Fue un 18 de octubre, en el aeropuerto de Bangok. Todo ocurrió “en cuestión de minutos”, dijo la Policía. Tras bajar del avión procedente de Sidney –había ido hasta allí para dictar unas conferencias-, el escritor comenzó a sentirse mal. Había sido operado nueve años antes en Barcelona y desde entonces llevaba cuatro bypass. Pero ese día, justo ese, el 18 de octubre de 2003, el corazón de Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003) dejó de latir.
Y en su muerte, como en su obra, camina -maleducado- el fantasma de la contradicción. El autor de Los mares del sur (1979) murió solo en un aeropuerto, ese lugar cosmético en el que todos están de paso, obsesionados por completar un viaje que, en su caso, terminó todavía demasiado pronto. El escritor tenía 64 años; apenas.
Dijo en una ocasión Antonio Franco -amigo personal, el mismo que le llevó a trabajar en El Periódico y luego en El País-, que Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003) supo llevar a primera división tres géneros que purgaban en tercera: la novela negra, el periodismo deportivo y el humor. Y así fue, a su manera. Cada género le debe algo, empezando por el nombre de dos premios especialmente significativos: el Vázquez Montalbán de Periodismo y el Pepe Carvalho de Novela Negra.
Carvalho, peripecia y demolición
Licenciado en Filosofía y Letras y Periodismo, Vázquez Montalbán fue poeta, periodista y novelista. Creador del personaje de novela policíaca Pepe Carvalho, con sus historias sedujo a personajes tan disímiles como Andrea Camilleri o Bigas Luna. Siempre entre las calles barcelonesas, acompañado a veces por su asistente Biscuter, este atípico detective privado fue convirtiéndose, de a poco, en el tuétano de la narrativa de Vázquez Montalbán. Apareció por primera vez en Yo maté a Kennedy (1972), la primera de la larguísima serie de novelas entre las que destacan Tatuaje (1974), La soledad del manager (1977) o Asesinato en el Comité Central (1981).
Carvalho fue una de las vías que encontró Vázquez Montalbán para retratarse y retratar lo que le rodeaba. Trasunto de su autor, Carvalho se revela a lo largo de tiempo como un personaje contradictorio, capaz de usar el desengaño como espejo; alguien que decide quemar su biblioteca, de a poco, como se echan al fuego las apuestas o los entusiasmos. A través de Carvalho es posible ver el proceso autodestructivo del Partido Comunista en los primeros tiempos de la transición escrito en Asesinato en el Comité Central o las costuras e hilachas de la élite política, cultural y económica española en El premio. Sin contar, claro, la Barcelona eufórica de los noventa en Sabotaje olímpico.
“Las novelas de Carvalho, más allá de la transición española, trazan el viaje desde la edad de la inocencia a esta globalizada edad de la desesperanza”.
Los de Carvalho fueron los ojos que usó Montalbán para hurgar en la España de los bajos fondos, para analizarla, criticarla, desmenuzarla. En el telón de fondo, prostitutas, criminales, desamparados, desfavorecidos, pobres diablos de los que Vázquez Montalbán se valió para narrar una ciudad y con ella un país. “Las novelas de Carvalho, más allá de la transición española, trazan el viaje desde la edad de la inocencia de la década de los sesenta a la edad de todos los empleos precarios y desempleos estables, esta globalizada edad de la desesperanza”, escribió el propio Vázquez Montalbán en Carvalho y yo: ¿quién es el asesino?, un texto en el que da cuenta literaria y personal de la serie de casi 30 novelas protagonizadas por “un héroe subnormal a la sombra de mi ensayo Manifiesto subnormal”.
