“Esta es una visión agnóstica de Luis Buñuel”, dice el periodista y escritor Javier Rubio para referirse al libro que acaba de publicar: La otra vida de Luis Buñuel, un ensayo biográfico asentado en el estudio del archivo personal del cineasta y que arroja visiones más agrias, aunque quizás más reales, del director de Un perro andaluz (1929) y La edad de oro (1930). El libro, disponible en Amazon, está acompañado además de un blog: Retratos de la otra vida de Luis Buñuel.
Un Buñuel miedoso; hijo de una familia burguesa y terrateniente de cuyas propiedades debía él hacerse cargo; un hombre no especialmente brillante; alguien que tuvo el buen tino de unirse a Dalí y que buscó un medio con poca historia, el cine, para hacerse notar… Esos son sólo algunos de los rasgos que aporta periodista Javier Rubio en La otra vida de Luis Buñuel. “Las biografías de los artistas a veces parecen vidas de santos medievales. Yo sólo quiero estudiar a Buñuel como un hombre normal”, dice.
A Javier Rubio, que nació en Zaragoza en enero de 1952, le une con Buñuel algo más que la tierra. Se trata de un interés que vuelca con minuciosidad en una biografía que corrige tópicos asociados al director de Viridiana. Por ejemplo: nunca llegó a ser ingeniero agrónomo; su paso por Estados Unidos no está revestido de la gloria que aparenta; sus inquietudes espirituales e intelectuales son tardías…
Periodista cultural de larga trayectoria, Rubio comenzó en los años setenta, en Barcelona, con colaboraciones para el diario El País. Ya en Madrid, fue director de la sección cultural de Diario 16; trabajó durante cuatro años en TVE2; fue redactor jefe del suplemento Blanco y Negro, en el ABC. En el año 2000 participó en la fundación de Libertad Digital, medio del que fue director hasta 2010, año en que él mismo decidió abandonar su puesto por diferencias editoriales.
-¿Cuál es esa otra vida de Buñuel que desconocemos?
-La que se olvidó de contar a sus biógrafos o la que tergiversó en beneficio propio. Por ejemplo, la del malísimo estudiante que suspendió durante cuatro años seguidos el examen de ingreso en la escuela de ingenieros y que no dejó ninguna huella de vida espiritual hasta los 22 años, cuando hacía la mili en Madrid, recomendado para no ir a la guerra de África, y publicó en una revista su primer poema en prosa, muy poca cosa, como el resto de sus primeras obras. Aunque le parezca mentira, él conservó su historial académico en su archivo, pero, al parecer nadie había tenido suficiente interés todavía en publicarlo.
-¿Cuál archivo, exactamente?
-El que conserva en la Filmoteca. En ese mismo archivo hay muchos otros papeles poco estudiados, como las cartas que le escribió su mujer desde que se quedó embarazada hasta que su hijo tuvo tres meses, cuando lo vio por primera vez. Entre abril de 1934 y marzo de 1935 se vieron un día en París en junio, el de su boda, ni siquiera pasaron la noche juntos, y dos semanas en julio, cuando ella estuvo de visita en Madrid. También conservó varias cartas de su madre que contienen informaciones valiosas, como la disminución de la fortuna familiar en 1935. Lo extraño es que nadie hubiera sentido la curiosidad hasta ahora. Para ser sincero, lo que más me intrigaba era qué había hecho durante la guerra civil. Y creo que doy una respuesta mejor que las que había hasta ahora.
-Ian Gibson tiene cinco años preparando su biografía de Buñuel, podemos decir que usted se le adelantó…
- Si lo que me han contado es cierto, el señor Gibson publicará su biografía el próximo otoño, más limitada de lo previsto. Posiblemente se detenga en 1936. Mi libro es algo más modesto y parcial, un ensayo biográfico, sin función académica ni ánimo de totalidad. Mi interés se centra en el relato autobiográfico, la vida que él contaba, que no fue toda su vida, pero ha sido la base de todas sus biografías. No me interesan todos los datos, sino los que ocultó o embrolló.
-¿De dónde proviene su interés por Buñuel?
-Me interesé hace más o menos diez años, cuando en mis ratos de ocio buscaba datos para otra biografía, la de Gustavo Durán, un personaje coetáneo de vida novelesca y que coincidió con Buñuel en varias ocasiones. Sale muy mal parado en las Conversaciones con Buñuel de Max Aub, pero también en ese libro aparecen otras cosas que Carrière, el autor de Mi último suspiro, calló. Como, por otra parte, era lógico, ya que es un libro ligerito, para amantes del cine poco exigentes. Cuando en 2010, al quedarme sin trabajo, me puse a escribir, se acababa de publicar una biografía muy correcta de Gustavo Durán y dos libros eruditos sobre Buñuel de difícil lectura, así que, me propuse poner en claro el estado de la cuestión. He leído todo lo que he encontrado, he estado en el archivo Aub de Segorbe y en el de la Filmoteca, donde se custodia su legado. Hace un año, terminé una primera versión, la ofrecí a varias editoriales, no interesó y, al acercarse el 30º aniversario de su muerte, el 29 de julio próximo, me decidí a publicarlo en Amazon y montar un blog con lo que era un apéndice del libro.
