Cada vez que presto atención a cualquier propuesta cultural de la escritora Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990) tengo una sensación parecida: todo es demasiado bonito, demasiado ajustado a la burbuja cool, demasiado alejado de la gente corriente (incluso de la gente corriente de su generación). Esa sensación me lleva asaltando décadas con otras artistas, por ejemplo en ciertos discos de la rockera Christina Rosenvinge. Hablamos de un tipo producción -y esto no tiene que ver con méritos o deméritos artísticos- que encuentro demasiado normativa, incluso dentro de los parámetros de la modernidad hípster. Esa misma inmpresión volvió a aparecer durante el monólogo Ternura y derrota, en el madrileño Teatro de la Comedia, donde acudí para hacer esta reseña para Vozpópuli. ¿Qué puede haber aquí que no dijera ya cientos de veces -yo qué sé- un clásico como Marguerite Duras?
Les intento situar: hablamos de un texto sobre conflictos íntimos. Se trata de un encargo donde se le pidió 'dialogar' con Numancia, la obra de Miguel de Cervantes escrita alrededor de 1585 que se representa en la sala principal del mismo teatro (curiosamente, ambos autores son alcalaínos y llevan la palabra Miguel en su firma). Un texto habla sobre la caída de Numancia, cercada por las tropas romanas de Escipión en el siglo II antes de Cristo. Aquella fue una derrota que ha pasado a la historia como épica por la intensidad de la resistencia. La obra de Luna Miguel habla sobre muchas cosas, pero sobre todo aborda la humillación y las presiones externas en la batalla del deseo carnal, que van atravesando el cuerpo de la protagonista desde los cuatro años hasta el momento en que recita el texto.
Es complicado escribir esta reseña por la sensación de que los destripes -eso que los cursis llaman espóiler- pueden afectar de manera decisiva al disfrute de la obra. Sin duda, la mejor frase es la última, que da un nuevo sentido a todo el monólogo, pero no podemos desvelarla. Para evitar ser un aguafiestas, describiré sensaciones generales, usando expresiones ambiguas (menos un par de párrafos, que copio del libreto). Lo primero es decir que el texto se estructura en cuatro sobres (cartas), que la protagonista va leyendo al público. Esto en principio parece un recurso perezoso, que nos priva de contacto visual con las expresiones de la actriz, pero de manera imprevista intensifica la narración, incluso le añade un punto turbio (el de alguien que está contando secretos demasiado dolorosos como para mirarnos a la cara).
Subidón sadomasoquista
El texto arranca sin mucha fuerza y parece quedar atrapado por lugares comunes propios del registro confesional. La narradora nos abre su corazón, navegando por situaciones previsibles que no llevan a ningún conflicto sustancial. Simplemente va hilando un collar de ‘flashes’ emocionales propios de una persona hipersensible y torturada. A ratos, incluso, asoma algo parecido al exhibicionismo, que hace perder interés. El juego con los elementos escénicos -cama, piedras, flores…- mantiene siempre la tensión, pero tampoco nos lleva a lugares donde un espectador de teatro no haya estado otras veces. Los minutos pasan plácidamente, incluso dejas de esperar algo más.
El texto sugiere que ciertos discursos activistas terminan sacralizando (involuntariamente) situaciones de abuso machista
Sin embargo, en la segunda carta, algo hacer subir el voltaje (dando mayor sentido a lo que ha ocurrido antes). Ese 'algo 'no es una revelación, sino el hecho de que la actriz entra en otra dimensión del discurso: el de las sensaciones contradictorias. Lo que parece una obra previsible, desde el punto de vista del feminismo dominante, pasa a ser materia incómoda para alguno de sus dogmas. El texto incluso admite que ciertos discursos activistas terminan sacralizando (involuntariamente) situaciones de abuso machista, logrando lo contrario de lo que pretendían. Aquí llega el subidón de voltaje. Igual no se me entiende, así que cito un fragmento:
"No sé hacer otra cosa"
"Ternura: contarlo todo es quedarse sin nada. Ternura: por eso nunca quise participar en el torbellino de 'a mí también'. Ternura: no digo que el hashtag no fuera útil entonces. (...) Ternura: pero es que entre tanta verdad descarnada, entre tanto !expón, cuéntalo, ponle nombre a lo innombrable!, yo acabé por enamorarme de mi abuso. Mi abuso clandestino. Mi abuso es solo mío. Mi violación se convirtió en un tesoro. Mi violación es solo mía. Ni siquiera lo es de mi violador. Ya no. Mía. Para mí sola. Una humillación de las que joden convertida en una humillación de las que gustan. (...) Yo guardo la historia de mi violación como quien guarda una joya. Nadie necesita que desperdigue mis detalles tras un hashtag. Que dejen de preguntarme por titulares fáciles. Que me lean a mí y no a mis desgracias", recita. La fetichización de la impotencia, resumida con enorme vigor.
Tú me dijiste que todas las escritoras gesticulamos de un modo similar. Que todos nuestros textos se componen del aire viciado de la sumisión", declama
En este punto de inflexión, recordé un texto de la ensayista Camille Paglia donde señala algunas disfunciones feministas. Por ejemplo: cuando una mujer violada en un campus estadounidense pide ayuda, se la suele recibir con la frase “nunca te vas a recuperar de esto”. Lo que se pretendía era que la víctima no se culpabilizase de lo ocurrido, que no le superase la factura psicológica, pero lo que se consigue es un proceso de enamoramiento de su propio desamparo.
El texto de Luna Miguel va cobrando mayor filo en cada frase y se entiende para qué era necesario el suave crescendo del principio. En determinado momento, se cita a autores como Pasolini, Simone Weil y Angélica Lidell, sin que parezcan pegotes ni postureo, lo cual habla muy bien del texto. A ratos estamos ante un ejercicio de estilo, en otros se muestran jirones de conflictos humanos lacerantes, pero dudo que nadie abandone la sala con la sensación de no haber perdido el tiempo.
Una última cita: "Desnudarse es gesticular. Amarte es gesticular. Declamar es gesticular. Inventarse un poema es gesticular. Ejercer la violencia es gesticular. Pronunciar una palabra de seguridad es gesticular. Pedir perdón es gesticular. Me gusta gesticular. No sé hacer otra cosa. Tú me dijiste que todas las escritoras gesticulamos de un modo similar. Que todos nuestros textos se componen del aire viciado de la sumisión", dice la protagonista. "Por eso, en La gravedad y la gracia, Simone Weil nos dice: 'Hacer daño al prójimo es recibir algo de él. ¿Qué? ¿Qué se gana (y qué habrá que pagar a cambio) cuando se hace daño? Sale uno crecido. Ha colmado dentro de sí un vacío al crearlo en el otro", destaca.
'Ternura y derrota' se representa hasta el 19 de diciembre en el Teatro de la Comedia de Madrid.
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