Incluidas o no dentro del aliento de novela negra, las páginas que Manuel Vázquez Montalbán dedicó a la ficción tuvieron –y tienen- la propiedad de apresar la demolición, incluso de convertirla en un objeto literario, tal y como ocurre en El pianista (1985), una novela que cuenta la historia de un hombre que toca el piano en un club, alguien cuyas s ilusiones se habían desmoronado con la misma velocidad de la España en la que vive. El novelista Andrea Camilleri explicó, en una ocasión, que fue justo con la lectura de esa novela con la que contrajo una deuda –y por ende una amistad- con Vázquez Montalbán. Sólo después de leerla, el italiano consiguió dar con las claves para su novela El cervecero de Preston. “Como prueba de gratitud, bauticé mi personaje más conocido con su segundo apellido, Montalbano", dijo Camilleri refiriéndose al comisario Salvo Montalbano, el protagonista de su serie de novela negra ambientada en Vigàta que comenzó en 1994 con La forma del agua y a la que siguieron cerca de 20 entregas.
Camilleri y Vázquez Montalbán tenían, a decir del italiano, una amistad siciliana: un arte difícil, hecha más de silencios que de palabras.
Camilleri no llegó a encontrarse más de 10 veces con Vázquez Montalbán, pero no le hizo falta. Los unía, decía, una amistad siciliana. “Un arte difícil, hecha más de silencios que de palabras". Se conocieron en Mantua, y desde entonces hasta llegaron a pensar en la posibilidad de escribir un libro a cuatro manos sobre su formación civil -ambos eran comunistas- y literaria a lo largo de diversas dictaduras y tiempos históricos. No les dio tiempo. Todavía hoy, el escritor italiano rememora la tarde del mes de octubre en que recibió, por correo, el último libro de Vázquez Montalbán: "Mas tarde me enteré de que en el momento exacto en que recibía el libro, Vázquez Montalbán moría en Bangkok". Coincidencias puñeteras; el azar vistiéndose de metáfora para que las cosas duelan ¿menos…? ¿o más bellamente?
Crónica sentimental… ¿catecismo melancólico?
En su juventud, Vázquez Montalbán había participado activamente en la oposición contra el franquismo, primero en el Frente de Liberación Popular y después en el Partido Socialista Unificado de Cataluña. Condenado a tres años de cárcel en 1962, su actividad profesional no se regularizó hasta formar parte poco después del equipo editorial de mayor relevancia de la oposición tolerada en la España de aquellos años: la revista Triunfo. Allí, Vázquez Montalbán desarrolló un estilo mordaz y brillante –según ha dicho el propio Juan Marsé-, pero también ameno y penetrante –Maruja Torres dixit- , de cuya etapa quedan publicadas como libros series de artículos y ensayos como Crónica sentimental de España (1971), Crónica sentimental de la transición (1985) o Manifiesto subnormal (1970)
La obra periodística de Manuel Vázquez Montalbán llegó a más de 10.000 textos en 43 años de profesión. Cultivó todos los géneros y utilizó innumerables seudónimos, algunos de ellos incluidos en Del humor al desencanto (Debate, 2011), el segundo tomo de la recopilación monumental que publicó Debate, y que corresponden a los años de la transición española: de 1974 a 1986. En esta antología, tanto sus textos como la personalidad de sus alias, muestran al Vázquez Montalbán que cruza el sendero que va de la esperanza a la decepción, del proyecto de reconstrucción al "desencanto". La democracia, al parecer, no era aquello que él comentaba en sus páginas.
La prosa periodística de Vázquez Montalbán fue un correlato urgente de una época: la censura, la lucha contra el franquismo y la efervescencia ideológica con toda su fraseología y carnés de militancia.
En esos años, colaboró en la revista Triunfo, donde firmó con el nombre Socialista utópico español del siglo XIX Sixto Cámara, pero también como Luis Dávila (sobre todo en artículos de deportes) y Manolo V el Empecinado. Escribió también en Por Favor, La Calle, Hermano Lobo e Interviú-ahí como Carvalho- , antes de pasar a El Periódico y El País. Al igual que en su primera serie de Carvalho, en sus crónicas utilizó la ironía y el sarcasmo pero también una especie de realidad travestida en ficción que le sirvió para retratar la demolición de un mundo que dejaba de ser como él lo imaginó.
