A algunos habría que descartarlos por defecto: el Patrick Bateman que recorre Manhattan con sangre en la punta de los zapatos y sobre el que Bret Easton Ellis construyó su American Psycho -digamos, por eso de que no podamos contarlo-, o también, acaso, el Barba azul de Perrault o la Circe de Julio Cortázar. Uno porque nos mata y la otra -con mucha suerte- porque nos indigesta.
En verdad serían poquísimos -¿o no?- los personajes de ficción con los cuales sostener una relación embólica y segura de pantuflas y televisión por cable. Porque, después de todo, quién quiere compartir su vida con alguien inventado por otro, ¿verdad? Mejor inventárselo uno y tirar para adelante con su propia versión.
Aunque algunos personajes auguran relaciones largas y duraderas o, para no ponernos ambiciosos, al menos una temporada magnífica. Quizá con Hans Castorp, que nos invitaría a unos María Mancini y hasta propondría veranear en un sanatorio de los Alpes suizos. Un plan que, después de todo, no suena mal. ¿Y, por qué no, con el enceguecido Albinus de Risa en la oscuridad? ¿Seríamos tran crueles con él como Margot?
Pero ¿qué pasaría si fuese posible traer al mundo real por un día a un personaje que pudiésemos redimir -o él a nosotros- en la fugacidad (o reincidencia) de un encuentro? ¿Qué clase de lector o lectora elegiría al profesor Humbert Humbert para invitarle a un Gin Tonic? O mejor... ¿por qué no salir a dar una vuelta con la empalagosa Teresa que Juan Marsé hizo suspirar por Pijoaparte? Los hay para todos los gustos. Algunas lectoras han insistido, cuando les preguntamos por un candidato, en el Tarzan creado por Edgar Rice Burroughs. Otros, en cambio, se han decantado por Claudia, la novia de El Jabato la historieta de Víctor Mora y Francisco Darnís publicada por Bruguera.
Lo que sí es cierto es que a muchos les entusiasmaría salir con Ingrid Sjostrom, la amiga del comisario Montalbano que aperece en las novelas del italiano Andrea Camilleri, y a otros con Sabina, la amante de Tomás en La insoportable levedad del ser. Ambas, a su manera, son mujeres fuertes -¿acaso mas bien libres?-, que seducen. A pesar de ser ruda y a veces un poco plana (pero no por ello menos intensa), la Lisbeth Salander de Larsson sería el plan de muchos y muchas.
Otros, aseguran, caerían rendidos ante ciertos clásicos, por ejemplo la Ana Ozores que protagoniza La regenta, una mujer solitaria y retraída, que ansía algo distante y desconocido; la mismísima Albertine Simonet de Proust o el ambicioso Julián Sorel de Rojo y negro, creado por Stendhal.
Entre clásicos -en este caso de la literatura latinoamericana- hay quienes buscan instintivamente en las novelas de iniciación a los personajes de iniciación: la Alejandra de Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato y Horacio Oliveira, acaso porque a muchos -y muchas- los llevó por primera vez de la mano por París. La maga también entra en ese fangoso terreno de los suspiros primerizos. Entran en la ista de imposibles literarios Santiago Nasar, el protagonista de Crónica de una muerte anunciada, y José Arcadio Buendía -el primero, aclaran algunas-, de Cien años de soledad, ambos libros de Gabriel García Márquez.
Algunos lectores aseguran que un personaje determinó un tipo de mujer -literaria o real- de la cual enamorarse. Una de ellas la joven Micol Finzi-Contini, esa joven muchacha -a la que veremos envejecer- y de la que el narrador se enamora desde muy niño en la historia que Giorgio Bassani narra en El jardín de los Finzi-Contini. La lista es larga e infinitiva, de ella entran y salen personajes de ficción y otros reales. ¿Cuál sería el vuestro?
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