Almudena atraviesa la treintena. Es soltera; no tiene hijos ni se plantea tenerlos. Trabaja como gestora cultural. Le pagan por promocionar la marca España en el mundo. Envuelta en una dinámica aparentemente cosmopolita, se implanta en Londres. En el tiempo que le toma instalarse y hacerse con el puesto al que ha sido destinada, la identidad se convierte para ella en un tópico, en una operación mercantil –el país como marca, como empresa-, pero también en una duda permanente: a qué se pertenece –¿a un país, a una ciudad, a una biblioteca, a un programa de puntos de una franquicia?. Ese es el argumento de El genuino sabor (Random House), la más reciente novela de Merces Cebrián(1971).
La periodista y escritora llega a la entrevista sosteniendo vaso de café como los que compra la protagonista de su libro, Almudena, que todos los días -tras hacer una larga e impersonal fila- adquiere en un establecimiento de una gran cadena. El vaso dará de qué hablar: de la franquicia, del consumo como una manera de identidad, del malestar que produce la distancia entre ser de un lugar y no ser de ninguno. Es justo ahí, en ese trasiego del que se ailmentan sus historias, donde Cebrián se ha propuesto hincar -otra vez- el diente.
Levantada sobre la extrañeza, esta novela retoma temas que ya Mercedes Cebrián había trabajado en su libro de relatos (y poemas) El malestar al alcance de todos o las novelles reunidas en La nueva taxidermia: algo así como una mala leche de lo mínimo, un humor ácido y distantey una prosa en la que engarza fogonazos venenosos. Con críticas desiguales –para algunos es una novela irregular, para otros una especie de mescolanza narrativa-, El genuino sabor está estructurado en tres partes que exploran, desde distintos ángulos, una sola pregunta: qué es lo auténtico –¿el sucedáneo o los tópicos que rodean esa idea?-, qué supone ser de un lugar o de otro y quizá, lo más sustancioso, la noción de identidad como una idea estropeada.
-El lenguaje y el alimento actúan como metáforas de pertenencia para una mujer que trabaja en gestión cultural fuera de España; alguien que vive de promocinar 'lo auténtico'. ¿Qué relación hay entre esto y la idea de país como marca, como empresa?
-Esto es como una especie de hobbie sociológico. Por eso lo hago a través de la ficción. No puedo evitar tener en mente la idea de nación, incluyendo los tópicos que surgen al hablar de ella. Por más que intentemos obviar esa idea de nación, no es posible. Hay algo indeleble. Ni siquiera en la ficción, incluso en la poesía, veo una respuesta a qué es una nación. Claro, a través de la ficción puedo ilustrarlo con una alegoría, pero sin pretender dar una respuesta. De esta manera trabajo yo y en este libro está presente.
"Por más que intentemos obviar esa idea de nación, no es posible. Hay algo indeleble".
-Algunas críticas han asegurado que esta no es una novela, que se vale usted del personaje principal para armar un gran fresco, pero no una novela. ¿Es o no tal cosa? ¿Importa que lo sea? ¿Lo ha pretendido así?
-Me hace gracia la perturbación con los géneros literarios. Hay gente que no lo considera una novela, piden más subtramas. Me parece que ya es bastante complicado alguien que se pregunte a sí misma a qué lugar puede llamar casa. ¿Para qué trepidantes aventuras? Esta novela es un mosaico y en los mosaicos no hay desenlaces. En ese sentido hay un trabajo logrado de teselas bien puestas, temas que reaparecen. Este libro tiene mucho de urdimbre. Almudena es, en efecto, un vehículo para determinadas cosas. No sé si eso invalida lo que reza en el subtítulo como novela. Lo que ocurre es que hay muchos miedos. Cualquier lector está acostumbrado a abrir un libro y que haya de todo: violencia, droga, política… pero de pronto le dicen ‘esto es una novela’ y si no se lo parece, ocurre una hecatombe.
-Al margen del género, me interesa saber qué busca. Por eso voy a insisir: reincide en el tema del idioma y del alimento .
