Son las dos menos cuarto de un jueves en el que llueve a cántaros. En el número 40B de la calle General Perón el escritor estadounidense James Ellroy concede entrevistas a unos cuantos periodistas. El autor de La dalia negra está en Madrid por un día para participar en el seminario Literatura y Automóvil, organizado por la Fundación Barreiros.
En el pasillo no queda casi nadie, apenas el jefe de prensa y un fotógrafo. Desde la sala de espera puede escucharse la voz ronca y profunda del “perro rabioso de la literatura norteamericana”, como Ellroy se hace llamar. A través de la puerta, se escucha el susurro de un periodista que pregunta al escritor por la victoria de Barack Obama. De pronto, el silencio se rompe con el estruendo de la voz de Ellroy. “No estoy aquí para hacer un jodido discurso, sino para responder a tus malditas preguntas. Si vas a hacerme preguntas, házmelas, pero no me toques los cojones, ¿quieres?”.
Nacido en Los Ángeles, en 1948, Ellroy ha sobrevivido a todo, incluso a sí mismo. Tras el asesinato de su madre cuando era apenas un adolescente, Ellroy se dio al alcoholismo y las drogas. Fue voyerista, pasó un tiempo en la cárcel por robo y actos de violencia. Se dedicó, durante buena parte de su pubertad a masturbarse compulsivamente y a entrar a las casas para robar bragas usadas que inhalaba con ansiedad. Casi a los 30 dejó el alcohol y las drogas, consiguió un empleo como caddy en un campo de golf y se dedicó a escribir, así lo cuenta en su primera novela Requiem por Brown.
Hoy día James Ellroy reconoce dos cosas: que es el mejor escritor de novela negra que existe en la historia literaria de los Estados Unidos y que tiene grandes lagunas en las que se anegan nombres como el del mismísimo William Faulkner. Ellroy lo lleva claro, sólo lee lo que interesa: novela policiaca, a la que se aficionó desde muy joven con folletines que su padre le traía. Es, para muchos, el maestro del género negro. Su estilo es directo, cortante, magistral, mucho más desde que publicó L.A Confidential , novela que forma parte del llamado L.A Quartet, que lo lanzó a la fama.
La calma vuelve al pasillo del número 40B de la calle general Perón. Se abre la puerta por la que asoma James Ellroy. Mide un metro noventa, viste pantalones blancos, camisa hawaiana y unas gafas redondas que hacen más brillante su rapada cabeza. Ellroy sonríe, muestra sus dientes blancos y alineados, perfectos para triturar manzanas o desgarrar filetes. Está sorprendido al verme. Había dado por terminada la ronda de entrevistas. A pesar de eso, extiende su mano, me invita a sentarme a la vez que enumera con los dedos de la mano: “No Obama, no presidential elections, no politics”. Si se cumplen estas tres condiciones, puede que la entrevista con el Demon Dog llegue a buen puerto.
-Vino a Madrid para hablar de coches, pensé que sólo le interesaban el boxeo, las mujeres, los perros, la música clásica, la historia y la novela negra.
-Me gustan los coches. A ver, no es una moda o algo que en mí sea un interés pasajero. He tenido coches clásicos y fantásticos. Así que voy a hablar al respecto.
-Hablemos de dos cosas que a usted le interesan y que conoce muy bien: los asesinatos y las mujeres. ¿Cree que los crímenes cometidos por mujeres son más brutales, incluso literariamente más atractivos?
-No sería verosímil. Si mira las estadísticas, las mujeres no matan con la regularidad de los hombres. No hay asesinos en serie mujeres. Las mujeres suelen matar con una justificación, porque han sido sometidas a maltrato durante mucho tiempo o muchas veces porque reaccionan ante una situación determinante, pero no suelen ser el prototipo de un asesino.
-Usted ha dicho que sólo cuando escribió El gran desierto se dio cuenta de que L.A Quartet era un cuarteto. Con La trilogía negra americana fue diferente, quizás por el hecho de que De Lillo le influyó. ¿Puede considerarse que lo mejor de su obra está pensado como conjunto y no como libros individuales?
-La dalia negra la pensé, libremente, como una novela que podría unirse, o no, a una serie. En cambio, desde un comienzo supe que American Tabloid sería el primero de una trilogía y sí, digamos que fue justamente en El gran desierto que empecé a pensar, a lo grande, en el L.A Quartet. Incluso, muchos de los personajes que aparecen en la Trilogía de USA provienen de LA Quartet.
-¿Por qué tardó tanto en escribir La dalia negra? Fue su séptima novela y sin embargo es una historia que deseaba escribir desde mucho antes.
