En una de las primeras entrevistas que ella concedió en España, se refirieron a la escritora colombiana María García Robayo (Cartagena, 1980) como una nieta del Boom. Y aunque ella no se lo toma mal, habría que agregar unas cuantas ramas al árbol genealógico. Ella podría ser –sí, claro-, nieta de García Márquez, pero también la hija menor de la generación del Crack mexicano y hasta ahijada de Bolaño –ella estalla en una risa sabrosa cuando escucha esto-. Bastante poco le interesa a esta chica reivindicar una geografía. Lo suyo es otra cosa y así lo demuestra en su primera novela Lo que no aprendí.
“No por ser colombiana y de la costa hago realismo mágico”, aclara, con un fuerte acento porteño –vive en Buenos Aires desde hace más de diez años-. Publicada por la editorial Malpaso –muy curiosa, acaso sorprendente, la decisión de apostar en España por un autor latino tan joven como ella-, Lo que no aprendí narra en dos partes la vida de Catalina, una niña de 11 años que crece en un ambiente familiar hostil –su madre tiene un carácter irregular, sus hermanas son distantes, su padre es un ser que está y a la vez no- y en un país que atraviesa su momento más crítico: los extraditables, Pablo Escobar, la constituyente colombiana de 1991. Sin embargo, un hallazgo sobre la vida de su padre y el encuentro con un joven, Aníbal, le hará preguntarse absolutamente por todo.
"Catalina está contada no como la mujer que será, sino como la niña que se arranca de la infancia"
Acaso desiguales en su ejecución –y de ahí el repentino quiebre en la lectura-, ambas partes suponen el anverso y reverso del mismo personaje. Catalina está contada no como la mujer que será, sino como la niña que se arranca de la infancia, un registro que se da de bruces con el segundo narrador: un personaje –asumimos que es ella de mayor- que, en el fondo, reflexiona sobre la importancia de la ficción y la propia vocación literaria como aquello que nunca aprendió a hacer: contar una historia inventada, improvisar un recuerdo retocado. Una novela rara a la vez que propia, muy suya; de alguien que promete una voz profunda. Eso, en verdad, es lo único que importa.
-Sus editores españoles hablan de esta novela como auto ficción. Asumo que la voz de Catalina es la suya. Sin embargo, ¿qué tan de acuerdo está con eso?
-Sí, obviamente es un libro autobiográfico. No sé si es por estar narrado en primera persona, que es donde las vivencias personales suelen percibirse más como propias, aunque para mí, un escritor que cuenta la historia de una muchacha en un pueblo me parece tan autobiográfico como lo otro. Lo de autobiografía o la autoficción, como la llaman ahora, me parece un poco engañoso como rótulo. Sentarse a escribir ya es un ejercicio de memoria.
-Viene de trabajar el relato con Cosas que no se pueden hacer descalza y además la crónica, este último un género peligrosísimo porque tiende a paralizar la prosa de ficción, incluso la lesiona a veces.
-He hecho poco periodismo. Lo que las personas suelen referirse como crónica, si es que se puede llamar crónica a lo uqe he hecho, es lo que suelo publicar en revistas: textos literarios largos, ensayos... Ese tipo de texto es lo que más se parece a la segunda parte de la novela. En eso estoy de acuerdo. Creo que a veces la crónica se comporta como un género híbrido cuyos resultados no son excepcionales. Hay dos o tres nombres muy relevantes, pero no todos.
"La crónica se comporta como un género híbrido cuyos resultados no son excepcionales"
-¿Tomó la decisión de escribir esta historia en dos partes o fue una manera inesperada de resolver el final?
-Desde el comienzo supe que iba a escribir esta novela en dos partes. Empezó como un tema sobre cómo se construyen los relatos familiares. Mi padre murió. Así que fuí al entierro, participé de todo este ritual. Me llamaba la atención la versión que cada uno tenía de mi padre y la familia; no coincidían del todo con las mías. La construcción de la memoria familiar me pareció muy similar a la forma de construir un relato literario. Inventarnos cómo fue la familia a partir de la ausencia de alguien que ya no puede dar fe de ello. Así empezó todo.
-Las menciones que hace de Pablo Escobar, la extradición, la Colombia de los noventa… Todo parece un ropaje de verosimilitud, pero hasta ahí. No se siente una pulsión política detrás de todo eso.
-Me interesaba utilizar una edad del personaje que me permitiera darle contenido. La novela empieza en 1991. Catalina tiene once años, no sabe si es niña o adolescente todavía. No entiende muy bien a qué se dedica su padre. En ese entonces, ocurría en Colombia todo lo de Pablo Escobar y la constitución, que pasó a ser un tema doméstico, porque todo el mundo hablaba de eso. Catalina lo refleja sin entender tampoco muy bien qué ocurre. Todos esos aspectos contribuían a descolocar el personaje.
-La ruptura con el padre viene dada, por alguna razón, con la desaparición y el quiebre con Aníbal, esta especie de amigo. Todo ocurre precipitadamente, como si el fin de la infancia hubiese venido dado por eso. ¿Fue intencional?
"Creo que todos escribimos lo que podemos"
-Sí, ese es el quiebre en el que pasas de tener la mirada de un niño a la mirada de un adulto. Lo que caracteriza la infancia es esa capacidad de naturalizar todo, incluso las circunstancias más confusas, extrañas o siniestras. A veces, por la fuerza de los acontecimientos, esa mirada salta, adquiere una cierta incomodidad y es allí cuando pasas a ser un adulto. Ese quiebre narrativo es lo que marca el cambio de la primera a la segunda parte de la novela. Y aunque no está dicho que sea el mismo narrador, ese cambio se refleja.
-CRéame que no hay mala leche en esta pregunta, pero... ¿escribe lo que quiere o lo que puede?
-Creo que todos escribimos lo que podemos. Claro, hay una decisión acerca de los temas sobre los que deseo escribir, pero el resultado es ése.
-Usted podría ser nieta del Boom, pero también, hija del crack e incluso podría ser ahijada de Bolaño, un autor que nos dio permiso de no ser de ninguna parte. El Gabo, a su manera, es una herencia y una loza, ¿le ocurre?
-Es redifícil escribir una historia en Cartagena sin pensar en García Márquez y ese halo de realismo mágico que, bien que mal, fue lo que la vendió al mundo. Yo respeto y admiro muchísimo a García Márquez, porque es un genio en lo que hizo, pero no me quiero parecer a él. El mayor desafío para un escritor en Colombia es alejarse de él. No por ser colombiana y de la costa, hago realismo mágico.
"El mayor desafío para un escritor en Colombia es alejarse de él (García Márquez)"
Margarita García Robayo. Lo que no aprendí fue su primera novela. Sin embargo, inmediatamente, en2012, apareció su novela corta Hasta que pase un huracán. Su obra ha sido traducida a varios idiomas y en 2014 ganó el premio literario Casa de las Américas con el libro de cuentos Cosas peores. Sus libros han sido publicados en Argentina, Colombia, México, Perú, España e Italia y ha sido traducida a varios idiomas. En Colombia fue Coordinadora de Proyectos de la Fundación Gabriel García Márquez y hasta hace poco directora de la Fundación Tomás Eloy Martínez. En Argentina trabajó para Clarín, donde creó el blog Sudaquia: historias de América Latina.
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