-Ingeniero agrónomo, filósofo, cineasta, director de teatro, agitador cultural… ¿Qué clase de personaje fue realmente Buñuel?
-Vea cómo, sin darnos cuenta, inflamos el currículo de quien nos cae bien. Buñuel no pisó la Escuela de Agrónomos más que para matricularse y realizar el examen de ingreso en tres ocasiones. La cuarta lo intentó en Industriales. Luego, en tres años, y posiblemente con alguna ayuda, aprobó las 13 asignaturas de Filosofía y Letras en la rama de Historia, una parcela sobre la que no volvió a insistir. Hizo poquísimo teatro, algún Tenorio en la Residencia y colaboró en la representación en Amsterdam del Retablo de maese Pedro de Falla. Más allá de sus películas, tuvo escasa actividad como agitador cultural. En el movimiento surrealista fue un gregario perezoso que se dosificó mucho.
-En sus palabras, Buñuel parece un individuo gris, pero muy insistente.
-Como la mayoría de los grandes artistas, Buñuel fue un tipo muy ambicioso, con una autoestima blindada y una notable perseverancia. Acertó a concentrarse en una sola cosa y sacarle un partido extraordinario a un talento con muchas limitaciones y que por vagancia había dejado de cultivar durante la adolescencia. Se olvida siempre que su primera obra de madurez de la que se sintió responsable al ciento por ciento, Los Olvidados, la hizo a los 50 años y que hasta ese momento con mucha frecuencia, precisó de la ayuda económica de su madre para sobrevivir.
-¿Cuál es la etapa más opaca, biográficamente?
- Los años menos conocidos de Buñuel son los 20 que transcurren desde La Edad de Oro hasta Los Olvidados. Las dos primeras películas, las surrealistas célebres, las hizo en régimen mutualista con Dalí. Hasta que su amigo no se lo contó en Figueras en enero de 1929, Buñuel no sabía de qué iba eso del surrealismo y difícilmente lo hubiera descubierto por su cuenta. Dalí le impartió un cursillo acelerado a su medida. Necesitaba hacer una película con el dinero que le había prestado su madre ante notario y encontró la solución. Tuvo la suerte de conocer en el estreno de su película al marqués de Noailles, que les encargó una nueva cinta, con mayor presupuesto
-Sobre el comunismo de Buñuel, ¿es cierto que nunca sacó pecho de su afiliación al PC? ¿qué encontró?
-Esa es una de las mayores incógnitas que sobrevivían hasta hace poco, si había sido del Partido Comunista Francés o del Español. A día de hoy estará más cerca de la verdad quien crea que no se afilió ni a uno ni a otro. Los españoles pensaban que se había afiliado al francés y los franceses, al español. Román Gubern y Paul Hammnond escribieron un libro de 400 páginas sobre “los años rojos”, donde es el asunto omnipresente. Sólo hay un documento en el que admite su vinculación con el partido español, la carta de despedida del surrealismo que le envió a Breton en mayo de 1932, pero no es probatoria de que hubiera dado el paso, rellenado una ficha de inscripción, pagado las cuotas, asistido a reuniones de célula, etcétera, de que hubiera hecho vida de afiliado.
-Lo que sí es cierto es que Buñuel tenía muchas contradicciones entre su supuesta izquierda y su forma de vida
-Mientras vivió en Madrid, entre 1934 y 1936, fue simpatizante, amigo de sus amigos. Ayudó al partido yendo al notario para hacer un trámite relacionado con Mundo Obrero, que estaba suspendido. Hasta 1936, poca cosa más. La guerra le pilló en Madrid y recurrió a sus amigos de la Alianza de Intelectuales para protegerse. Pasó mucho miedo en el mes y medio que estuvo en Madrid, antes de lograr marcharse a París, donde pasó los dos años siguientes protegido por sus amigos franceses, algunos del partido y otros no. En los Estados Unidos, negó haber sido del Partido. En México, estuvo muy próximo de un amigo de la juventud, José Ignacio Mantecón, un archivero erudito que fue el gobernador de Aragón que acabó con los anarquistas y que en 1948 se hizo del Partido en una especie de arrebato de nobleza baturra ideológica. En los años setenta seguía siendo muy estalinista, sobre todo en política internacional, pero, hay que repetirlo, nunca fue muy fino en asuntos de ideas, era un intuitivo sentimental.
-¿Por qué no prosperó la segunda parte de Un perro andaluz que le propuso Dalí a Buñuel?
-Entre otras cosas, porque Dalí estaba muy contaminado por el franquismo. Cuando ocurrió, Buñuel ya era un director famoso, no le necesitaba ni le convenía. Además, le dolió mucho que no le prestara dinero en 1939, cuando malvivía en Hollywood con su familia.
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