Culé irredento –para hablar de Vázquez Montalbán y el futbol necesitaríamos un campo, ¿o una catedral?- , sibarita y amante del buen comer –Contra los gourmets (1985) es un clásico-, Vázquez Montalbán fue también recuperador de la cultura popular, especialmente el cine, la música y la televisión, un aspecto que, para algunos, supuso el mayor atractivo y a la vez la mayor limitante de una prosa que no llegó a ser como la de Julio Camba, Josep Pla o Chaves Nogales. Su escritura, demasiado atada a un tiempo, surgió como un correlato urgente del mundo que le tocó vivir: un lugar atravesado por la censura, la lucha contra el franquismo y la efervescencia ideológica de los sesenta y los setenta, con toda su fraseología y carnés de militancia…. Rasgos que dotaron a su prosa periodística de una cierta catequesis que, a día de hoy, luce exhausta y superada, según algunos.
Vázquez Montalbán, 10 años después
Justamente por su condición abarcante y total, la obra y la figura de Manuel Vázquez Montalbán –justo ahora, cuando se cumplen 10 años de su muerte- se ofrece a la relectura, la revisión, al estudio del paso del tiempo no sólo sobre la sociedad que él retrató y que hoy le mira con una década de distancia, sino sobre los signos que esa evolución hace visible ahora en sus textos. Para llevar a cabo esa tarea, se han publicado algunos títulos nuevos que pretenden arrojar luces sobre el autor, Premio Premio Nacional de Narrativa (1991), Premio de la Crítica (1994) así como Premio Nacional de las Letras Españolas (1995) y Premio Planeta (1979).
De carácter estrictamente personal pero bellamente escrito –y con detalles biográficos interesantes-, es Recuerdos sin retorno (Península, 2013), una especie de doble biografía que escribe Daniel Vázquez Sallés, su hijo, y en la que narra desde episodios de la vida cotidiana de Vázquez Montalbán hasta episodios como su encuentro con el Subcomandante Marcos, episodios relacionados con la Transición o el PSUC, pero también el mundo editorial.
La Biblioteca Nacional prepara un ciclo de tres conferencias que se celebraran los días 26 y 28 de noviembre y 4 de diciembre próximos. Participarán ALmudena Grandes, Enric Juliana y Pere Gimferrer.
Elaborado como si de una carta se tratara, el libro ilumina momentos y pasajes de la vida del escritor con una inocencia que ya no es tal, pero que suena como si lo fuera. “Nunca te vi como un icono. Y no te vi como tal porque la función de un padre es la misma, se dedique a buscar metáforas sobre el sentido de la vida, o se dedique a fabricar piezas para motores híbridos. Siempre tuviste un enorme interés en separar tu imagen pública de la privada. Recuerdo que de niño me preocupaba que dedicaras tus libros a gente diversa y que mi nombre nunca apareciese entre los agasajados”, escribe.
También en ocasión del aniversario de su muerte, la Biblioteca Nacional prepara un ciclo de tres conferencias que se celebraran los días 26 y 28 de noviembre y 4 de diciembre próximos, y contará con la presencia de tres personalidades que tuvieron la oportunidad de estar en contacto con el escritor barcelonés y su obra: Almudena Grandes será la encargada de abrir el ciclo para hablar de la faceta del homenajeado como novelista. Le seguirá el periodista Enric Juliana, quien descubrirá esa faceta de Vázquez. Por último, el poeta y crítico literario Pere Gimferrer analizará la poesía de Vázquez Montalbán -no en vano le dijo una vez a J.M Castellet: "Mire, usted, yo soy un poeta”-.
A lo largo de su vida, Vázquez Montalbán publicó alrededor de una decena de poemarios, entre ellos Una educación sentimental (1967), Movimientos sin éxito (1969) y, entre muchos otros que aquí no se mencionan, Memoria y deseo, un volumen completo con su poesía desde 1967hasta 2003, editado por Península, en 2008, y que incorpora, además de Ciudad, un libro inédito (Rosebud) y otro (Construcción y deconstrucción de una teoría de la Almendra de Proust complementaria de la construcción y deconstrucción de una teoría de la magdalena de Benet Rosell), poco difundido hasta su edición en esta antología.