La noticia de su muerte llegó a las redacciones europeas de madrugada el martes pasado y con ella también la sensación de que un siglo literario se marcha cada vez más de prisa. La enfermedad, las insuficiencias cardíacas, la vida en todo caso, se lleva a sus escritores. Quedan en la tierra sus personajes, versiones librescas de espíritus que trasiegan entre bibliotecas y estanterías.
Poeta y narrador, pero también viajero, periodista, locutor de radio y ejecutivo -entre cuántas cosas más-, Álvaro Mutis nació en Bogotá en 1923 aunque pasó parte de su infancia en Bélgica, país al que llegó a los dos años y donde su padre, Santiago Mutis Dávila, trabajó como ministro consejero de la Legación colombiana en Bruselas. La repentina muerte de su padre, a los 33 años, obligó a la familia a abandonar Europa y volver a Colombia.
Monseñor José Castro Silva le reprendía constantemente por su bajo rendimiento académico. Mutis le contestaba que tenía muchas cosas que leer y no podía perder el tiempo estudiando.
Durante su infancia, Mutis creció con la irregularidad de los árboles de ramas rebeldes. No terminó sus estudios colegiales, que había empezado en el colegio jesuita de San Michel de Bruselas. Se incorporó luego al Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Allí, monseñor José Castro Silva, el rector, le reprendía constantemente por su bajo rendimiento académico. ¡Cómo el descendiente directo del sabio José Celestino Mutis se aplicaba tan poco! Mutis le contestaba, sin reparos, que tenía muchas cosas que leer y no podía perder el tiempo estudiando.
Casado a los dieciocho años y luego padre de tres hijos, Mutis se dio cuenta de que no iba a vivir de la literatura, aunque no por ello dejó de escribir. Siendo locutor de la Radiodifusora Nacional de Colombia, redactó su primer poema del que queda, por ahí, señalado en sus biografía, un solo verso: "Un dios olvidado mira crecer la hierba”.
Un relaciones públicas poeta, un viajero escritor
Influenciado por la literatura surrealista, Mutis publicó sus primeros textos en Vida, revista de la Compañía Colombiana de Seguros y en la que, además de jefe de redacción, publicó varios trabajos y perfiles de Joseph Conrad, Alexander Pushkin, Antoine de Saint Exupéry y Joachim Murat; también en Vida publicó su primer poema: La creciente. A ese siguió El miedo, publicado en 1948 en la página literaria que dirigía Alberto Zalamea Borda en el diario colombiano La Razón.
En esos años Mutis asistía a las sesiones del café El Molino o El Automático, donde se encontraba con dos generaciones de poetas: los Nuevos y los de Piedra y Cielo, aunque no pertenecía a ninguna de ellas. Tampoco perteneció del todo –como afirman muchos- al grupo Mito, aunque tuvo contacto y fue amigo de algunos de sus miembros. La revista Mito publicó en 1955 el libro Memorias de los hospitales de ultramar. Su aparición suscitó el interés de Octavio Paz por el colombiano.
La forma de ganarse la vida condicionaría su escritura. Estos trabajos convirtieron a Mutis en un viajero constante, que escribía en las salas de espera de los aeropuertos y en los hoteles.
En sus años bogotanos, Mutis entabló amistad con poetas, escritores e intelectuales que marcaron su formación cultural: el escritor y poeta Eduardo Zalamea Borda, que le publicó en el suplemento dominical de El Espectador; Ernesto Volkening y Casimiro Eiger, director del centro polonés de información en Bogotá, gracias a quien publicó La balanza (1948), un cuadernillo de poesía de 200 ejemplares editado junto a Carlos Patiño Roselli e ilustrado por Hernando Tejada. Lo curioso es que el libro salió un día antes del Bogotazo, los disturbios del 9 de abril de 1948 que siguieron a la muerte de Jorge Eliécer Gaitán.
No supo entonces Mutis que la forma de ganarse la vida condicionaría su escritura. Actor de radio en la época en que se llevaron a este medio los clásicos de la literatura dramática, Mutis fue director de propaganda de la Compañía Colombiana de Seguros y de Bavaria, y jefe de relaciones públicas de Lansa, una pequeña empresa de aviación que le hacía competencia a Avianca, y luego como jefe de relaciones públicas de la petrolera Esso. Estos trabajos convirtieron a Mutis en un viajero constante, que escribía poemas en las salas de espera de los aeropuertos y en los hoteles, algunos de ellos contenidos en Los elementos del desastre (1953), su segundo libro, publicado en la colección Poetas de España y América de la Editorial Losada de Buenos Aires.
“En medio de una de esas tormentas del Caribe apareció un muchacho de una delgadez impresionante. Era Gabo".
En esos años conoce a Gabriel García Márquez e inician una inseparable amistad en la que habrán de compartir la bohemia, la literatura, los viajes y los libros mutuamente dedicados. Así lo cuenta Mutis: “En medio de una de esas tormentas del Caribe que uno piensa que van a acabar con todo, apareció un muchacho de una delgadez impresionante, con unos grandes ojos desorbitados, un bigotón enorme que adornaba su cara pálida, y una camisa Truman de los colores más increíbles. Era Gabo. Se acercó a nosotros y nos dijo: ‘Ajá, qué es la vaina’”.
