Luis García Montero parece feliz y cómodo en el fango. Personajes relevantes de izquierda y derecha han mostrado su rechazo hacia los niveles de soberbia con los que ha manejado su polémica contra María Asunción Mateo, viuda de Rafael Alberti. Todo parte de una reciente autobiografía, Mi vida con Alberti (Almuzara, 2023), donde Mateo demuestra el trato vejatorio al que fue sometida por un grupo de literatos, muy especialmente por el propio Montero y Benjamín Prado. No solo la acusaron de aprovecharse de la senectud del poeta, sino que siguen sembrando acusaciones sin pruebas de malversación y manipulación del legado del autor de La arboleda perdida.
La disputa arranca a finales de octubre, con una reseña en Babelia, suplemento cultural de El País, del libro autobiográfico. Allí la escritora Anna Caballé expone crudamente lo que tuvo que aguantar María Asunción Mateo, por ejemplo unas declaraciones de 1999 donde Luis García Montero la acusaba de caer sobre el poeta “con un totalitarismo avaricioso, desquiciado y compulsivo”. La crítica de Caballé es elegante y mesurada, sin hacer sangre contra Montero, ya que la mayor parte del texto se dedica a contextualizar que este tipo de maltrato lo han recibido también otras mujeres de grandes literatos, entre ellas María Kodama, Simone de Beauvoir y Pilar del Río.
A pesar del tono tranquilo y profesional, Montero se lanzó a una contestación altanera y destemplada, donde clama contra “las manipulaciones del feminismo” y relaciona a la firmante con “la extrema derecha”. En vez de defenderse de las acusaciones vertidas contra él en el libro de Mateo, el director del Cervantes se embarca en unos extraños malabares para relacionar a la viuda de Alberti con Vox, citando recuerdos de cenas privadas imposibles de verificar. Montero reincide en su costumbre de culpar de todo mal a la “extrema derecha”, una estrategia habitual en su carrera, aunque ya no se la compre nadie fuera de su círculo de amigos en Prisa, Izquierda Unida y el PSOE. En este sentido, es elocuente su campaña a la presidencia de la Comunidad de Madrid en 2020, donde no obtuvo ni su propia acta de diputado, confirmando que pertenece a esa izquierda desconectada por completo del pueblo.
Luis García Montero contra todos
En su réplica en El País, Montero vuelve a presentarse como ejemplo universal de conducta. “Si me echase una novia de 23 años a estas alturas de mi existencia, ya con 65, me sentiría violento y culpable por el abuso por varios posibles motivos. Y si a los 88 una mujer se quisiese casar conmigo, me consideraría vanidoso, tonto y en peligro de manipulación”, proclama. Como en tantas otras ocasiones, parece que le irrite que los demás que tengan criterios políticos, culturales o vitales distintos de los que él defiende. Tras el texto de Caballé, Montero ha decidido dejar de alimentar la polémica.
Montero tiene derecho a defender sus posiciones políticas, por muy sectarias que sean, pero la institución merece un perfil más sobrio, humilde y respetuoso
La parte más contundente de la polémica llega con la contrarréplica de Caballé en la revista Jot Down, donde detalla los insultos vertidos durante décadas hacia María Asunción Mateo. El volumen de las pruebas es abrumador, por reiterado y documentado, desde una novela (a medias con Felipe Benítez Reyes) donde Montero se esconde tras la ficción para llamar a la viuda “buscona”, “mamona” y “guarra” hasta la demostración de que fue el propio Alberti quien tomó decisiones que Montero atribuye a su viuda, pasando por el uso torticero de unas palabras del editor Mario Muchnik (Montero ‘olvida’ decir que esas declaraciones fueron rectificadas, en disculpa por escrito a Alberti y Mateo). Resulta obligado comentar el hecho de que este texto de Caballé se publica en Jot Down en vez de en El País, un indicio del enorme poder de Montero en PRISA y de su manera de ejercerlo.
La primera voz que pide de manera explícita la dimisión de Montero como cabeza del Cervantes no ha sido un medio conservador, sino uno progresista como El Plural: “Luis García Montero no puede seguir en el cargo. Lo exige la ejemplaridad de la institución, el respeto por los valores que representa, y por la dignidad de las mujeres escritoras, intelectuales, periodistas y de cualquier desempeño, que ya han pagado siglos de menosprecio y maltrato”, defiende el periodista gaditano Manuel Francisco Reina. Su extensa y detallada columna merece leerse, también porque muestra conocimiento de los manejos de Montero en la esfera cultural de Cádiz.
En realidad, llueve sobre mojado. Además de bajar a un barro que debería evitar un cargo institucional, Montero es el redactor del enésimo manifiesto, previsible y plúmbeo, contra cualquier persona que no vote progresismo. El actual director del Cervantes tiene derecho a defender sus posiciones políticas, por muy sectarias que sean, pero la institución merece un perfil más sobrio, humilde y respetuoso, que no utilice el púlpito del cargo para fomentar la discordia y dedicarse a ajustes de cuentas personales (es revelador que nadie haya acudido a defender sus tesis en la polémica de Alberti, a pesar de la enorme influencia que ostenta). Quizá lo mejor para todos es que Montero se centre en su papel de intelectual comprometido con megáfono y el Cervantes se ponga en manos de alguien volcado en el cuidado del idioma español, que es patrimonio de todos, incluso de los que Montero desprecia por no votar lo que él dice.
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