Cultura

Vuelve Manara, el dibujante de las mujeres perfectas

Estrena su primera adaptación literaria, ‘El nombre de la rosa’, publica sus memorias y lanza ‘El arte de Milo Manara’, mientras en Europa recuperan las ilustraciones que realizó hace 30 años para un relato de Pedro Almodóvar poco conocido en España

Vuelve Milo Manara y lo hace a lo grande. El más importante dibujante vivo del cómic europeo, también el más popular, debido a su extraordinaria habilidad para dibujar mujeres de belleza imposible y lascivia desafiante, regresa a las librerías cuatro años después de que entregara su último trabajo importante: La gracia, el cierre de su biografía de Caravaggio. 

El retorno se produce en varios frentes a la vez. Por un lado, acaba de estrenar su primera adaptación literaria, El nombre de la rosa, de Umberto Eco, que promete ser su trabajo menos erótico en muchos años, dado que transcurre en un entorno monacal exclusivamente masculino. Pero, además, acaba de lanzar El arte de Milo Manara, un libro muy gráfico que recupera dos publicaciones previas muy difíciles de encontrar ya (El artista y la modelo y Mujeres) y que resume a la perfección su talento para dibujar mujeres seductoras y sexualmente liberadas.

Finalmente, hace unos meses publicó su autobiografía Retrato de cuerpo entero (Dolmen Books), en el que repasa una vida apasionante en la que se cruzan personalidades como los dibujantes Moebius y el creador de Barbarella, Jean-Claude Forest, a los que reconoce como dos de sus influencias, junto con el creador de Corto Maltés, Hugo Pratt, o el director de cine Federico Fellini. La relación con Pratt y Fellini, que combinó una amistad duradera con la colaboración profesional, daría por sí sola para un artículo. Con Pratt realizó una de sus obras más célebres Verano indio, y, más tarde, El gaucho. En el caso de Fellini dio vida gráfica a dos guiones que el director era incapaz de llevar al cine: Viaje a Tullum y El viaje de G. Mastorna.

Pero, además, por su vida se han cruzado el motorista Valentino Rossi (uno de sus ídolos deportivos, para el que realizó el cómic ‘46’); el cantante rock y actor Adriano Celentano, con el que colaboró en una fallida serie de animación en torno a su figura; o Brigitte Bardot, para la que diseñó un monumento de homenaje, aunque no llegó a conocerla personalmente. Con Mónica Bellucci y Carla Bruni trató cuando preparaba un proyecto sobre las super modelos que no cuajó y que terminó reconvertido en El artista y la modelo, una apasionada reivindicación del papel crucial que estas mujeres tuvieron, y todavía tienen, en la historia del arte.

Y aún hay que recordar otro nombre más, el del escultor español Miguel Berrocal, para el que trabajó de ayudante al poco de terminar sus estudios, y que fue decisivo para que reorientara su actividad profesional hacia el cómic. En su casa descubrió las historias de ‘Barbarella’ y Hugo Pratt, pero, sobre todo, descubrió que el cómic podía ser un género adulto. “Quedé fulminado, como San Pablo en el camino de Damasco”, recuerda, y decidió renunciar a todo para dibujar historieta “como un loco”.

También se cruzó fugazmente con directores de cine como Luc Besson, Roman Polanski o Pedro Almodóvar, para el que realizó hace treinta años una serie de ilustraciones de acompañamiento de su relato Fuego en las entrañas, una historia que guarda ciertas similitudes con la obra más popular de Milo Manara, El clic. El libro de Almodóvar ha sido relanzado hace unos meses en Francia e Italia, pero no se sabe aún si habrá edición española.

Resurgir del genio en España

De modo que Manara, a sus 77 años, vive un auténtico resurgir en España, un país que siempre le ha tratado bien y donde se convirtió en figura de referencia absoluta del cómic para adultos que triunfó en la transición y la etapa del destape, especialmente gracias a revistas como ‘Tótem’, que publicaron por entregas sus obras más populares. Y es que, en las décadas de los años 80 y 90, el dibujante italiano se convirtió en el rey del erotismo. Su popularidad fue tal que productores avispados decidieron llevar sus obras al cine y la televisión, en un pionero formato 3D.

