El nacionalismo mejicano, notable por su demagogia, siempre la ha considerado la gran traidora. En estos momentos en que el indigenismo pisa con fuerza y el Papa Francisco pide perdón en nombre de España por el descubrimiento, conquista y cristianización de América, la Malinche vuelve a aparecer como una figura nefasta. Pero para el feminismo radical, la Malinche es esa mujer que tiene que haber oculta detrás de todos los logros masculinos, incluida la teoría de la relatividad de Einstein. Lo cierto es que es un personaje que, si fuera inventado, resultaría inverosímil. Una esclava que se convirtió en protagonista de la conquista de México, en la que tuvo más importancia que las armas de fuego de Cortés, una clave de aquella hazaña, de por sí increíble, en la que 500 españoles conquistaron un imperio.
La primera batalla que Cortés libró en México tuvo lugar en la costa, en Tabasco, junto a la Península de Yucatán, en marzo de 1519. Los españoles vencieron a los tabasqueños de forma rápida y contundente, no por sus armas de fuego y sus caballos, sino por el acero de sus espadas toledanas, arma letal contra la que no tenían defensa los mejicanos, porque no habían descubierto los metales y se protegían con escudos de tela. Vista la superioridad española, los caciques tabasqueños decidieron que era mejor ser sus aliados que sus adversarios. Al fin y al cabo ellos eran mayas y su auténtico enemigo era el Imperio Azteca, que ejercía un sangriento dominio sobre todos los pueblos de Méjico.
Para sellar la alianza, los caciques entregaron un presente de oro, objetos suntuarios de plumería y 20 esclavas, que Cortés repartió entre sus oficiales. Al capitán Alonso Hernández de Puertocarrero le tocó una muchacha llamada Malinche, a la que inmediatamente bautizaron, poniéndole el nombre cristiano de Marina. No estaba claro su origen, pero era una cautiva procedente de algún lugar de dominio azteca, y esa era su lengua natal. También aprendió la lengua maya en el cautiverio, y Cortés tenía un intérprete español, Jerónimo de Aguilar, que hablaba maya, de modo que se montó un mecanismo de doble traducción con el que el caudillo español podía entenderse con todo el Imperio Azteca. El sistema era lento e inseguro, pero Marina resultó ser muy inteligente, y enseguida aprendió castellano, con lo que se prescindió de Aguilar.
El amor de Hernán Cortés
Cortés contaba con la Malinche tanto para las negociaciones políticas con amigos o enemigos, como para la guerra. Había un gran número de indios de diversos pueblos que marchaban con el ejército español contra los odiados aztecas, y la Malinche era quien transmitía las órdenes de Cortés en el campo de batalla, arrostrando los peligros del combate. No es exagerado por tanto considerarla como una conquistadora.
Pero además de la tarea mecánica de traducir, Marina- Malinche proporcionaba al caudillo español valiosas informaciones sobre el Imperio Azteca, le señaló sus debilidades, el anhelo de liberarse de los aztecas de muchos pueblos mejicanos. Puede decirse que se convirtió también en una consejera, desde luego en una persona de la máxima confianza para Cortés… y de la máxima intimidad.
La antigua esclava se convirtió, con todas las de la ley, en una dama de la alta sociedad de la capital de Nueva España
Solamente cuatro meses después de que la esclava fuese entregada como un regalo y adjudicada al capitán Puertocarrero, Hernán Cortés envió a éste a España, para llevarle a Carlos I “el quinto real”, es decir, lo que correspondía al rey del fabuloso botín ganado en México, así como la primera de las famosas Cartas de Relación del conquistador. Era una misión importante, pero no se puede evitar la sospecha de que Puertocarrero fue elegido por otra razón: Cortés se había enamorado de Marina-Malinche. Dos años después tendrían un hijo.
El conquistador extremeño era de sangre caliente y tuvo seis vástagos fuera de matrimonio, incluida una niña con la hija de su enemigo, el emperador Moctezuma, llamada con el formidable nombre de Leonor Cortés Moctezuma. Pero no hay duda que el que dio a luz la Malinche en Coyoacán, Martín Cortés Malintzin, sería su favorito. Cuando diez años después tuvo su primer hijo legítimo en su matrimonio con una dama noble española, hijas de los condes de Aguilar, le puso el mismo nombre, Martín, y Cortés se hacía acompañar de los dos martines cuando comparecía en la corte ante el rey. Además consiguió que el Papa Clemente VII emitiese nada menos que una bula papal para legitimarlo.
La peripecia vital de doña Marina, como había conseguido que se la llamase en una época el que el “don” estaba reservado para la nobleza, continuó dando sorpresas. En 1524 Hernán Cortés emprendió una nueva conquista, la de Honduras, y naturalmente llevó a su lado a la imprescindible Malinche. Pero en el transcurso de la campaña contrajo matrimonio con uno de los capitanes veteranos de Cortés, Juan Jaramillo, regidor del Ayuntamiento de Ciudad de Méjico y dueño de una rica encomienda. Para que ella no fuera menos, Cortés le otorgó en dote el doble de lo que tenía su marido, es decir, dos encomiendas.
El matrimonio sería además bendecido con una hija, que nació al final de la campaña de conquista. De esta manera la antigua esclava se convirtió, con todas las de la ley, en una dama de la alta sociedad de la capital de Nueva España, e inmensamente rica. Por desgracia no pudo disfrutar mucho tiempo de su posición, pues entre finales de 1526 e inicios de 1527 doña Marina, la Malinche, falleció en una de las epidemias de sarampión o viruela que diezmaron a la población mejicana en aquellos tiempos.
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