-El idioma es una de esas cosas de las que no se puede prescindir, como no se puede prescindir de comer. Son cosas que no te puedes quitar.
"Esta novela es un mosaico y en los mosaicos no hay desenlaces".
-Pero son las dos que más utiliza para remitir al lector a críticas políticas, entre ellas la tan pomposa Marca España. Este libro parece colocar el diente sobre esa idea sucedánea de la nación como empresa.
-La marca España como idea está presente. Pero la gente asume que es una crítica corrosiva y yo no soy un fabricante de críticas, solo me hago preguntas.Si fuera sólo criticar, la intención sería fallida. Yo he estado dentro de los engranajes, a lo mejor no como gestora de la marca España pero sí como gestora cultural, en donde existe esa idea de vender desde lo público. A lo mejor, yo he sido un producto. Sería ridículo que me quejase y no aportara ninguna reflexión.
-No le entiendo. ¿Hay o no una lectura crítica?
-No se trata de que yo boicotee esa idea en el libro, simplemente ofrezco una imagen al respecto construidadesde la experiencia personal de quien se dedica a eso. Muchas veces la gestión cultural, a lo que se dedica Almudena, la hacen un conjunto de señores, sentados en una mesa con vasos de café, que intentan vender una idea muchas veces desde sus prejuicios y complejos. A veces no somos paletos, sino que la forma de mirar nos hace paletos.
"A veces no somos paletos, sino que la forma de mirar nos hace paletos".
- Almudena, en su implantación en Londres, está cuestionándose y haciéndose preguntas constantemente. Es una máquina de críticas, constante.
-Muchas de las observaciones de Almudena tienen mucho que ver con el mundo anglo-americano. Esa idea de no querer ofender, algo que va más allá de la corrección política. Que todo tenga un aspecto positivo. En mi convivencia con estadounidenses, muchas veces en residencias creativas, he visto algo así como un deseo de que una palabra no sea más alta que otra. Eso tranquiliza a quien lo puede practicar; otras veces no sirve de nada. Y en ese sentido, creo que las culturas mediterráneas ya no pueden practicar ese buenismo.
-¿Por qué recurre tanto a la imagen de la comida caducada?
-Cuando escribo pienso que va a salir mejor si estoy muy involucrada con aquello de lo que hablo. Son cosas que no son fáciles y yo misma no sé adónde va. Pero está de por medio esa idea de tirar las sobras tan fácilmente que hemos aprendido. No sé qué tema es, acaso el derroche, pero lo que sí sé es que debía ser alegórico. Alude a esa caducidad, al desecho, al alimento procesado, la industria del alimento, del saber humano. El exceso no es solo la producción sino los recursos que invertimos en cosas que tiramos. Eso me parece obsceno.
"El tema de las franquicias vuelve a mí. Las odiamos, pero a la vez sentimos por ellas esa paz que generan las cosas familiares".
-Cuestiona mucho la identidad a través del consumo. Hace mucho énfasis en los espacios públicos –la franquicia como lugar de encuentro-.
-El tema de las franquicias vuelve a mí. Las odiamos, pero a la vez sentimos por ellas esa paz que generan las cosas que nos son familiares. Almudena va a esta franquicia horrible, Costa, rellena puntos a cambio de un carnet, porque no tiene otras formas de relacionarse.
-El acto de consumir funciona como un mecanismo de relación y ese es un tema que ha trabajado en sus anteriores trabajos.
-Son maneras de relacionarse con el mundo. No todo puede relacionarse igual con lo que le rodea. Hay distinciones entre gustos, hay gustos que se consideran mejores que otros o esa idea que el ballet clásico o los gustos elevados son mejores. Y eso me interesa.
-No se trata de forzar la lectura, pero hay una intención política en el libro. ¿Qué aporta Almudena en una fotografía sobre la España que vuelve a migrar?
-Lo que ocurre es que Almudena es anterior a todo este proceso. No recojo lo más reciente. Había ya gente hablando de marcharse, pero esto recoge otra cosas: la cúspide de la gestión cultural, de cómo había dinero para determinadas cosas e incluso la propia ignorancia de los gestores ante determinadas cosas.
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