Vivían “con la hostia en la boca, el Cristo en las manos y la muerte en los ojos”, aguerridos hasta despreciar a la Parca, unos versillos resumieron su vida: "España mi natura, Italia mi ventura, Flandes mi sepultura". Defensores de la Corona española en Centroeuropa y la cruz en el norte de África, los tercios son uno de los cuerpos militares que se han ganado un hueco en la mente de la mayoría. Fue la formación que estructuró militarmente los años gloriosos de la monarquía de los Austrias españoles, a pesar de padecer unas paupérrimas condiciones en las que la falta de pagos era una constante.
“No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente. Se llamaba Diego Alatriste y Tenorio, y había luchado como soldado de los tercios viejos en las guerras de Flandes. Cuando lo conocí malvivía en Madrid, alquilándose por cuatro maravedíes en trabajos de poco lustre, a menudo en calidad de espadachín por cuenta de otros…” El comienzo de la novela de Arturo Pérez Reverte refleja detalladamente el destino de muchos de estos hombres que malvivieron por los actuales Bélgica y Países Bajos exponiendo su pellejo para el Rey, y que terminaban desamparados, regateando la pobreza a la espera de una pensión que nunca llegaban, tal y como explica el historiador Francisco Gracia Alonso en Gobernar el caso. Una historia crítica del Ejército español en el que analiza el papel de las Fuerzas Armadas desde el siglo XVI.
España mi natura, Italia mi ventura, Flandes mi sepulturaCoplilla sobre los tercios
Terminada la Reconquista, las tropas de la Monarquía Hispánica tuvieron que adaptarse a un nuevo escenario de expansión imperial en varias plazas europeas, el norte de África y el enorme tesoro que se abría en el Nuevo Mundo. La unidad que se acabó imponiendo nacía en las postrimerías del medievo, con los cambios que llegaban al arte de la guerra en el que las armas de fuego cobraban más importancia y la caballería perdía peso aligerando la influencia de la nobleza.
Desprestigio y sueldos miserables
Junto a los frecuentes impagos, Gracia destaca que las malas condiciones empujaban a los soldados a crear pequeñas colectividades de convivencia, y señala como grandes fallas el número insuficiente de hombres y el abandono tras su periodo de servicio. Paupérrimas condiciones que desprestigiaron a la profesión de soldado. “Las soflamas patrióticas impregnadas de un fuerte componente religioso exhortando a la lucha contra herejes e infieles, y las referencias al honor y al orgullo derivados de la concepción ideológica española, no deben ocultar que la orgánica de los ejércitos se basará en sueldos miserables que con reiterada frecuencia no se abonaban o se cobraban con mucho retraso y forzaban el amotinamiento de las unidades”, apunta en el libro.
El historiador repasa la composición social de estas unidades conformadas con alistamientos voluntarios peninsulares, en la mayoría de los casos castellanos. Cualquier hombre de la península podía ser alistado aunque Castilla fue el principal granero hasta finales del siglo XVI, sin despreciar el contingente de mercenarios italianos, valones, alemanes o borgoñones. Los hombres eran separados por nacionalidades, división que revestía especial importancia para la cohesión del grupo. “Si la economía constituirá su talón de Aquiles, la fuerza de los tercios residirá en su componente humano”, apunta Gracia.
Símbolo del nacionalismo español
El historiador considera que el principal cambio no se produjo en la estructuración organizativa sino en las condiciones de vida de tropa y marinería, que según argumenta en la obra eran de extrema precariedad.
Ninguna otra unidad de infantería española, quizás solo la Legión, ha conseguido una fama tan distintiva como la de los tercios. La imagen mítica de esta formación fue recuperada por la historiografía durante la etapa de la Restauración borbónica, y en especial por Antonio Cánovas del Castillo, como uno de los elementos esenciales en la vertebración de la política imperial de la casa de Austria, y con ello, de la definición de las bases de la nación española, según relata Gracia. Sus victorias durante esta etapa de expansión los convirtieron en un elemento clave en el nacionalismo español del siglo XIX y XIX, los Tercios se alzaron como un símbolo identitario que hoy sigue vivo. Su bandera, la cruz de Borgoña, muy probablemente utilizada por primera vez en Pavía, 500 años más tarde sigue identificando a regimientos del Ejército español y ondeando en manifestaciones vinculadas a la derecha.
“La monarquía de los Austrias no conseguirá establecer ni una administración militar competente, ni trazar las alianzas necesarias para alcanzar resultados positivos y permanentes que finalizasen con un constante estado de guerra, en el que lo máximo obtenido eran treguas para que los contendientes toma- sen aliento antes de iniciar la siguiente fase de enfrentamientos”, concluye el historiador. Paradójicamente, la imagen mítica de los tercios contrastaba con el verdadero poder e influencia que tuvieron realmente, muy lejos de la capacidad para controlar la nación que tendrían las Fuerzas Armadas siglos después.
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