Intimidad (Anagrama). La situación de partida es sencilla, o lo parece. Es de noche y el narrador, un hombre de unos cuarenta años, escritor y guionista cinematográfico, decide que por la mañana va a abandonar a su mujer y a sus hijos tras seis años de convivencia. De esa novela extrajeron Jonás Trueba y Daniel Gascón el espectacular monólogo de Bárbara Lennie en la película Todas las canciones hablan de mí:
“He estado intentando convencerme de que abandonar a una persona no es lo peor que se le puede hacer. Puede resultar doloroso, pero no tiene por qué ser una tragedia. Si uno no dejase nunca nada ni a nadie, no tendría espacio para lo nuevo. Sin duda, evolucionar constituye una infidelidad…, a los demás, al pasado, a las antiguas opiniones de uno mismo. Tal vez cada día debería contener al menos una infidelidad esencial o una traición necesaria. Se trataría de un acto optimista, esperanzador, que garantizaría la fe en el futuro…, una afirmación de que las cosas pueden ser no sólo diferentes, sino mejores”
Hay, por supuesto, entregas algo más blandas de los conflictos humanos, como el volumen de cuentos Hombres sin mujeres , en el que Murakami se centra en personajes perseguidos por los fantasmas del pasado tras una ruptura. También algo más metálicos y carniceros como La humillación, de Philip Roth. En esta novela, el norteamericano utiliza a Simon Axler, un actor sexagenario despojado de su magia, su talento y la seguridad en sí mismo para ilustrar que el amor no siempre salva. Axler, que imagina que la gente se ríe de él, ya no puede fingir que es otra persona. Su mujer se ha ido, su público le ha abandonado, su agente no puede persuadirle de que vuelva a actuar. De pronto, lo que parece un alivio, una distracción erótica para su vida, resulta todavía más sombrío y espantoso.
Y aunque en esta lista hay un pacto implícito, que los libros elegidos sean de ficción, vale la pena romper -para finalizar- el tenso hilo de la novela y el relato breve para recomendar La vida en cinco minutos, de Virginia Galvín. En este libro publicado por Círculo de Tiza Galvín confecciona tapices ácidos y otros realmente entrañables. Se trata de un volumen en el que los que afectos, la soledad, el amor y el desamor pelean cual gatos dentro de un saco. Se trata de un libro que despelleja la soledad de una pareja que evita cambiar a su bebé mientras viajan en un congestionado e infecto vagón del AVE pero también la sensación de las relaciones, como los yogures, caducan... Un libro que aguijonea y desata la risa con la misma intensidad.
Para terminar de romper -porque a su manera de fracturas va esta selección- el pacto narrativo, pues un poema como broche de oro. Se trata de Epitafio del enamorado, de Juan Bonilla, incluido en el libro Hecho en falta, publicado por Visor: "Si alguien quiere escribir mi biografía/ no hay nada más sencillo./ Dispone de dos fechas solamente: la del día en que te conocí/ y la del día que te fuiste./ Entre una y otra transcurrió mi vida./ Lo que ocurriera antes, lo olvidé./ Lo que suceda ya, carece de importancia". Y aunque podría cualquier lector ir a beber a la charca de cocodrilos que se esconde en Una manada de ñus, la extrañeza de Tanta gente sola o la penumbra de El que apaga la luz, mejor quedarse con el áspero y fulminante verso de un poeta jerezano.
Y acaso porque la literatura redime o acompaña algunas soledades, acaso porque ilumina precipicios que se esconden en la sombra de las preguntas que evitamos, una antilista para dar por terminado el afecto embólico o inaugurar uno propio; una antilista para reafirmar la certeza o la fidelidad con uno mismo, con la única y verdadera supervivencia. Que no nos maten... Eso: que no nos maten.
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