A mediados de los años 80 recalaron en España unas producciones audiovisuales que acapararon el mercado: las telenovelas venezolanas, con ejemplos como Cristal, Topacio o Abigail. A finales de aquella década, sin embargo, se cocinaba un culebrón de mayores proporciones que todas aquellas tramas llenas de traiciones, secretos y mentiras: la historia del grupo Locomía. Aquel icono musical se quedó a las puertas de un posible éxito internacional y su historia se escribe en paralelo al de un país, España, que luchaba por parecer moderno.
En este contexto de búsqueda de una renovación con el fin de pasar desapercibido entre el resto de los países de Europa, ser uno más o simplemente pasar página, nació Locomía, un grupo grabado en la memoria de quienes guardan recuerdos de finales de los 80 y principios de los 90. Ahora, Movistar+ estrena una serie documental que descubre las traiciones, los rostros y las rencillas de un grupo de jóvenes que se movieron entre la ilusión por crear y romper barreras y las leyes más crueles del negocio de la música.
El hombre que movió todo fue Xavier Font, un joven barcelonés que viajó a Ibiza acompañado de un jovencísimo Manuel Arjona, a los que más tarde se sumó el hermano de Font. Allí, primero en chiringuitos de playa y luego en las discotecas más importantes de la isla, empezó a mostrar sus aspiraciones artísticas como diseñador de trajes imposibles con grandes hombreras y zapatos de puntas infinitas, con los que se vestía en sus actuaciones y que también vendía en puestos de playa. El boca a boca empezó a elevar la leyenda de esta banda, a la que uno de sus miembros fundadores, el holandés Gard Passchier, bautizó Locomía.
José Luis Gil, manager de mitos de la música como José Luis Perales, Raffaella Carrá o Miguel Bosé, vio en este grupo un filón y consiguió hacer de estos chicos que bailaban y movían el abanico con mucha gracia una banda de música con canciones reales. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no había grandes talentos vocales, tanto que en una de sus canciones más importantes -la homónima Locomía- la voz que suena es la suya. Lo que sigue es una sucesión de nuevas caras que deja finalmente de lado a Xavier Font, miembro fundador, y enemigo número uno del manager de Locomía.
¿Quién acabó con esta banda, en la que el mismísimo Freddy Mercury se fijó cuando decidió llevar el diseño de sus particulares zapatos en su último videoclip? ¿Cómo es posible que en un momento determinado, Locomía se convirtiera en dos grupos, uno en España, y verdadero propietario de los derechos, y otro en Estados Unidos? Lo que a priori es solo la historia de una formación icónica de los 90 se convierte en este documental, para esta redactora de Vozpópuli, en un verdadero culebrón en el que no faltan traiciones de todo tipo -sentimentales y de negocios- romances poliamorosos entre los miembros, que en sus inicios vivió como una comuna en Ibiza, y luchas de egos. Tiene todos los ingredientes para llamar la atención del espectador sediento de morbo: nostalgia, tragedia y combate.
Locomía: dos grupos y un mismo nombre
Pero ante todo, este documental es la historia en tres actos de todo lo que no pudo ser. Como -casi- todas las buenas cosas de la vida, al famoso cuarteto le ocurrió lo mismo que a cualquier buena idea que ya no lo es tanto: deja de funcionar cuando cambia, se expande y se parece poco o nada a lo que era en sus inicios, rendida a la ambición por crecer. A eso se sumaron las deslealtades y las pugnas por el poder, así que la combinación es explosiva y el resultado del documental se ve sin pausa y con palomitas.
Hay dos elementos curiosos. Por un lado, en este contexto histórico, en el que España buscaba una modernidad que se le escapaba de las manos (se citan en el documental la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona), Locomía se partió en dos, algo que en el documental se achaca a la errónea decisión de Gil de permitir que el grupo viajara a Estados Unidos arropado por Xavier Font, quien seguía en nómina en el proyecto. Él, que se sentía apartado y ninguneado, aprovechó la ocasión, en la que no existía ningún supervisor de la confianza de Gil, para apartar al grupo, recurrir a otro manager y llevar a cabo su venganza.
La desaparición de Locomía era una realidad y el grupo agonizaba en Estados Unidos entre cancelaciones y amenazas legales. De alguna forma, esta serie es también una metáfora de las grandes aspiraciones del país en ese momento y una realidad que demostraba el desconocimiento del negocio y en cierto modo un complejo de inferioridad, al no poder triunfar en América del Norte, después de haber conquistado todos los territorios latinos del continente.
Lo cierto, también es que la bicefalia de Locomía escondía dos fuerzas que caminaban en direcciones casi opuestas e irreconciliables. Al libre y mágico Locomía por el que apostó Xavier Font se opuso la fórmula "productiva económicamente" de Gil, como se ve en el documental. El capital ganó y el nombre de Locomía fue la única constante en el grupo de las mil caras en el que se convirtió.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación