Cultura

“Escribir un libro puede parecer una forma un poco extraña de dar las gracias”

La primera novela de Daniel Gascón, Entresuelo (Mondadori, 2013), fue escrita en el piso de sus abuelos. Esa casa, que ahora él habita, es el personaje principal de un libro breve y esencial: la del lugar que ha servido al escritor para contar la historia de tres generaciones de una familia pero también la de una España que pasó del campo a la Unión Europea.  Ese tránsito es el tema que sujeta esta entrevista. 

Hay libros que sería mejor dejar en paz. No comentarlos ni manosearlos, porque se bastan a sí mismos y así deben llegar al lector. Este es uno de ellos. Cuando comenzó a escribirlo, Daniel Gascón  (Zaragoza, 1981) llevaba cuatro años viviendo en el piso de sus abuelos, un entresuelo de un ensanche zaragozano situado entre el chaflán de la avenida Goya y la calle del Carmen. Su abuela se lo cedió para que se instalara allí con su pareja.

En los 85 metros cuadrados de esa casa Gascón lo estrenó todo, o casi. Acumuló su primera memoria: la hermana recién nacida envuelta en un mantón de ganchillo; la habitación a la que sus abuelos llegaron, desde Eljuve, para instalarse durante toda una vida; las patatas con borraja de las comidas dominiciales; la antigua biblioteca que aun conserva Los 25.000 mejores versos de la lengua castellana… pero también los ensayos de la adultez, la vida en pareja y cómo no, su primera novela, Entresuelo (Mondadori, 2013): la que narra en sus 108 páginas los episodios de tres generaciones de una familia –y de una España- que Gascón construye en un retrato tan personal como colectivo.

Escrito con brevedad y sencillez, con una prosa más parecida a la recuperación que a la nostalgia, Daniel Gascón confecciona en Entresuelo un artefacto afectivo. En las estancias del apartamento a pie de calle, la vida se mete por todas partes; el espacio y el tiempo actúan como personajes, categorías en las que entran los abuelos sin estudios de un país rural y católico precedido por otro todavía más asfixiante;  los padres y los tíos que acudirían a la universidad, la militancia y la objeción, y los nietos que apenas llegan a la edad de la democracia y estrenan ahora una España europea y laica. Comparten acaso todos un aire de familia, esa ventisca que sujeta y se hereda como los hogares: lugares que conservan unas vidas y sirven de techo para levantar otras.

Escrito con brevedad y sencillez, Daniel Gascón confecciona en Entresuelo un artefacto afectivo.

La suya es una familia literaria. El narrador y Premio Nacional de Periodismo 2013 Antón Castro, su padre, y  la novelista Aloma Rodríguez, su hermana. Faltan acaso la madre –médico rural- y el hermano menor, que amenaza con dedicarse también al oficio. Y hay quienes han escrito, con razón, que todos se convierten en personajes de las novelas del otro. Cariñena, de Castro; Entresuelo, de Gascón y Solo si te mueves, de Aloma, contienen la sustancia de la propia vida que hay en las páginas escritas en primera persona, esa voz que permite desabotonarse.

Sentado en un salón lleno de libros de los cuales él, seguramente, ha traducido unos cuantos, Daniel Gascón habla de sí y de su familia. Unos días después, al momento de poner por escrito la conversación, cuesta encontrar la fórmula para tratarle. El usted le queda muy lejos –sus 32 parecen 21 en ese cuerpo rubio y huesudo- y el tú sería impropio para una entrevista. Licenciado en Filología Inglesa y Filología Hispánica, Daniel Gascón debutó en la narrativa con un libro de relatos, La edad del pavo (2001). A ese siguieron El fumador pasivo (2005) y La vida cotidiana (2011). Coguionista de la película Todas las canciones hablan de mí (2010), dirigida por Jonás Trueba, Gascón se adentra ahora en la novela.

-En 85 metros cuadrados y 108 páginas transcurre la vida de tres generaciones. Entresuelo es una historia propia convertida en una historia de España. Sin embargo, no parece que fuese esa su intención inicial.

 -Al sentarme a escribir, descubrí que las cosas que ocurrieron a lo largo de los distintos períodos de la historia de España aparecían en el libro. No quería que lo general se antepusiera a lo particular pero encontré ese punto donde la historia de una familia coincide con el relato de la mayoría de los españoles. Mi intención era de lo personal a lo colectivo, pero sin hacer trampas.

"No quería que lo general se antepusiera a lo particular pero encontré ese punto donde la historia de una familia coincide con el relato de la mayoría de los españoles".

-Todos los recuerdos son inventados, así titula uno de sus brevísimos capítulos. La memoria como modo de ficción. ¿La trampa es esa?

-Recuerdos inventados es el título de una antología de cuentos de Enrique Vila-Matas. Todos tenemos la sensación de recuerdos que parecen muy claros, muy fijos y luego cuando lo confrontas con la visión de otra persona que estuvo en el mismo sitio, resultan diferentes. Muchas veces no recordamos lo que sucedió sino el resultado de nuestro propio acto de recordar, incluso en una modalidad de memoria colectiva como puede ser la familia. Por eso me parecía que todos los recuerdos, hasta cierto punto, son inventados. En las ocasiones en que podía encontrar un documento o fotos, los utilicé, como algo que podía verificar un hecho. Tampoco quería avalar todas las versiones: a veces expreso mis dudas sobre cómo se ha contado una historia, o contrapongo dos versiones de un mismo episodio, porque sé que la memoria te tiende trampas.