-Tampoco crea que en ese entonces yo podía escribir todo lo que quería o lo que me venía en gana. No me había establecido como novelista. No era conocido. Para darme a conocer tuve que publicar primero una trilogía policial, crear un personaje para darme a conocer, que fue el oficial de policía Lloyd Hopkings, y sólo después pude proponerme La dalia negra. Mucha gente me dijo que no publicara esa historia hasta que no me afianzara primero como escritor.
-Tuvo una adolescencia difícil: el asesinato de su madre, el alcoholismo, la drogas, la cárcel. Sin embargo, en esos años usted ya sabía que quería escribir. ¿La furia de esos años le sigue funcionando como combustible de su escritura?
-Una persona escribe cuando está lista. Y yo lo hice cuando estaba listo, y tuve éxito haciéndolo. Probablemente no tenga la furia de aquellos años porque estoy más maduro emocionalmente y tengo una vista más amplia del mundo. Los libros que hago no los llamaría menos apasionados, pero sí menos furiosos. Escribo desde la furia pero no veo los libros como furiosos, los veo menos apasionados. Los libros de Ellroy, por decirlo así, son por un lado rigurosos, cerebrales y austeros, y por otro lado apasionados. Trabajo con esos dos elementos.
-En 1995, después de American Tabloid, usted interrumpió lo que iba a ser la Trilogía americana para dedicarse a un género como las memorias. Y lo hizo de un golpe, ¿por qué?
-Porque es el modo en que pude hacerlo. Eso lo describo en Mis lados oscuros. En verdad fue una coincidencia. En aquella época yo vivía en Connecticut y por navidad mi segunda esposa me consiguió una foto mía que hizo Los Ángeles Times el día del asesinato de mi madre. Me dijo algo como, ‘¿tú recuerdas ese momento?’ Y entonces boom, todo me vino a la cabeza de golpe. Yo pensé que había resuelto a mi madre con La dalia negra. Luego, por coincidencia, un reportero de Pasadena Star-News me dijo que iba a revisar el expediente de mi madre para una historia que estaba escribiendo para GQ y fue ahí cuando me dije, tengo que ver ese expediente. Visité la oficina de homicidios sin resolver de Los Ángeles, fue allí donde conocí a Bill Stoner, él me enseñó el expediente y las fotos de mi madre asesinada… y así comenzó todo, fue una coincidencia. Era el libro que tenía que escribir en ese momento y lo hice con toda la pasión y el rigor con que tocaba hacerlo.
-¿Nunca pasó más nada después de escribir el libro?
-Nunca supimos nada del asesino. Nada pasó.
-Usted ha escrito una historia del crimen en Estados Unidos, que es, hasta cierto punto, una historia social de Norteamérica. En estos 50 años, ¿quién es o quiénes han sido los asesinos en Norteamérica? ¿Han cambiado?
-Créame: No lo sé, ni me interesa. La historia termina para mí cuando termina la trilogía. Después de mayo de 1972 no tengo absolutamente nada qué decir.
-Usted odia Hollywood, pero Hollywood le adora, adora sus libros. Se han adaptado L.A Confidential y La dalia negra. ¿Cómo lo lleva?
-Tengo dos casas, una asistente a tiempo completo, pago impuestos. Me dan dinero por eso y para mí está bien. No pueden tocar mis libros. El resto, me la pela.
-El fenómeno Larsson, no sé si llegaría a Estados Unidos, pero en Europa significó una especie de boom con el género negro, y creó una confusión, incluso creó una versión light del género.
-Sí, a Estados Unidos llegó y fue exitoso. Vi la película y me pareció profundamente estúpida. Eso no tiene nada que ver conmigo. Es un fenómeno cultural y no me toca de ninguna manera.
-Estando en una época de crisis, el género de novela negra y policíaca suele cobrar más fuerza. ¿Está ocurriendo esto también en los EE UU?
-No lo sé y, créame, es la verdad. No lo sé.
-Escuche. No voy a hablar de política. Sólo quiero saber porqué le molesta tanto cada vez que en una entrevista le preguntan su opinión sobre la actualidad política de su país. Porque no es la primera vez que pasa…
-No vine aquí para hablar de la actualidad norteamericana. Yo soy un producto de los Estados Unidos de los años cincuenta, que es sobre lo que escribo y es lo que me interesa. Vosotros los europeos son tan predecibles, siempre quieren extrapolar lo que ocurre en mis historias con la actualidad, por eso aquí siempre soy tan controvertido. ¿Y quiere que le diga algo? Lo sabía, desde el momento en que cogí un avión en Los Ángeles para volar a España el día de las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, lo supe: me van a preguntar por Obama. Que lo que los editores de su periódico realmente quieran preguntarme sea qué pienso de Obama, me parece más bien triste.
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