Estados Unidos votó y reeligió al primer presidente negro de su historia justo antes de hacerlo con uno abiertamente racista y asediado por escándalos sexuales. El mundo dejó de ver la tele y radio gratuitas y comenzó a pagar plataformas de series y música. Y el móvil, gran causante de todo lo anterior, se convirtió en una prolongación más del cuerpo.
Hace unos días Facebook cumplió 20 años y más de 3.000 millones de usuarios han soplado velas en la plataforma, más de un tercio de la población mundial. La red social ha alterado la forma en la que los humanos se relacionan y hasta la forma de percibir la realidad. Aunque se creó en 2004, el crecimiento exponencial de esta y otras redes sociales comenzó en la década de los 2010. Un decenio que repasa la serie documental Los 2010 y que se estrenó con Barack Obama al frente de la primera potencia mundial.
El primer presidente negro de la historia de los Estados Unidos llegaba en 2009 a la Casa Blanca tratando de ajustar la crisis financiera desatada en 2008 que antes o después golpeó a todo el mundo. Obama hacía equilibrios presupuestarios y firmaba su primer gran éxito en 2011 con la captura de Osama Bin Laden, la persona más buscada en todo el mundo. Líder de Al-Qaeda y responsable de los atentados del 11 de septiembre fue descubierto en una localidad pakistaní. La serie retrata los nervios dentro de la Casa Blanca ante un posible fracaso en el asalto de los SEAL. En el momento de la incursión había, según indica el documental, un 50% de seguridad de que el ocupante de la casa de Abbottabad fuera el líder islamista.
Una moneda al aire a la que Obama decidió jugar y le salió cara. En 40 minutos, las tropas de élite aterrizaron en helicóptero y mataron al saudí. Poco después Obama anunciaba la muerte y miles de estadounidenses lo celebraron en lugares como la Casa Blanca, Times Square o la zona cero del World Trade Center. Los cánticos patrióticos unieron, quizás por última vez en esta década, a republicanos y demócratas.
Fue un estallido de júbilo en medio de una sociedad en constante cambio. Las tensiones raciales rebrotaron tras el asesinato de varios jóvenes negros. “Trayvon Martin podría haber sido yo hace 35 años”, se lamentaba entre lágrimas Obama tras el asesinato del joven de 17 años.
El presidente sacaba las tropas de Irak y un año más tarde entraba en Siria, mientras el espacio republicano experimentaba profundos cambios con el auge del Tea Party, el movimiento conservador y ultraliberal que apostaba por una reducción drástica del gasto público. Obama volvió a ganar en 2012 y el Partido Republicano se tambaleaba, alumbrando el contexto idóneo para un outsider que rompía todas las reglas. Trump se presentó despreciando a los políticos tradicionales e insultando a sus rivales en las primarias republicanas. Los vídeos de aquella campaña muestran a sus rivales totalmente desorientados ante las mofas de patio de colegio del empresario. La misma incomprensión operó en el enfrentamiento con la candidata demócrata Hillary Clinton, cuando en los debates frente a Trump tenía que responder a las acusaciones sobre supuestos escándalos sexuales de su marido. El republicano había llevado el enfrentamiento político al barro y allí arrasó a todos sus rivales. El candidato parecía inmune a cualquier tipo de escándalo y terminó accediendo al despacho oval, a pesar de cosechar tres millones de votos menos que Clinton.
Series y redes
El fenómeno Trump era un ejemplo más de la ola de desafección política que se extendía por todas las democracias. La política mundial se vio alterada con la aparición de nuevos partidos y fuertes liderazgos que desde cada esquina ideológica acusaban a la clase política de ser una casta privilegiada. Pero hasta para el más apolítico, percibió cómo su mundo también cambió en aspectos fundamentales como el ocio y el entretenimiento. Pasamos de considerar las series como algo secundario dentro de lo audiovisual a contemplar la llegada masiva a los seriales de los mejores actores y guionistas.
Fue la década de la generalización de los teléfonos inteligentes que integraron prácticamente todo lo que necesitaba cualquier persona. El simple hecho de que comenzaran a incorporar una cámara delantera revolucionó el auge de plataformas como Instagram en las que pasamos de subir atardecer y platos de comida a nuestra propia cara, convirtiéndonos ahora en el objeto a exhibir, con todas las implicaciones que ello conlleva.
La universalización de la grabación en buena calidad y de la emisión de videos en canales de Youtube volvió millonarios a personas anónimas, muchas de ellas jóvenes, que por primera vez en la historia recibían más atención que los actores, cantantes, deportistas y políticos de turno. La amalgama de avances tecnológicos conjugaban un nuevo entorno sin el que es imposible entender a Trump o el descrédito de la prensa tradicional.
Nunca se podrá determinar a ciencia cierta qué porcentaje del éxito de Trump se lo otorgó su uso compulsivo de Twitter, pero es indudable que el fenómeno populista global no se puede entender sin el uso de las redes sociales. El gigante de aquellos años era Facebook que demostró ser, en el mejor de los casos, un negligente custodio de nuestra información; en el peor, un agitador y herramienta necesaria en funestos episodios como la limpieza étnica islamista de los rohinyás de Birmania.
Como un epílogo estruendoso, solo seis días después fin de la década de 2010, el Capitolio de Estados Unidos era asaltado por una difusa turba de americanos entre los que había agitadores de redes, conspiranoicos y que no reconocían la victoria demócrata de Joe Biden.
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