- Entresuelo es descripción, recuperación: la posición de los objetos en una casa, la transformación de los locales vecinos -donde hubo un ultramarinos ahora hay un local de Vodafone-. Es una aproximación arqueológica a su propia vida.  

-Este libro tiene varias restricciones. La primera, espacial: siempre hay que volver al entresuelo. La otra tiene que ver con el hecho de que ahí no hay nada inventado. No he usado la imaginación, quizás para reconstruir en mi cabeza algunas escenas, pero no a sabiendas de que fuese falso. La idea arqueológica me interesaba mucho, como en esas ciudades donde coinciden lo nuevo y lo viejo, o esas casas donde también tu propia relación con los objetos cambia: esos muebles que eran muy grandes cuando eras pequeño o ese ejemplar del Lazarillo que leíste de crío y sigue allí en una estantería. Eso me parecía importante, al igual que el paso de las personas por una casa en la que van dejando objetos, o cambiando el uso de las habitaciones.

"Nostalgia, eso sí no hay. Frente a la historia de mis padres y de mis abuelos, y pese a todas las dificultades que puedan existir ahora en España, mi vida es mucho más fácil e infinitamente más libre".

-Sin embargo, esa necesidad de recuperación no es nostálgica. No hay melancolía.

-Hay varias cosas. Nostalgia, eso sí no hay. Frente a la historia de mis padres y de mis abuelos, y pese a todas las dificultades que puedan existir ahora en España, mi vida es mucho más fácil e infinitamente más libre. La vida de mis abuelos en ese piso era mucho más precaria de lo que puede ser la mía. Me gusta el cambio que se dio muy rápidamente de una España rural, arcaica y católica, y de pronto llegar, aunque fuera con bastante retraso, al siglo XX, con lo urbano y lo laico,  la llegada de la democracia y la entrada en la Unión Europea. No siento nostalgia del pasado: me gusta más el presente. Y sí admiro es esa transformación. En los recuerdos aparece también esa  idea de la infancia como la arcadia infantil que suele ser la casa de los abuelos, y hay una tristeza por la gente que ya no está. Pero he intentado evitar la nostalgia.

-Su padre ha dicho que tanto usted como su hermana Aloma suelen narrar  en primera persona temas propios porque es una forma de contar lo trascendente. Su libro, El Fumador pasivo, tiene elementos referenciales; en La Vida cotidiana reivindica la experiencia pequeña. ¿Qué significa, en su caso, escribir de sí mismo?

-Eso me gustaría saber a mí … Escribir sobre uno mismo te da un punto de vista. Pero no todo lo que he escrito es autobiográfico. Aunque he usado cosas de mi propia experiencia, lo que me gusta es contar a otro desde donde yo lo miro.  El fumador pasivo sí que tiene mucho de autobiográfico y en La vida cotidiana el protagonista se llama como yo. De ese libro, muchos cuentos estaban en tercera persona en la primera versión y lo que decidí fue unificar ese personaje, no pensando en contar mi vida sino en darle una coherencia literaria, que es lo que buscas con la ficción. En Entresuelo en cambio había un compromiso con lo real. A partir de uno mismo puedes asomarte a otras cosas, te da una seguridad, también una credibilidad distinta de la tercera persona.

"En este libro el relato podía ser muy clásico: la historia de una familia española, en distintas generaciones. Por eso quise jugar con la forma".

-Es libro un es breve y conciso. Hay poco lirismo. Y tiene un rasgo curioso: las enumeraciones. En muchos capítulos, en lugar de contar hace listas que se comportan como aforismos.

-En este libro el relato podía ser muy clásico: la historia de una familia española, en distintas generaciones. Por eso quise jugar con la forma, pensándola como el montaje muy picado de una película. Traté de contarlo de manera ligera, con mucha información en muy pocas páginas. Me preguntaba: ¿cómo puedo contar las visitas que han venido a la casa, cómo puedo contar el cambio religioso en la familia que en algunas ocasiones tiene que ver con el cambio religioso en España? ¿Qué hago? ¿Inventarme escenas y desarrollar una narración relativamente convencional o plantear una lista que es casi una mini novela?

-Sí, pero toda lista encierra una idea de lo esencial, de lo que no puede quedar por fuera.

-En el libro hay una inspiración que proviene de Georges Perec y Joe Brainard, también de Sherman Alexie, que es un escritor indio americano al que he traducido. Cuando vi que esos escritores empleaban esas listas, me di cuenta de que usándolas cuentan algo a la vez que disparan la imaginación del lector, que comienza a rellenar huecos. Pero hay un peligro con lo fragmentario, por eso el libro es corto; lo fragmentario supone una selección. Deseo contar cosas que son importantes. Un libro fragmentario de 600 páginas sobre el entresuelo no tendría sentido. Y en cuanto a la prosa, parece que sí, que tengo una prosa sencilla porque mucha gente me lo ha dicho pero intenté que algunos capítulos tuvieran un estilo distinto del otro. Para las biografías de mis abuelos, por ejemplo, pensé en estos libros de Echenoz, que cuenta muy rápido muchas cosas sin detallar demasiado; en cambio en el texto de mi padre quería emplear un estilo algo más literario, usar la glosa, los documentos.

En el libro hay una inspiración que proviene de Georges Perec y  Joe Brainard, también de Sherman Alexie, que es un escritor indio americano al que he traducido.

-La relación con ese piso es iniciática: la infancia, la propia juventud, su primera experiencia adulta de vida en pareja  y ahora su primera novela. ¿Usar un espacio propio como primer ejercicio supondrá, acaso, la construcción de una cierta identidad, de una voz?

-Se trataba de recordar esos elementos iniciáticos y también de buscar un poco más atrás: ¿qué pasaba en el piso antes de que yo estuviera allí? ¿Cómo vivían mis abuelos? ¿Qué comidas comían? ¿Cómo quedaban mi padre y mi madre? En cierto modo, así recapitulaba los libros anteriores.

-La sensación de usurpación del lugar, del entresuelo,  ¿será menor escribiendo sobre el piso que viviendo en él?

-Ahí también puede estar una de las razones del libro. No lo había pensado, pero puede estar interviniendo. Viví cinco años en esa casa por la generosidad de mi abuela. Puede ser una especie de homenaje y agradecimiento a la vez que una justificación extraña.

-¿Extraña, por qué?

-Escribir un libro puede parecer una forma un poco extraña de dar las gracias.

-Quisiera volver sobre lo cotidiano, que guarda mucha relación con la sustancia del recuerdo. Beckett sugiere que la memoria está determinada por el hábito, en los fragmentos más íntimos. ¿Es esa la verdadera característica de la memoria?

-Está lo habitual pero también los acontecimientos excepcionales, que son los que alteran lo corriente o crean una nueva normalidad.

"Mi abuelo tenía una característica que quizá sería algo propio de una parte de su generación: un respeto que existía por la cultura y el conocimiento".

-La relación con su abuelo está sujeta por el humor, la que tiene con su padre es si se quiere más solemne. El abuelo como personaje es un hilo importante y hace el libro entrañable.

-Sí, fue una persona importante para mí y es verdad que nuestra relación se basaba en el humor. No tenía estudios formales, era un autodidacta, pero era un hombre con gran curiosidad y una cultura muy rara. Además tenía otra característica, que quizá sería algo propio de una parte de su generación: un respeto que existía por la cultura y el conocimiento. Sentía una gran curiosidad por un mundo que no era estrictamente literario. Se sabía cosas como de ciencias sociales. Tenía esta especie de cultura oral y anécdotas… fue muy enriquecedor. Nos sentábamos a mirar enciclopedias, comparar las poblaciones de los países, buscar animales.

-¿Y su padre?

-Mi padre en ese libro es más joven. No se ha hecho aún. Mi abuelo atraviesa el libro haciéndose y acabándose. Supongo que mi padre me acaba marcando más. Es escritor. Nos llevamos muy bien. Pero me divertía mucho imaginarme a mi padre antes de que yo lo conociera.

-De hecho, en los pasajes sobre su padre es donde el libro se permite ser más lírico.

-Sí, porque digamos que, en la parte de mi abuelo, como su personalidad era más humorística, como de personaje de Azcona, lo contagia al libro. Mi padre, que es más lírico, más melancólico y más reposado también se contagia en sus apariciones.

"Mi madre es un personaje muy importante pero quería  que estuviera no en primer plano, sino uniendo las cosas".

-Su madre se comporta en cambio como una figura iluminadora con la que consigue hacer visible a muchos otros personajes. Incluso para construirla a ella utiliza a su hermana. Es también un personaje en constante movimiento, incluso cuando intenta describirla.

-Claro, como es médico y la destinan a distintos lugares, se mueve y nos hacía movernos. El retrato que hacía Aloma de mi madre me gustaba y me parecía bonito emplearlo de esa manera. Mi madre es un personaje muy importante pero quería  que estuviera no en primer plano, sino uniendo las cosas, que es como creo que a ella le gustaría estar. En otros de mis libros siempre hay problemas médicos y el personaje llama a su madre, que es médico. Y ella es como el personaje Deus ex machina.

-¿Descartamos la auto ficción? ¿existe realmente tal cosa?

-No lo sé. En este libro no, pero supongo que mi libro anterior, La vida cotidiana, sí tenía algo de autoficción, para quien le interese o crea en ella: uno de los cuentos (el inicial) contaba algo tal como sucedió, mientras que en los siguientes jugaba con un personaje que se llamaba como yo y algunos relatos jugaban con las expectativas creadas por ese personaje. Entresuelo es otro tipo de libro. La literatura que a mí más me gusta no necesita ser autobiográfica, pero sí debe hablar, de un modo u otro, de cosas que para el autor sean vitales e importantes, que de una forma u otra hablen de él.

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