“A veces me pregunto cómo se recibiría una historieta como ‘El clic’ si se publicase hoy en día por primera vez. ¿Conseguiría el mismo éxito y la misma aprobación, o sería malinterpretada y rechazada?”, se pregunta en ‘Retrato de cuerpo entero”.

Y, más adelante, añade: “Hoy en día se debe ser más prudente. La corrección política ha arreglado muchos males, pero también se ha aplicado de forma demasiado extrema. Uno se arriesga a que lo acusen de sexista, de devaluar el cuerpo femenino. Yo también he acabado metido en alguna polémica, pero lo básico de mi discurso sobre el sexo y la libertad normalmente se ha entendido bien”, lo que no quita para que en los años 80 y 90 se viera “enfrentado a representantes de movimientos feministas”.

Esa “prudencia” le llevó en 2015 a la sorprendente decisión de auto censurarse en la reedición integral a color de El clic, en la que suprimió cuatro páginas de una historia sexual en la que se veía involucrado un niño en edad preadolescente. Seguramente la hipersensibilidad respecto de los abusos sexuales a menores llevó a Manara a tomar esta incómoda decisión que justificó porque “podría prestarse a arriesgadas interpretaciones que nada tendrían que ver con el tono ligero y picantón del resto de la historia”. En el mismo texto, se manifestaba a favor de la ley (para que persiga los crímenes que se cometan en el mundo real) y contra la censura porque “en el mundo de la fantasía no existen delitos”, y la reivindicaba como un espacio para la libertad. Pero su convicción flaqueó por temor al rechazo social y ahora su obra tiene un muñón extraño que el lector atento no dejará de notar.

El erotismo es un género comprometido y polémico, pero hay que decir que existe una veta muy grande que podríamos definir como progresista y que expresa las convicciones y dogmas ideológicos de la Revolución Sexual. Es, desde luego, el caso de Manara, que está convencido de la bondad de dar rienda suelta al deseo y los instintos, superando el pudor y la contención sexual. De hecho, buena parte de sus obras eróticas mayores juegan con el conflicto entre la contención y el desenfreno. Pero siempre sobre la base de que la liberación sexual es la respuesta positiva y emancipadora.

Ricardo Aguilera y Lorenzo Díaz escribieron en 1989, en el momento de mayor éxito del dibujante italiano, que “las chicas de Manara, en fase de máxima excitación, son una turbadora mezcla entre la voraz ninfómana entregada a sus vicios y la cándida colegiala que se aplica en los deberes que más le gustan”. ​La frase es precisa en su descripción, si bien se intuye una crítica que sugiere que estaríamos ante una contradicción. Pero, en realidad, no es el caso, porque en la moral sexual de Milo Manara, al menos en la que muestra en sus obras de fantasía, el desenfreno erótico está del lado del bien y, por tanto, es compatible con la candidez, e incluso con una cierta inocencia.

Me molesta un poco que piensen en mí sólo para dibujar mujeres hermosas

Gracias al juicio de Friné quedó probado, según nuestro dibujante, que la belleza debe considerarse en sí misma una forma de virtud. La historia -que relata en El artista y la modelo- nos traslada hasta un tribunal griego encargado de juzgar por comportamiento indecente a la cortesana que servía de modelo al escultor clásico Praxíteles. Su abogado defensor no expone en el juicio argumento alguno a su favor: se limita a desnudarla. Y el tribunal la absuelve. “Los jueces establecieron, mediante esa deliberación, que la belleza es una virtud”, explica Manara. Como también lo es la expresión del propio deseo, en el mundo de convicciones morales del dibujante italiano. Un mundo repleto de mujeres que se mueven en una doble condición: por un lado, como personajes del cómic, son sujetos con iniciativa, deseantes, provocadoras, incluso lascivas por voluntad propia. Pero respecto del lector son, indudablemente, objetos de deseo y de deleite.

