Es la historia de uno de los rescates más rocambolescos en la historia de la CIA: Argo, el libro que inspiró la cinta que ha llevado a Ben Affleck a obtener el Oscar a la mejor película y que ha arrasado en los premios más prestigiosos, se ha convertido en un éxito en librerías desde hace meses. Se trata, en efecto, de una novela de espionaje escrita por el propio protagonista, Antonio J. Méndez, junto a Matt Baglio. Publicada por RBA con traducción de Víctor Manuel García de Isasi, Argo cuenta en sus páginas una operación secreta real para rescatar a seis diplomáticos estadounidenses en plena crisis de los rehenes de Irán, centrándose en el papel poco conocido que la CIA y Hollywood tuvieron.
Algunos críticos y periodistas especializados hablan, como suele ser costumbre, de dos productos completamente distintos. La diferencia radica en que mientras el libro se lleva aplausos de los lectores, otros insisten en que la adaptación de Chris Terrio supera, con larguísima distancia, el resultado de la historia escrita en primera persona por Antonio J. Méndez. Affleck, dice la crítica, ha aprovechado una historia bien documentada para subvertirla y crear una cosa completamente nueva.
La historia comienza el 4 de noviembre de 1979, cuando una riada de iraníes, en gran parte estudiantes, irrumpió con violencia en la embajada estadounidense de Teherán. La decisión de las autoridades estadounidenses de acoger al anterior líder del país, el Sha, considerado prófugo de la justicia por la teocracia encabezada por el ayatolá Jomeini, había sulfurado los ánimos y con este asalto se buscaba exigir su extradición. Como medida de fuerza, retuvieron a docenas de ciudadanos americanos durante un angustioso cautiverio que se prolongó a lo largo de 444 días. Sin embargo, seis empleados de la embajada consiguieron escapar de las gigantescas y laberínticas instalaciones hasta llegar a los dominios de la embajada canadiense.
Una vez ahí fueron repartidos en diversos domicilios particulares en los que permanecieron escondidos, confiando, como todo el mundo, en una pronta resolución del conflicto, aunque en la cinta los estadounidenses aparecen siempre refugiados en la legación de Canadá. La prolongación indefinida de la crisis, que tuvo en vilo a la comunidad internacional, hizo entrar en escena al agente de la CIA Antonio Méndez, un excelente dibujante especializado en falsificación de documentos y cambios de identidad por medio de disfraces.
Méndez contaba con una larga experiencia en las llamadas "extracciones" de individuos en peligro en puntos calientes del planeta, por lo que se le encomendó la misión de idear un estrategia y un plan de acción para sacar a esos seis compatriotas de su cautiverio y enviarlos sanos y salvos a suelo estadounidense. Y no se le ocurrió mejor solución que recurrir a profesionales de Hollywood. ¿Por qué no fingir que los secuestrados formaban parte de un equipo que buscaba localizaciones en Irán para el rodaje de una película que mezclara misticismo con ciencia ficción? La idea era tan descabellada que merecía la pena probarla.
Dosis de drama a un lado, Méndez, en colaboración con Baglio, narra esta historia en un volumen lleno de documentación de la política iraní desde 1935 hasta 1979. Uno de los datellas que se aportan, tiene que ver con los estudiantes que asaltaron la embajada y retuvieron a los trabajadores: uno de ellos era ni más ni menos que el primer ministro actual Mahmud Ahmadineyad, que sigue manteniendo el pulso con EEUU en este caso por el armamento nuclear. Intensiones e intenciones a un lado, la novela de Méndez vive un segundo esplendor comercial -y posiblemente literario- gracias a Affleck y Terrio. El orden correcto, escriben las reseñas, es ver primero la película y completar, después, con la lectura del texto de Méndez.
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