Un viaje de emergencia que duró 57 años
Debido a irregularidades en el uso de una partida de dinero que la multinacional Esso asignaba a obras de caridad, Mutis fue demandado por la compañía. Ante esta situación, su hermano Leopoldo, Casimiro Eiger y Alvaro Castaño Castillo, entre otros amigos, le arreglaron un viaje de emergencia hacia México, en 1955. Allá llegó con dos cartas de recomendación: una dirigida a Luis Buñuel y otra a Luis de Llano. Al poco tiempo consiguió trabajo como ejecutivo de una empresa de publicidad, y luego promotor de producción y vendedor de publicidad para televisión. Conoce a Juan Rulfo, Elena Poniatowska, Juan José Arreola y Carlos Fuentes, entre otros personajes del quehacer cultural mexicano.
En México conoce a Juan Rulfo, Elena Poniatowska, Juan José Arreola y Carlos Fuentes.
Poco después de su llegada a México, se hicieron efectivas las demandas en su contra y Mutis fue detenido en la cárcel de Lecumberri, durante 15 meses. Su experiencia en la cárcel cambió del todo su visión del dolor y el sufrimiento humanos y en Lecumberri, Mutis dio forma a los relatos Saraya, El último rostro, Antes de que cante el gallo y La muerte del estratega (recopilados en Cuatro relatos, 1978); a algunos de los poemas de Los trabajos perdidos (1965) y al Diario de Lecumberri (1960). Sostiene también en aquellos días correspondencia con Elena Poniatowska, a quien da cuenta de los sufrimientos vividos en la cárcel. La escritora y Luis Buñuel fueron sus principales apoyos en aquellos momentos.
Hasta después de los 60 años Mutis estuvo dedicado a ‘oficios tiránicos’ como los llamó García Márquez
A los pocos años de salir de la cárcel, se convirtió en gerente de ventas para América Latina de la Twentieth Century Fox, y luego de la Columbia Pictures, y continuó durante 23 años con su rutina interminable de viajes, hasta que en el año 1988 cumplió con el tiempo requerido para el retiro y pudo dedicarse a leer y a escribir. Desde entonces, publica un libro cada año. Sobre esa escritura que brotó, como una fuente contenida, dijo el escritor Héctor Abad Faciolince: “Hasta después de los 60 años Mutis estuvo dedicado a ‘oficios tiránicos’ como los llamó García Márquez. Cuando se jubiló fue como si saliera de la cárcel y liberó su prosa: ocho novelas en 10 años. Su poesía la había escrito despacio y casi siempre en aeropuertos, mientras le daba la vuelta al mundo. Ganó los premios más importantes de nuestra lengua concedidos por jurados que se deslumbraron por su prosa majestuosa y por las aventuras de Maqroll. Aunque él sostenía que toda obra está condenada al olvido, yo apostaría a que dentro de un siglo se leerán más sus versos que su narrativa”.
Siempre nos quedará Maqroll
La obra de Álvaro Mutis giró, casi en su totalidad, alrededor del gaviero Margoll, un un solitario viajero, un aventurero que vive un deshilvanado peregrinar por el mundo, casi siempre en barcos o al borde de los mares, y que hizo del desasosiego su constante vital . “Tal vez sea un anarquista como lo pueda ser Maqroll”, dijo en una ocasión el propio Mutis, quien además explicó que el personaje venía de sus lecturas “de Conrad, de Melville (sobre todo de Moby Dick); es el tipo que está allá arriba, en la gavia, que me parece el trabajo más bello que puede haber en un barco, allá entre las gaviotas, frente a la inmensidad y en la soledad más absoluta”.
El vagabundeo del apátrida Maqroll, su errante peripecia por tierras y mares de leyenda, conduce en buena medida a la trayectoria de su genial creador: siete de sus nueve libros de narrativa. El hombre de la gavia, que aparece en los primeros poemas del autor, escritos a los 19 años, gravita en la poesía de Mutis durante 40 años, y se materializa como personaje de ficción, en 1986, en la novela La nieve del Almirante. A esa siguieron Ilona llega con la lluvia, Un bel morir, La última escala del tramp steamer, Abdul Bashur, soñador de navíos y Tríptico de mar y tierra.
Sobre Maqroll dijo el uruguayo Mario Benedetti: "Mutis inventa a Maqroll el gaviero como García Márquez a Macondo, Onetti a Santa María, Rulfo a Comala. Maqroll es también una región de lo imaginario, aunque creada mediante un habilísimo montaje de pequeñas y grandes realidades”.
"Maqroll es también una región de lo imaginario, aunque creada mediante un habilísimo montaje de pequeñas y grandes realidades”
Premiado en 1974 con el Nacional de las Letras en Colombia y en 1989 con el Premio Médicis étranger, Alvaro Mutis se convirtió en el primer autor hispanoamericano en recibir los tres premios más importantes de nuestras letras otorgados a una obra completa: el Príncipe de Asturias, el Reina Sofía y el Cervantes de Literatura en Lengua Castellana.
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