“Claudia, la protagonista de ‘El clic’, es el prototipo de mis personajes femeninos. Una vez liberada de las inhibiciones impuestas por la cultura y la sociedad patriarcales, es ella la que decide qué hacer o no hacer con su cuerpo, con su propia sexualidad”, explica un Manara progresista claramente identificado con el feminismo. “Es ella la que toma la iniciativa. No cede a los avances de nadie. Se vuelve provocativa, luchadora. Hasta el punto de intentar seducir a un sacerdote”. En realidad, en estas declaraciones Manara idealiza a su personaje, porque lo cierto es que cuando Claudia se libera de sus represiones, se entrega a la tiranía de su deseo. Es alguien que sólo puede pensar en practicar el sexo continuamente. En los cómics eróticos de Manara no existe la autocontención: sus personajes, o están reprimidos, o se entregan al frenesí sexual.

Su habilidad para dibujar mujeres hermosas ha sido para el dibujante italiano una bendición, porque le ha regalado un éxito inaccesible a otros, y una maldición, porque le ha encasillado como artista gráfico. “Me molesta un poco que piensen en mí sólo para dibujar mujeres hermosas”, reconocía hace cuatro años en una entrevista concedida en Barcelona con motivo de un homenaje que le rindió el salón de cómic de la ciudad. Aunque admitía que ese talento “en general es una bendición”. 

En una entrevista de finales del siglo pasado, Manara se veía obligado a aclarar lo obvio, que sus mujeres son objetos de fantasía. “Mis chicas son figuras idealizadas, carentes de defectos, pero también de cualidades. Las mujeres de verdad son mucho más emocionantes”, explicaba. Y lo son, podríamos añadir, porque pueden hacer muchas más cosas, aparte de ser bellas, pícaras y seductoras. Pero, en el terreno de la ilusión, Manara es el rey, y nadie puede competir con su talento.

Si bien Manara no ha abandonado nunca su gusto por dibujar señoras bellas, ni ha renunciado a salpicar sus historias con algunos toques de erotismo -señas de identidad de su estilo- bien puede decirse que en las dos últimas décadas ha abandonado el género más explícitamente erótico (El clic, El perfume del invisible) para dedicarse a dibujar historias fuertemente narrativas y ambientadas en entornos históricos, lo que le permite exhibir su habilidad técnica para dibujar también paisajes, espacios y  edificios. La serie Los Borgia, con guion de Alejandro Jodorowski, y su biografía en dos partes del pintor Caravaggio son una buena muestra. Y todo indica que su versión de ‘El nombre de la rosa’ discurre por este mismo derrotero. 

Pero hay otra veta de la trayectoria de Manara que tiene que ver con su admiración y amistad hacia Hugo Pratt, y también hacia Moebius, y es la que podríamos definir como su pasión por la aventura. Esta es explícitamente protagonista de la serie Las aventuras de Giuseppe Bergman (cuatro entregas iniciadas en 1980 y concluidas en 2004), pero también está presente en otras obras como ‘Verano indio’ o sus colaboraciones con Fellini. 

En su autobiografía, Manara aclara que no entiende la aventura como una evasión, sino más bien como liberación. El dibujante se reconoce hijo del 68 y heredero de las preocupaciones por la clase obrera. “Hoy en día apenas se la menciona ya, como si hubiera dejado de existir. Pero entonces era diferente. La clase obrera debía tomar conciencia de sus propios derechos, con nuestra ayuda, la de los jóvenes intelectuales”, recuerda. Y por eso decidió que, con sus obras, se dirigiría a todo el mundo. “La historieta como arte popular, en un sentido tanto político como ético” explica. Y eso porque “la aventura es compromiso. Es en la aventura donde se ve la determinación del ser humano”. 

Por lo que se refiere a las aventuras de Giuseppe Bergman “no pretenden ser una especie de lenitivo, un refugio mental al que escapar de los problemas de la vida moderna; al contrario, quieren empujarnos a afrontar la realidad, a combatirla”. Y es que, a su modo, Manara nunca ha dejado de incorporar claves políticas en sus historias, y las preocupaciones por el poder de internet, la corrupción política, la ecología, las sectas, el papel de los medios informativos o el peligro del poder autoritario salpican sus historias como un contrapunto realista a su fantasía.

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